Christophe lo vio todo claro en el silencio de una iglesia vacía
En silla de ruedas, sabía que «Dios es bueno», pero solo lo entendió al dar felicidad pidiendo ayuda
Christophe nació con una paraplejia espástica de origen genético, un trastorno neurodegenerativo que produce una extrema rigidez muscular y parálisis de las piernas.
Su familia era católica e iban a misa, y así se formó en la convicción de que Dios es bueno y hace cosas buenas. “Pero, a la vez", explica a Découvrir Dieu, "yo veía que mi enfermedad me planteaba muchas barreras. Además es una enfermedad rara, evolutiva, dolorosa y, por el momento, incurable”.
En el colegio, no poder jugar al fútbol con sus compañeros le hacía sentirse diferente: “No fui precisamente el más popular. Viví un cierto aislamiento. Y a la edad en la que quería empezar a amar, esa soledad me lo ponía difícil. Me encontré con un sufrimiento más psicológico que físico. Me habían enseñado que amar es bueno, pero ¿de qué sirve eso si nadie quiere a un discapacitado?”
Un silencio diferente
Decidió aferrarse a Dios como a un clavo ardiendo, porque comprendía que, “se mire como se mire, Él es bueno”, pero le sentía “muy distante”: “Yo me decía: ¿al menos Él me quiere? ¿O solo ama a los demás?”
Inmerso en esa inquietud espiritual, un día entró a rezar en una iglesia vacía: “En esa iglesia vacía encontré por primera vez un silencio muy distinto al que estaba acostumbrado. Normalmente, ese silencio me decía: ‘No hay nadie, nadie me responde’. Pero esta vez el silencio me decía: ‘Estoy aquí y te escucho’. Me hice adicto a ese silencio. Necesitaba ese silencio para sentir que era escuchado, que podía elevar a Dios mi clamor y que Dios me escuchaba, me entendía y estaba a mi lado”.
“Aquello no hizo que le enfermedad desapareciera ni me quitó los dolores”, explica, “pero me permitió comprender algo que para muchos es sobrecogedor: el calvario de Jesús. Me di cuenta de que también Jesús cayó al suelo camino de la Cruz y que cayó para estar a mi lado aquí y ahora”.
De esta forma había encontrado la paz en un aspecto: “Comprendí que Dios está ahí, que me ama, que quiere estar cerca de mí”.
Pero faltaba otro aspecto muy importante: su sed de amar seguía “frustrada”. Sus padres habían sido con él demasiado duros, en su deseo de prepararle para la despiadada realidad de la vida. “Será difícil encontrar a alguien que quiera a un discapacitado", le decían: "Y, si lo encuentras, será complicado fundar una familia, porque la enfermedad puede ser hereditaria. Y, como padre discapacitado ¿cómo podrás ocuparte de tus hijos?”
Christophe tenía asumido ese discurso, que por otro lado comprobaba a diario con las barreras que su enfermedad le planteaba, y que le impedían salir solo.
Aceptar la ayuda
Pero, a partir de ese momento de silencio y oración que vivió inesperadamente en el templo, Christophe cambió su perspectiva: “Una vez comprendí que Dios no me dejaba solo, comprendí también que Él estaba en las personas que me rodeaban. Cuando salía solo y me impulsaba yo solo, me hacía daño. Hasta que comprendí que pedir ayuda y aceptar ayuda -algo que no es fácil- es aceptar a Dios en tu vida, es aceptar salir de ti mismo, es aceptar que las personas son felices por poder ayudarte. Entender esto me permitió cambiar muchas cosas”.
De esta forma, dejándose ayudar, Christophe empezó a socializar más y a ponerse al servicio de Dios de otras formas. Fue así como un día le pidieron que animase una noche de oración: “Allí conocí a mi esposa y madre de nuestros seis hijos. ¡Alguien que no podía ser padre y que temía ser padre…!"
"Y es que suele ocurrir que uno se pone a sí mismo las barreras y los obstáculos", reflexiona Christophe: "En realidad, los obstáculos son lo que uno ve cuando pierde de vista sus objetivos. Cuando tu objetivo es el amor, cuando tu objetivo es Dios, te das cuenta de que puedes superar los obstáculos”.
“Dios salió a mi encuentro, me acompaña, me ha hecho ser lo que soy hoy", concluye: "Sin duda, sigo siendo un discapacitado, pero soy capaz de amar, de dejarme amar, de hacer felices a las personas pidiendo su ayuda. Y mediante otros talentos que el Señor me ha dado, hoy la gracia y la felicidad me acompañan todos los días de mi vida”.