La historia del Padre Cristóbal Jiménez Ariza SJ
De trabajar con Gabilondo en la SER y corresponsal de guerra con Pérez-Reverte... a ser jesuita
La historia del Padre Cristóbal Jiménez Ariza SJ es singular. Hoy es sacerdote jesuita y profesor de Lengua, Literatura y Religión en Pamplona, pero antes de entrar en la Compañía de Jesús, fue, durante 15 años, periodista de éxito en la Cadena SER, ganaba “mucho dinero” y se curtió como estrecho colaborador del conocido locutor Iñaki Gabilondo, dentro del equipo del programa “Hoy por hoy”.
El horario era duro, “de 12 de la noche a 9 ó 10 de la mañana”, señala, y, al cabo de un tiempo, pidió el cambio y empezó a trabajar en la sección de Internacional de la cadena, como periodista diplomático, acompañando a los reyes en sus viajes internacionales.
A corresponsal de guerra
Según contó el pasado 13 de enero en el programa “Navarra” de Radio María (que dirige el periodista Miguel Ángel Irigaray en su programa quincenal, los lunes de 1 a 2 de la mañana), en un momento dado, su jefe (el hoy Director General de La Sexta, Antonio García Ferreras) le preguntó si estaba contento con el trabajo que hacía. Se trataba entonces de una labor sencilla, porque, 15 días antes de cada viaje real, tenía en su despacho el dossier con los discursos de los reyes y podía hacer las crónicas antes de montarse en el avión e ir de hotel en hotel de 5 estrellas.
“Le dije a mi jefe que el Periodismo tiene que servir para otra cosa: para dar voz a la gente que no la tiene, para contar historias que, a veces, no se leen… y que me daba un poco de vergüenza cobrar tanto por hacer eso”.
Al escuchar esta respuesta, García Ferreras le espetó: “Prepara las maletas, que te vas a ir a Bosnia”. Y empezó la trayectoria del actual Padre Jiménez como corresponsal de guerra, oficio que le enseñaron otros conocidos profesionales, como Arturo Pérez-Reverte o Vicente Romero (de “Informe Semanal”, en RTVE).
- ¿Cómo es eso de que un corresponsal de guerra, alguien que ha trabajado mano con mano con el famoso periodista Iñaki Gabilondo y que triunfa en la profesión, acaba siendo sacerdote jesuita? La de vueltas que da la vida…
- Da muchas (vueltas). Hombre, uno descubre que la vida, en parte, no está solo en manos de uno: hay un Dios que actúa, que va diciendo, que va orientando un poco la vida. Yo creo que todas las vidas son únicas y muy interesantes. Algunas igual llaman más la atención por el entorno, por el contexto…, la mía por dedicarme al mundo del periodismo... Yo siempre digo que aterrizo como jesuita y que debo mi vocación, primeramente, a Dios, pero también a mucha gente que me ha ido enseñando valores profundos. Por ejemplo, Iñaki Gabilondo es uno de ellos, al margen de que cada uno exprese su fe de una manera distinta. Pero bueno: todo esto son cosas que tienen que ver con un Dios que va actuando en la vida, que va hablando y que va orientando.
- ¿Qué cosas has aprendido en general y, en concreto, de gente conocida como Iñaki Gabilondo?
- Yo estuve trabajando con él en la Cadena SER (donde permanecí casi 15 años, los primeros ocho en su equipo de “Hoy por hoy”). Teníamos un horario duro: entrábamos a las 12 de la noche, hasta las 9 o 10 de la mañana. Yo trabajaba en la parte de informativos con él. “Hoy por hoy” empezaba (todavía es así) a las 6 de la mañana y, cinco minutos antes de empezar el programa, Iñaki Gabilondo nos invitaba a los que trabajábamos en su equipo a salir a la terraza de la Gran Vía (donde están los estudios de la Cadena SER) para ver amanecer. Aquello nos ponía un poco nerviosos, porque uno aún no había terminado de redactar sus crónicas, de hablar con los corresponsales, de cerrar las conexiones… Pues bien: a Gabilondo se le ocurría eso y siempre decía lo mismo: “Mirad. Este amanecer es único. El de mañana será distinto”.
En suma, yo, con Iñaki Gabilondo, además de todo el aspecto profesional, he aprendido también a valorar las pequeñas cosas de la vida, a descubrir que la vida nos la jugamos en lo cotidiano, en lo que no llama mucho la atención. A mis alumnos les suelo decir que a mí no me han pasado cosas extraordinarias casi nunca: no veo apariciones ni levito cuando hago oración… Más bien, todas mis mañanas son fotocopias unas de otras (suena el despertador, te levantas, te duchas, desayunas, vas a trabajar… y así un día tras otro). Pero Gabilondo nos enseñó que la vida nos la jugamos en esos pequeños detalles: ver amanecer, descubrir la sonrisa de alguien, una palabra de ánimo en momentos en que uno está más cabizbajo… las pequeñas cosas de la vida, lo cotidiano.
- Vamos a hacer un pequeño recorrido biográfico por tu vida: ¿dónde naciste, en qué tipo de familia, era una familia cristiana...?
- Yo nací en Tudela (Navarra). En mi familia, hay un poco de todo. Hay gente que es más practicante y gente que lo es menos. Pero yo debo mi fe a mi familia, que me educó en colegios religiosos, primero en la Compañía de María y después, toda la parte de Secundaria y Bachillerato, en el colegio de los jesuitas. Mi fe se la debo a ellos (a los dos colegios y a mi familia), que me enseñaron a rezar. Incluso, se la debo también a los miembros de mi familia que se dicen no creyentes, pero que te enseñan, igualmente, valores profundos de la vida.
No me gustan mucho las etiquetas y nos pasamos la vida poniéndolas: éste es de derechas, el otro de izquierdas; éste es conservador, el otro progresista; éste es creyente, el otro, no creyente… No me gustan esas etiquetas, porque, en el fondo, todos los seres humanos nos basamos en lo mismo: el deseo de que la vida encaje un poco mejor en nuestro mundo y en cada uno de nosotros; el deseo de que nos abracen sin hacernos muchas preguntas y sin juzgarnos demasiado… A mí, todo eso me lo han enseñado personas que se dicen creyentes y otras que se dicen no creyentes. Yo doy gracias en mi familia por todos los que hay.
- ¿Y desde pequeño has frecuentado grupos de fe?
- A mí me enseñaron a rezar y, sobre todo los primeros años, yo tuve una relación muy personal con Dios. Era de oración diaria, como podía, como uno reza de pequeño, pero no he sido de formar grupos de parroquias. Yo creo que me costaba compartir mi fe, porque, a veces, tenemos miedo a hacerlo. Cuando yo dije que me hacía jesuita en un contexto como era la radio, la Cadena Ser y el grupo PRISA (que no es, precisamente, muy católico), me preguntaba cómo iba a decírselo “a todos éstos”.
Luego, uno habla con los compañeros personalmente y se da cuenta de que vivimos en un mundo de muchos complejos: gente que, a veces, presume de no tener fe, va y resulta que, en el fondo, alguna fe tiene. Pudiendo vivirla con naturalidad, tenemos miedo a compartirla, a decir en determinados ambientes que somos católicos… Yo creo que, de pequeño, me pasaba un poco eso. Como no me atrevía a compartir con otros, lo vivía en privado y, durante mucho tiempo, más bien personalmente. Después uno va madurando y ya piensa que tiene que vivirlo con otros, porque, en definitiva, la fe está para celebrarla y compartirla.
- La idea de ser sacerdote (y sacerdote específicamente jesuita), ¿te rondaba desde siempre o fue una cosa repentina?
- Bueno. Yo estudié, como he dicho, con los jesuitas y a mí hay cosas de los jesuitas que siempre me han gustado, porque los he visto como muy diferentes. La Compañía de Jesús es como el arca de Noé: hay “ejemplares” de todas las especies y algunos, además, son únicos. Pero me gusta la diversidad y a mí, en la Compañía de Jesús, me han enseñado a respetarnos en la diversidad.
Uno puede encontrar jesuitas de los que llamamos “conservadores”, otros más “progresistas”; los hay políticamente más “de derechas”, otros más “de izquierdas”… Y es bueno que aprendamos a convivir, porque lo que nos une es algo más profundo que la ideología: el Dios de la vida que nos ha invitado a hacer el mismo camino. A mí, de las cosas que me gustan de la Compañía es el respeto a la diversidad, cómo nos respetamos unos a otros, que no es indiferencia, sino ser capaz de apreciar en el otro parte de Dios y parte de ti mismo.
- ¿Y cómo es una jornada normal en la Compañía?
- Yo vivo en una Comunidad de jesuitas donde la mayoría son mayores, por lo que los ritmos son distintos. Yo trabajo en el colegio, me levanto pronto, hago mi hora de oración y después, a las 8 de la mañana, tras haber desayunado, me voy a trabajar al colegio.
Los jesuitas más mayores tienen otro ritmo distinto. Algunos están en la enfermería. Pero, como digo, los que estamos en vida activa trabajamos en colegios, otros en parroquias, otros en la Universidad, otros en el ámbito científico, otros en medios de comunicación…, porque en esto también hay una gran diversidad dentro de la Compañía. Cada uno tiene su trabajo y su misión. Compartimos la eucaristía, la oración, ratos importantes como la comida y la cena (que aprovechamos un poco para compartir cómo ha ido la jornada o la vida…). Ésa es nuestra vida comunitaria.
- Y la experiencia de ser jesuita después de periodista, ¿cómo es?
- Yo, antes de venir a Pamplona, estuve viviendo con los novicios, en el equipo de formadores, y, cuando ellos cuentan su vocación, te dicen dónde estudiaron, cómo era su familia, que estudiaron en la Universidad (si es que vienen con estudios universitarios) y terminan su relato con un “… entonces entré en el noviciado”, como si fuera el final de la historia. Varias veces he tenido que decir: “hombre, sigue contando, que lo más importante llega ahora”… Por lo menos, en mi caso es así.
Tengo que agradecer muchísimo de mi etapa en la radio, pero el gran regalo que me ha hecho Dios en mi vida (y me ha hecho muchísimos) es mi vocación a la Compañía de Jesús (junto con el sacerdocio), pues siento que piso tierra firme, en manos de un Dios querido, sostenido para la misión y para la vida comunitaria… Esto no quiere decir que siempre esté “contento”.
Cuando yo entré en la Compañía, me llamaban mis amigos de Madrid y de la radio, de la televisión, mi madre, mi familia, mi hermano… y me preguntaban continuamente si yo estaba “contento”. Todo el día con el “contento” a cuestas. Como la Compañía de Jesús se ha gastado mucho dinero en mi educación y tengo que ser educado, contestaba con buenas palabras, pero me daban ganas de contestar: “¡¡A ti qué te importa si estoy contento!!”. Contento, unos días, sí, y otros días, no, como todo el mundo. Creo que eso del “contento” es, a veces, una trampa de la sociedad de ahora, donde parece que tenemos que estar todo el día de fiesta en fiesta, pero la vida no es eso. Hay en ella etapas en las que nos comemos el mundo y otras en las que no nos levantaríamos de la cama. Y eso es vivir. Por eso, el sentimiento de “contento” me parece un poco superficial.
Yo preferiría que me preguntasen: “¿Tú crees que la vida tiene sentido con lo que estás haciendo?”. Ahí ya respondería que sí. Y vivo la alegría (que no es lo mismo que el “contento”) de sentirme útil, aprender de los otros, pisando tierra firme, en manos de Dios y pudiendo hacer algo por Él en la vida…
- Es curioso, porque tú tenías también una gran vocación de periodista, ¿no?
- Sí. Lo bueno que tienen las diversas “vocaciones” es que se pueden ir acumulando y que no son excluyentes. Ahora no me dedico a la radio ni a los medios de comunicación. Me dedico a dar clases de lengua y literatura, que me gusta mucho, y también doy clases de religión. No son vocaciones excluyentes. Me sigue gustando mucho la radio. A veces, la echo de menos y me gustaría volver a trabajar en ella, pero estoy feliz con lo que hago. Dejas de hacer una cosa, porque la vida consiste también en optar, discernir y elegir, no tanto lo que yo quiero, sino lo que pienso que Dios querrá que haga aquí y ahora.
- ¿Cómo y por qué estudiaste Periodismo? ¿Quizá por esa vocación de la que hablábamos?
- Estudié Periodismo, porque siempre me ha gustado esta disciplina y, dentro de ella, fundamentalmente, la radio. Me parece un medio mágico, menos manipulable que otros medios, más sincero, más en relación con la vida, que es sonido, gritos, risas…, algo que la radio te da y te lo hace sentir cercano. Así que, insisto, yo estudié Periodismo pensando en radio, con la suerte de que luego me dieron un trabajo en la Cadena SER nada más terminar (antes, incluso, ya estuve haciendo prácticas en Madrid).
- ¿Qué tal te fueron los estudios y cómo era tu relación con los compañeros de clase? ¿Sabían de tu experiencia cristiana?
- No demasiado, porque los años de Universidad eran años de estudio y yo estaba un poco “a otra cosa”: a descubrir si eran esos estudios los que me gustaban, a aprender de las asignaturas y a celebrar también la vida con mis amigos, disfrutarla e irme “de juerga”. Yo estaba más centrado en eso que en un tema vocacional que se decidió más tarde. Tenía el gusanillo de los medios de comunicación, el deseo de conseguir un trabajo en radio y, por suerte, pude conseguirlo después, con unas prácticas y un empleo en este medio.
- Cuéntanos tus primeros pasos y tu evolución como profesional de la radio…
- Como ya he dicho, yo, nada más empezar en la radio, entré en el equipo de Gabilondo. Al cabo de 8 años, el horario era un poco duro, porque haces una vida diferente a la de los demás (cuando la gente duerme, tú trabajas; cuando la gente trabaja, tú estás durmiendo…). Entonces, pedí el cambio, me lo concedieron y empecé a trabajar de corresponsal diplomático, que es el que hace los viajes internacionales con los reyes. Estaba en la sección de Internacional de la Cadena SER. Al cabo de un tiempo, el Jefe de Informativos (hoy Director General de La Sexta, Antonio García Ferreras) me preguntó si estaba “contento” con lo que hacía (¡otra vez con el “contento” a cuestas, ya antes de entrar en la Compañía!). Y le dije que me daba vergüenza cobrar lo que cobraba por hacer lo que hacía, estar todos los días de hotel en hotel de 5 estrellas y hacer un trabajo demasiado sencillo, pues en aquella época la información de la Casa Real no era como la de ahora.
En estos momentos, hay que tener mucho cuidado por todo lo que está ocurriendo en ella, pero entonces era una información muy institucional y no había que trabajar demasiado. Quince días antes de ir a los viajes internacionales me llegaba el dossier de prensa con el discurso que iban a pronunciar los reyes y yo, con eso, en mi despacho hacía las crónicas antes de montarme en el avión. En ese sentido, era un trabajo muy fácil. Le dije a mi jefe que el Periodismo tiene que servir para otra cosa: para dar voz a la gente que no la tiene, para contar historias que, a veces, no se leen… y que me daba un poco de vergüenza cobrar tanto por hacer eso.
- O sea, que ganabas mucho dinero…
- Sí, porque en aquella época los medios de comunicación (y, sobre todo, el grupo PRISA) ganaban dinero. Ahora, la situación está muy mal, pero entonces era la etapa del nacimiento de las cadenas privadas de televisión y de mucho movimiento en el ámbito de los medios. Mi jefe, al escuchar la respuesta que yo le di, me dijo: “Prepara las maletas, porque te vas a ir a Bosnia”. Y empecé a compaginar el trabajo de corresponsal diplomático con el de corresponsal de guerra. Aquel contraste de pasar de los infiernos del mundo a los palacios tiene mucho que ver con mi vocación.
A veces, cuando he contado esto, me han preguntado: “¿Tú qué prefieres: ir de hotel en hotel de 5 estrellas o vivir las tragedias propias de la guerra?”. Yo siempre contesto que, evidentemente, prefiero ir de hotel en hotel (ver, como veíamos, el Taj Mahal, en la India, o la Acrópolis, en Grecia, iluminados…); prefiero eso antes que ver gritar a una madre con su hijo muerto en brazos, como he visto en Kosovo, en Argelia o en lugares donde me ha tocado ver el dolor de la vida y el daño que nos hacemos los seres humanos.
Ahora bien, estos contrastes me han hecho ver que en la vida hay gente que tiene derecho a quejarse y gente que no tenemos derecho a quejarnos. Yo me incluyo en este segundo grupo: tengo un puesto de trabajo; todos los días como, meriendo y ceno (otros hermanos nuestros se irán hoy a la cama o se levantarán con el estómago vacío); cuando me levanto por las mañanas, mis compañeros de Comunidad me saludan; voy al colegio y los alumnos me dan los buenos días (mientras otros hermanos nuestros pasan horas y días sin que nadie les mire a la cara). ¿Cómo me voy a quejar? Me toca estar en el bando de los agradecidos y mi labor consiste un poco también en ayudar a otros a que vivan agradecidos.
- Así que la experiencia de corresponsal de guerra te ha marcado…
- Me marcó. En mi vida profesional, he conocido a personas relevantes que me han interpelado, como, por ejemplo, Nelson Mandela, con el que coincidí en un hotel de la capital de Mozambique, cuando fui a cubrir unas inundaciones que hubo en el año 2000. Lo vi y aproveché para acercarme y hablar con él. Me dijo, del bagaje que uno va llevando en la cabeza y en el corazón: “Nunca seas rehén de tu pasado” (luego he descubierto que Jesús de Nazaret dijo algo parecido; que al que está mirando atrás en el arado, no le llega la gran noticia del Reino).
Si estamos siempre pendientes de lo que nos hicieron o de lo que nos dijeron, de lo que hicimos o de lo que no hicimos, nos perdemos la posibilidad de abrirnos al futuro y de ver cosas nuevas. Eso aprendí de Mandela. Así pues, hay personajes conocidos que me han enseñado mucho. Pero hay personajes “anónimos”, que no tienen rostro conocido, que también me han enseñado mucho en esos lugares de dolor, de guerra y de tragedia. Por ejemplo, muchos misioneros.
En los sitios a donde yo iba siempre veía misioneros y siempre me interpelaba mucho ver cómo en situaciones tan dolorosas se mantenían en una esperanza cuyo origen yo me cuestionaba. Me decía: “¿En qué apoyarán éstos su vida para ser capaces de mirar hacia adelante y de tener palabras de consuelo en medio de estas situaciones?”. Todo eso creo que tiene mucho que ver con mi vocación, con pensar y decidir lo que quería hacer con mi vida, por dónde quería ir… También he aprendido de mucha gente sencilla que es capaz de luchar y de pelear la vida, de sacarla adelante, de luchar por los suyos… Todo eso me ha ayudado mucho a descubrir mi propia vocación.
- Como corresponsal de guerra, supongo que te habrá tocado palpar la, a veces, vil condición humana. ¿Has tenido problemas como periodista en ese sentido? Cuéntanos experiencias de este tipo…
- Yo, en aquella época, no sabía diferenciar un tanque de un Kalashnikov y le pregunté a mi jefe. “¿Qué hago, si no sé nada de guerra?”. Me respondió: “Un poco de prudencia, de sentido común y tira para adelante”. En las zonas de conflicto coincidí con gente conocida, como Arturo Pérez Reverte y otro colega, Vicente Romero (que entonces trabajaba para RTVE en Informe Semanal), quien me ayudó a dar los primeros pasos en la corresponsalía de guerra con su experiencia.
Todos estos compañeros me enseñaron a no ir a zonas peligrosas, ser acompañado por el ejército de la ONU… trucos para sobrevivir en zonas de conflicto. Y allí ves el dolor que somos capaces de hacernos los seres humanos, porque una guerra es el desquicie total. Este mundo, a veces, lo desquiciamos con nuestro egoísmo, con nuestras ambiciones, con nuestros deseos de imponer siempre nuestros pensamientos y de que el otro opine como yo… Todas esas cosas son las que provocan la guerra. Yo creo que la guerra es un contraste entre el dolor y las semillas de esperanza en medio de situaciones muy duras, pues se ven también gestos de solidaridad. Nos está pasando, de igual modo, con la crisis: ver a qué nos ha conducido una determinada forma de vida, pero, en medio de todo, gestos de solidaridad, como los abuelos que dan toda su pensión para que viva toda la familia, personas que anónimamente dan tiempo, dinero, escucha... Es decir, que en los momentos más duros de la vida, se ve también que el corazón humano se agranda y que somos capaces de otras cosas.
- ¿Y es fácil informar en medio de una guerra? ¿Es fácil contar lo que realmente acontece? ¿Crees que tú lo conseguiste?
- No es fácil y no sé si yo lo conseguía, porque te manipulan por todas partes. Tú intentas contar lo que ves, siendo también consciente de que la objetividad (yo creo) no existe. Tenemos ojos y contamos lo que vemos, en lo posible. Hablas con una parte, hablas con otra, ves que unos y otros están intentando manipularte y tú, en medio de todo eso, intentas transmitir parte de la verdad, que, yo creo, no la tenemos nunca.
- ¿Cómo te las apañabas para trabajar? ¿Cómo enviabas tus crónicas?
- Yo dejé el Periodismo en el año 2000 para entrar en la Compañía. Desde ese año hasta ahora han cambiado muchísimo las tecnologías, pero yo iba con un teléfono satélite, que era un pequeño ordenador, desde donde yo podía enviar las crónicas para todo el mundo. Una cosa era cuando yo trabajaba para la radio (que es lo que yo he hecho mayormente), donde el trabajo es individual (porque tú haces tus crónicas, las envías y tú mismo eres el técnico… lo haces todo tú solo) y otra cosa es cuando trabajas para televisión. Aquí es un poco más complicado, porque ya necesitas un cámara, un realizador y un trabajo en equipo. Pero, en la parte de radio, yo tenía la posibilidad de enviar las crónicas desde ese teléfono satélite o desde el teléfono del hotel.
- En medio de todo esto, ¿cuándo y cómo decides dejarlo todo? ¿Qué ocurrió para irte?
- Yo creo que no hay un momento puntual, un día o una hora, sino una especie de recorrido, donde uno ha visto contrastes de la vida, mis propios contrastes (cómo vivía yo cuando hacía unas cosas y cómo vivía cuando hacía otras) y los contrastes del mundo (que es capaz de dar lo mejor de sí mismo y también lo peor). En medio de esos contrastes, yo me preguntaba de qué lado quería estar y por dónde quería orientar mi vida.
Como te he contado antes, desde que estudiaba con los jesuitas, me enseñaron a relacionarme con Dios, a orar, y siempre me interpelaba muchísimo la figura de Jesús de Nazaret: cómo era Él capaz de juntarse con los que nadie quería juntarse, de tomar opciones de vida que nadie se atrevía… y entonces empecé a plantearme que igual esto de la vocación podría ser una de las opciones.
Antes de entrar en el noviciado, estuve un tiempo de discernimiento, hablando con un jesuita de Tudela. Él me animaba a hacerme la pregunta que siempre se hacen los jesuitas y que debemos hacernos todos, no tanto dónde quieres estar tú, sino dónde crees que Dios te quiere, porque lo que Dios quiere para ti es lo mejor. “No dudes nunca de eso”, me decía. “Por lo tanto, si tú sientes que Dios te llama por ahí, adelante; si sientes que Dios te llama hacia el Periodismo, adelante”.
Pero la pregunta es dónde crees que Dios te sueña o te quiere y ése fue el interrogante que yo empecé a hacerme, hasta que probé a ver si Dios me quería en la Compañía, que yo sentía que era un grupo de compañeros con los que estaba a gusto cuando estaba con ellos. Y entré en el noviciado el 21 de septiembre del año 2001, fiesta de San Mateo.
- Cuando a tus compañeros de la radio les dices que te vas, ¿cómo reaccionan?
- Pues mira: ahí descubre uno mismo que está lleno de prejuicios, porque yo dije: “ahora, ¿cómo les cuento el paso que voy a dar a todos éstos que han estado, a veces, haciendo crónicas en contra de la Iglesia?”.
Pensé: “voy a hablar con Fulanito y, como me diga tal, yo le diré cual y le argumentaré no sé qué…”. Iba cargado con mis argumentos y me encontré que sorprendió mucho; y hubo gente que reconoció que también es creyente en medio del silencio. Hubo gente que se emocionó, lloró y me dio abrazos… me desmontaron todos mis argumentos y mis prejuicios. La acogida fue muy grande y muy respetuosa. Iñaki Gabilondo me despidió en su programa, que terminaba a las 12.20 de la mañana. Me quiso dedicar una canción y decir a qué me iba, pero se emocionó, lloró y no pudo terminar el programa. Yo siempre tengo un respeto grande a mis compañeros. El respeto es algo que me han enseñado siempre y que tiene que ver también con mi vocación.
- ¿Sigues guardando relación con esos compañeros?
- Mucha. Sí, porque yo creo que la amistad profunda no hay que perderla. Con Iñaki Gabilondo, nos apreciamos y queremos mucho. Cuando nos vemos, es una alegría grande. Y con otros compañeros del mundo del deporte, como Paco González, Manolo Lama (que estaban antes en la SER y ahora están en la COPE), Joseba Larrañaga (que hace la COPE de todos los días, por la noche)… tenemos mucha amistad. La mantenemos y la cuidamos. No siempre es posible verse, pero yo he aprendido una cosa en los jesuitas, pues, cuando yo entré en la Compañía, me enseñaron que los jesuitas no necesitamos estar siempre juntos para alimentar el cariño. Andamos dispersos por el mundo, cada uno en su misión, pero unidos en una misteriosa comunión, y yo creo que la amistad tiene mucho de eso.
La amistad profunda hay que cuidarla, pero no hace falta estar siempre juntos. Hay algo que te une. Los compañeros de la radio me llaman mucho y me dicen: “reza por mí, por mi familia, me pasa esto y te pido una oración… Yo no soy creyente, me dicen, pero, por si acaso, reza por mí”. Y bueno, para eso estamos.
- ¿Te has arrepentido alguna vez de haber tomado la decisión de hacerte jesuita después de ser periodista de éxito?
- No, nunca, nunca, y lo digo con mucho agradecimiento, porque no es cosa mía, lo siento como un don de Dios. Siempre me he sentido sostenido y nunca me han dado ganas de irme. He estado enfadado muchas veces, cansado, porque la vida (y también la vida comunitaria) cansa. A mí me preguntan: “¿Tú quieres a todos los jesuitas?”. Y respondo: “Vamos a ver. Primero, no conozco a los 16.000 jesuitas de todo el mundo. Si queremos que la palabra querer signifique algo y no la manipulamos, yo no puedo decir que quiero a todos, porque no los conozco. De los que conozco y con los que vivo, hay algunos a los que quiero muchísimo y otros a los que quiero a 100 kms., porque se hace difícil la convivencia, somos distintos…”.
Yo creo que no se puede querer a todo el mundo. Con unos me llevo mejor que con otros, tengo más sintonía personal, comparto más cosas, tenemos amistad, funciona la química y la física… Ahora bien, una cosa es que no se pueda querer a todo el mundo y otra cosa muy distinta es ser anti-evangélicos. Con un compañero, con un profesor o con un alumno, puedo tener una relación más complicada, pero de ahí a despellejarle, a hacer comentarios… eso es feo, no sé si pecado, pero sí feo.
Yo no tengo que ser amigo de todos los jesuitas, porque la amistad es una cosa seria (con los amigos uno se ha peleado, ha compartido cosas profundas… y eso no se puede hacer con todo el mundo). Lo digo también porque sé que algunas religiosas sufren mucho, pues no se llevan bien con la hermana tal o la hermana cual. Yo les digo que no tienen por qué llevarse bien, no tienen por qué ser amigas, pero que no podemos ser anti-evangélicos, porque esos comportamientos no nos ayudan.
- ¿Qué labores y destinos has tenido en la Compañía de Jesús?
- Hice los estudios de Filosofía y Teología en la Universidad de Deusto, en Bilbao; después me mandaron a hacer la tesis a Dublín (Irlanda), donde estuve dos años; luego me destinaron a colegios, algo a lo que nunca había pensado dedicarme y es otro de los regalos de la vida (acompañar a los chavales en su crecimiento, en sus peleas, sus luchas, sus sueños…). He estado trabajando en los últimos años en el colegio de San Sebastián y ahora estoy destinado al colegio de Pamplona. Y, en medio de eso, me destinaron un año a una experiencia en México, para trabajar con los emigrantes que atraviesan toda Centroamérica en busca del sueño americano y buscando un mundo un poco más justo. Ésa ha sido mi experiencia: de estudios y de trabajo en colegios.
- Ahora tenemos un Papa jesuita que se ha revelado como un gran comunicador (algo que nos interesa mucho a los periodistas), con un lenguaje y unos gestos sencillos, que se entienden, que llegan a la gente. ¿Cuál es tu opinión, como periodista y como jesuita, del Papa Francisco?
-Pues mira: hace unos días leía una columna de opinión de Carlos Boyero, el crítico de cine del diario “El País”. Se titulaba “El milagro” y hablaba del Papa como un milagro, que, incluso, conecta con gente que no ha sido muy afín a la Iglesia o que sigue peleándose en el tema de la fe. Conecta por su sencillez, porque se le entiende, porque habla claro (y, al mismo tiempo, profundo), porque toca el corazón de las cosas que compartimos todos.
Como periodista, a veces lamento no dedicarme a esto ahora con el Papa Francisco, porque da mucho juego, pues rompe barreras. A los periodistas nos gusta que no nos pongan barreras, que no nos pidan formularios previos, que uno descuelgue el teléfono y la otra persona se ponga sin tantos obstáculos. En ese sentido, este Papa es cercano. Concede entrevistas cuando se lo piden, no pide nunca formularios previos, y esto, a los periodistas, nos ayuda a sentirle como una persona cercana. Y como jesuita, rezo mucho por él, porque es un hermano de mi congregación en una etapa difícil del mundo y de la Iglesia, donde no lo tiene fácil. Me gusta verle sonreír y que lleve las riendas de la Iglesia con sentido del humor, porque tenemos que reírnos un poco… No somos perfectos y en la Iglesia tampoco, pero es importante que las cosas no se apoderen de nosotros, sino que las vayamos controlando.
En ese sentido, este Papa me da seguridad, porque no me parece asfixiado por las angustias o penalidades, sino con la esperanza de saber que tenemos lo más importante con nosotros (el Señor, quien está de nuestra parte) y que el evangelio es buena noticia. Yo creo que eso lo transmite. Ha sido una sorpresa, porque los jesuitas no estamos destinados ni para ser obispos (San Ignacio no lo quería) ni, mucho menos, para ser Papas (éste es el primer Pontífice jesuita de la historia). Pero, si Dios va por ahí, dejemos que el Espíritu actúe y pidamos por él. No nos desgastemos en comparaciones. La Iglesia ha tenido muchos Papas y todos han aportado cosas distintas y muy grandes. Los jesuitas me enseñaron de pequeño que comparar es de mala educación. Vamos a dar gracias porque tenemos Papas distintos, con matices diversos, y vamos a ser capaces de aprender de todos ellos.
El podcast del programa en cuestión está en el siguiente link: http://www.ivoox.com/programa-navarra-radio-maria-13-enero-2014-audios-mp3_rf_2707280_1.html?autoplay=1
El horario era duro, “de 12 de la noche a 9 ó 10 de la mañana”, señala, y, al cabo de un tiempo, pidió el cambio y empezó a trabajar en la sección de Internacional de la cadena, como periodista diplomático, acompañando a los reyes en sus viajes internacionales.
A corresponsal de guerra
Según contó el pasado 13 de enero en el programa “Navarra” de Radio María (que dirige el periodista Miguel Ángel Irigaray en su programa quincenal, los lunes de 1 a 2 de la mañana), en un momento dado, su jefe (el hoy Director General de La Sexta, Antonio García Ferreras) le preguntó si estaba contento con el trabajo que hacía. Se trataba entonces de una labor sencilla, porque, 15 días antes de cada viaje real, tenía en su despacho el dossier con los discursos de los reyes y podía hacer las crónicas antes de montarse en el avión e ir de hotel en hotel de 5 estrellas.
“Le dije a mi jefe que el Periodismo tiene que servir para otra cosa: para dar voz a la gente que no la tiene, para contar historias que, a veces, no se leen… y que me daba un poco de vergüenza cobrar tanto por hacer eso”.
Al escuchar esta respuesta, García Ferreras le espetó: “Prepara las maletas, que te vas a ir a Bosnia”. Y empezó la trayectoria del actual Padre Jiménez como corresponsal de guerra, oficio que le enseñaron otros conocidos profesionales, como Arturo Pérez-Reverte o Vicente Romero (de “Informe Semanal”, en RTVE).
- ¿Cómo es eso de que un corresponsal de guerra, alguien que ha trabajado mano con mano con el famoso periodista Iñaki Gabilondo y que triunfa en la profesión, acaba siendo sacerdote jesuita? La de vueltas que da la vida…
- Da muchas (vueltas). Hombre, uno descubre que la vida, en parte, no está solo en manos de uno: hay un Dios que actúa, que va diciendo, que va orientando un poco la vida. Yo creo que todas las vidas son únicas y muy interesantes. Algunas igual llaman más la atención por el entorno, por el contexto…, la mía por dedicarme al mundo del periodismo... Yo siempre digo que aterrizo como jesuita y que debo mi vocación, primeramente, a Dios, pero también a mucha gente que me ha ido enseñando valores profundos. Por ejemplo, Iñaki Gabilondo es uno de ellos, al margen de que cada uno exprese su fe de una manera distinta. Pero bueno: todo esto son cosas que tienen que ver con un Dios que va actuando en la vida, que va hablando y que va orientando.
- ¿Qué cosas has aprendido en general y, en concreto, de gente conocida como Iñaki Gabilondo?
- Yo estuve trabajando con él en la Cadena SER (donde permanecí casi 15 años, los primeros ocho en su equipo de “Hoy por hoy”). Teníamos un horario duro: entrábamos a las 12 de la noche, hasta las 9 o 10 de la mañana. Yo trabajaba en la parte de informativos con él. “Hoy por hoy” empezaba (todavía es así) a las 6 de la mañana y, cinco minutos antes de empezar el programa, Iñaki Gabilondo nos invitaba a los que trabajábamos en su equipo a salir a la terraza de la Gran Vía (donde están los estudios de la Cadena SER) para ver amanecer. Aquello nos ponía un poco nerviosos, porque uno aún no había terminado de redactar sus crónicas, de hablar con los corresponsales, de cerrar las conexiones… Pues bien: a Gabilondo se le ocurría eso y siempre decía lo mismo: “Mirad. Este amanecer es único. El de mañana será distinto”.
En suma, yo, con Iñaki Gabilondo, además de todo el aspecto profesional, he aprendido también a valorar las pequeñas cosas de la vida, a descubrir que la vida nos la jugamos en lo cotidiano, en lo que no llama mucho la atención. A mis alumnos les suelo decir que a mí no me han pasado cosas extraordinarias casi nunca: no veo apariciones ni levito cuando hago oración… Más bien, todas mis mañanas son fotocopias unas de otras (suena el despertador, te levantas, te duchas, desayunas, vas a trabajar… y así un día tras otro). Pero Gabilondo nos enseñó que la vida nos la jugamos en esos pequeños detalles: ver amanecer, descubrir la sonrisa de alguien, una palabra de ánimo en momentos en que uno está más cabizbajo… las pequeñas cosas de la vida, lo cotidiano.
- Vamos a hacer un pequeño recorrido biográfico por tu vida: ¿dónde naciste, en qué tipo de familia, era una familia cristiana...?
- Yo nací en Tudela (Navarra). En mi familia, hay un poco de todo. Hay gente que es más practicante y gente que lo es menos. Pero yo debo mi fe a mi familia, que me educó en colegios religiosos, primero en la Compañía de María y después, toda la parte de Secundaria y Bachillerato, en el colegio de los jesuitas. Mi fe se la debo a ellos (a los dos colegios y a mi familia), que me enseñaron a rezar. Incluso, se la debo también a los miembros de mi familia que se dicen no creyentes, pero que te enseñan, igualmente, valores profundos de la vida.
No me gustan mucho las etiquetas y nos pasamos la vida poniéndolas: éste es de derechas, el otro de izquierdas; éste es conservador, el otro progresista; éste es creyente, el otro, no creyente… No me gustan esas etiquetas, porque, en el fondo, todos los seres humanos nos basamos en lo mismo: el deseo de que la vida encaje un poco mejor en nuestro mundo y en cada uno de nosotros; el deseo de que nos abracen sin hacernos muchas preguntas y sin juzgarnos demasiado… A mí, todo eso me lo han enseñado personas que se dicen creyentes y otras que se dicen no creyentes. Yo doy gracias en mi familia por todos los que hay.
- ¿Y desde pequeño has frecuentado grupos de fe?
- A mí me enseñaron a rezar y, sobre todo los primeros años, yo tuve una relación muy personal con Dios. Era de oración diaria, como podía, como uno reza de pequeño, pero no he sido de formar grupos de parroquias. Yo creo que me costaba compartir mi fe, porque, a veces, tenemos miedo a hacerlo. Cuando yo dije que me hacía jesuita en un contexto como era la radio, la Cadena Ser y el grupo PRISA (que no es, precisamente, muy católico), me preguntaba cómo iba a decírselo “a todos éstos”.
Luego, uno habla con los compañeros personalmente y se da cuenta de que vivimos en un mundo de muchos complejos: gente que, a veces, presume de no tener fe, va y resulta que, en el fondo, alguna fe tiene. Pudiendo vivirla con naturalidad, tenemos miedo a compartirla, a decir en determinados ambientes que somos católicos… Yo creo que, de pequeño, me pasaba un poco eso. Como no me atrevía a compartir con otros, lo vivía en privado y, durante mucho tiempo, más bien personalmente. Después uno va madurando y ya piensa que tiene que vivirlo con otros, porque, en definitiva, la fe está para celebrarla y compartirla.
- La idea de ser sacerdote (y sacerdote específicamente jesuita), ¿te rondaba desde siempre o fue una cosa repentina?
- Bueno. Yo estudié, como he dicho, con los jesuitas y a mí hay cosas de los jesuitas que siempre me han gustado, porque los he visto como muy diferentes. La Compañía de Jesús es como el arca de Noé: hay “ejemplares” de todas las especies y algunos, además, son únicos. Pero me gusta la diversidad y a mí, en la Compañía de Jesús, me han enseñado a respetarnos en la diversidad.
Uno puede encontrar jesuitas de los que llamamos “conservadores”, otros más “progresistas”; los hay políticamente más “de derechas”, otros más “de izquierdas”… Y es bueno que aprendamos a convivir, porque lo que nos une es algo más profundo que la ideología: el Dios de la vida que nos ha invitado a hacer el mismo camino. A mí, de las cosas que me gustan de la Compañía es el respeto a la diversidad, cómo nos respetamos unos a otros, que no es indiferencia, sino ser capaz de apreciar en el otro parte de Dios y parte de ti mismo.
- ¿Y cómo es una jornada normal en la Compañía?
- Yo vivo en una Comunidad de jesuitas donde la mayoría son mayores, por lo que los ritmos son distintos. Yo trabajo en el colegio, me levanto pronto, hago mi hora de oración y después, a las 8 de la mañana, tras haber desayunado, me voy a trabajar al colegio.
Los jesuitas más mayores tienen otro ritmo distinto. Algunos están en la enfermería. Pero, como digo, los que estamos en vida activa trabajamos en colegios, otros en parroquias, otros en la Universidad, otros en el ámbito científico, otros en medios de comunicación…, porque en esto también hay una gran diversidad dentro de la Compañía. Cada uno tiene su trabajo y su misión. Compartimos la eucaristía, la oración, ratos importantes como la comida y la cena (que aprovechamos un poco para compartir cómo ha ido la jornada o la vida…). Ésa es nuestra vida comunitaria.
- Y la experiencia de ser jesuita después de periodista, ¿cómo es?
- Yo, antes de venir a Pamplona, estuve viviendo con los novicios, en el equipo de formadores, y, cuando ellos cuentan su vocación, te dicen dónde estudiaron, cómo era su familia, que estudiaron en la Universidad (si es que vienen con estudios universitarios) y terminan su relato con un “… entonces entré en el noviciado”, como si fuera el final de la historia. Varias veces he tenido que decir: “hombre, sigue contando, que lo más importante llega ahora”… Por lo menos, en mi caso es así.
Tengo que agradecer muchísimo de mi etapa en la radio, pero el gran regalo que me ha hecho Dios en mi vida (y me ha hecho muchísimos) es mi vocación a la Compañía de Jesús (junto con el sacerdocio), pues siento que piso tierra firme, en manos de un Dios querido, sostenido para la misión y para la vida comunitaria… Esto no quiere decir que siempre esté “contento”.
Cuando yo entré en la Compañía, me llamaban mis amigos de Madrid y de la radio, de la televisión, mi madre, mi familia, mi hermano… y me preguntaban continuamente si yo estaba “contento”. Todo el día con el “contento” a cuestas. Como la Compañía de Jesús se ha gastado mucho dinero en mi educación y tengo que ser educado, contestaba con buenas palabras, pero me daban ganas de contestar: “¡¡A ti qué te importa si estoy contento!!”. Contento, unos días, sí, y otros días, no, como todo el mundo. Creo que eso del “contento” es, a veces, una trampa de la sociedad de ahora, donde parece que tenemos que estar todo el día de fiesta en fiesta, pero la vida no es eso. Hay en ella etapas en las que nos comemos el mundo y otras en las que no nos levantaríamos de la cama. Y eso es vivir. Por eso, el sentimiento de “contento” me parece un poco superficial.
Yo preferiría que me preguntasen: “¿Tú crees que la vida tiene sentido con lo que estás haciendo?”. Ahí ya respondería que sí. Y vivo la alegría (que no es lo mismo que el “contento”) de sentirme útil, aprender de los otros, pisando tierra firme, en manos de Dios y pudiendo hacer algo por Él en la vida…
- Es curioso, porque tú tenías también una gran vocación de periodista, ¿no?
- Sí. Lo bueno que tienen las diversas “vocaciones” es que se pueden ir acumulando y que no son excluyentes. Ahora no me dedico a la radio ni a los medios de comunicación. Me dedico a dar clases de lengua y literatura, que me gusta mucho, y también doy clases de religión. No son vocaciones excluyentes. Me sigue gustando mucho la radio. A veces, la echo de menos y me gustaría volver a trabajar en ella, pero estoy feliz con lo que hago. Dejas de hacer una cosa, porque la vida consiste también en optar, discernir y elegir, no tanto lo que yo quiero, sino lo que pienso que Dios querrá que haga aquí y ahora.
- ¿Cómo y por qué estudiaste Periodismo? ¿Quizá por esa vocación de la que hablábamos?
- Estudié Periodismo, porque siempre me ha gustado esta disciplina y, dentro de ella, fundamentalmente, la radio. Me parece un medio mágico, menos manipulable que otros medios, más sincero, más en relación con la vida, que es sonido, gritos, risas…, algo que la radio te da y te lo hace sentir cercano. Así que, insisto, yo estudié Periodismo pensando en radio, con la suerte de que luego me dieron un trabajo en la Cadena SER nada más terminar (antes, incluso, ya estuve haciendo prácticas en Madrid).
- ¿Qué tal te fueron los estudios y cómo era tu relación con los compañeros de clase? ¿Sabían de tu experiencia cristiana?
- No demasiado, porque los años de Universidad eran años de estudio y yo estaba un poco “a otra cosa”: a descubrir si eran esos estudios los que me gustaban, a aprender de las asignaturas y a celebrar también la vida con mis amigos, disfrutarla e irme “de juerga”. Yo estaba más centrado en eso que en un tema vocacional que se decidió más tarde. Tenía el gusanillo de los medios de comunicación, el deseo de conseguir un trabajo en radio y, por suerte, pude conseguirlo después, con unas prácticas y un empleo en este medio.
- Cuéntanos tus primeros pasos y tu evolución como profesional de la radio…
- Como ya he dicho, yo, nada más empezar en la radio, entré en el equipo de Gabilondo. Al cabo de 8 años, el horario era un poco duro, porque haces una vida diferente a la de los demás (cuando la gente duerme, tú trabajas; cuando la gente trabaja, tú estás durmiendo…). Entonces, pedí el cambio, me lo concedieron y empecé a trabajar de corresponsal diplomático, que es el que hace los viajes internacionales con los reyes. Estaba en la sección de Internacional de la Cadena SER. Al cabo de un tiempo, el Jefe de Informativos (hoy Director General de La Sexta, Antonio García Ferreras) me preguntó si estaba “contento” con lo que hacía (¡otra vez con el “contento” a cuestas, ya antes de entrar en la Compañía!). Y le dije que me daba vergüenza cobrar lo que cobraba por hacer lo que hacía, estar todos los días de hotel en hotel de 5 estrellas y hacer un trabajo demasiado sencillo, pues en aquella época la información de la Casa Real no era como la de ahora.
En estos momentos, hay que tener mucho cuidado por todo lo que está ocurriendo en ella, pero entonces era una información muy institucional y no había que trabajar demasiado. Quince días antes de ir a los viajes internacionales me llegaba el dossier de prensa con el discurso que iban a pronunciar los reyes y yo, con eso, en mi despacho hacía las crónicas antes de montarme en el avión. En ese sentido, era un trabajo muy fácil. Le dije a mi jefe que el Periodismo tiene que servir para otra cosa: para dar voz a la gente que no la tiene, para contar historias que, a veces, no se leen… y que me daba un poco de vergüenza cobrar tanto por hacer eso.
- O sea, que ganabas mucho dinero…
- Sí, porque en aquella época los medios de comunicación (y, sobre todo, el grupo PRISA) ganaban dinero. Ahora, la situación está muy mal, pero entonces era la etapa del nacimiento de las cadenas privadas de televisión y de mucho movimiento en el ámbito de los medios. Mi jefe, al escuchar la respuesta que yo le di, me dijo: “Prepara las maletas, porque te vas a ir a Bosnia”. Y empecé a compaginar el trabajo de corresponsal diplomático con el de corresponsal de guerra. Aquel contraste de pasar de los infiernos del mundo a los palacios tiene mucho que ver con mi vocación.
A veces, cuando he contado esto, me han preguntado: “¿Tú qué prefieres: ir de hotel en hotel de 5 estrellas o vivir las tragedias propias de la guerra?”. Yo siempre contesto que, evidentemente, prefiero ir de hotel en hotel (ver, como veíamos, el Taj Mahal, en la India, o la Acrópolis, en Grecia, iluminados…); prefiero eso antes que ver gritar a una madre con su hijo muerto en brazos, como he visto en Kosovo, en Argelia o en lugares donde me ha tocado ver el dolor de la vida y el daño que nos hacemos los seres humanos.
Ahora bien, estos contrastes me han hecho ver que en la vida hay gente que tiene derecho a quejarse y gente que no tenemos derecho a quejarnos. Yo me incluyo en este segundo grupo: tengo un puesto de trabajo; todos los días como, meriendo y ceno (otros hermanos nuestros se irán hoy a la cama o se levantarán con el estómago vacío); cuando me levanto por las mañanas, mis compañeros de Comunidad me saludan; voy al colegio y los alumnos me dan los buenos días (mientras otros hermanos nuestros pasan horas y días sin que nadie les mire a la cara). ¿Cómo me voy a quejar? Me toca estar en el bando de los agradecidos y mi labor consiste un poco también en ayudar a otros a que vivan agradecidos.
- Así que la experiencia de corresponsal de guerra te ha marcado…
- Me marcó. En mi vida profesional, he conocido a personas relevantes que me han interpelado, como, por ejemplo, Nelson Mandela, con el que coincidí en un hotel de la capital de Mozambique, cuando fui a cubrir unas inundaciones que hubo en el año 2000. Lo vi y aproveché para acercarme y hablar con él. Me dijo, del bagaje que uno va llevando en la cabeza y en el corazón: “Nunca seas rehén de tu pasado” (luego he descubierto que Jesús de Nazaret dijo algo parecido; que al que está mirando atrás en el arado, no le llega la gran noticia del Reino).
Si estamos siempre pendientes de lo que nos hicieron o de lo que nos dijeron, de lo que hicimos o de lo que no hicimos, nos perdemos la posibilidad de abrirnos al futuro y de ver cosas nuevas. Eso aprendí de Mandela. Así pues, hay personajes conocidos que me han enseñado mucho. Pero hay personajes “anónimos”, que no tienen rostro conocido, que también me han enseñado mucho en esos lugares de dolor, de guerra y de tragedia. Por ejemplo, muchos misioneros.
En los sitios a donde yo iba siempre veía misioneros y siempre me interpelaba mucho ver cómo en situaciones tan dolorosas se mantenían en una esperanza cuyo origen yo me cuestionaba. Me decía: “¿En qué apoyarán éstos su vida para ser capaces de mirar hacia adelante y de tener palabras de consuelo en medio de estas situaciones?”. Todo eso creo que tiene mucho que ver con mi vocación, con pensar y decidir lo que quería hacer con mi vida, por dónde quería ir… También he aprendido de mucha gente sencilla que es capaz de luchar y de pelear la vida, de sacarla adelante, de luchar por los suyos… Todo eso me ha ayudado mucho a descubrir mi propia vocación.
- Como corresponsal de guerra, supongo que te habrá tocado palpar la, a veces, vil condición humana. ¿Has tenido problemas como periodista en ese sentido? Cuéntanos experiencias de este tipo…
- Yo, en aquella época, no sabía diferenciar un tanque de un Kalashnikov y le pregunté a mi jefe. “¿Qué hago, si no sé nada de guerra?”. Me respondió: “Un poco de prudencia, de sentido común y tira para adelante”. En las zonas de conflicto coincidí con gente conocida, como Arturo Pérez Reverte y otro colega, Vicente Romero (que entonces trabajaba para RTVE en Informe Semanal), quien me ayudó a dar los primeros pasos en la corresponsalía de guerra con su experiencia.
Todos estos compañeros me enseñaron a no ir a zonas peligrosas, ser acompañado por el ejército de la ONU… trucos para sobrevivir en zonas de conflicto. Y allí ves el dolor que somos capaces de hacernos los seres humanos, porque una guerra es el desquicie total. Este mundo, a veces, lo desquiciamos con nuestro egoísmo, con nuestras ambiciones, con nuestros deseos de imponer siempre nuestros pensamientos y de que el otro opine como yo… Todas esas cosas son las que provocan la guerra. Yo creo que la guerra es un contraste entre el dolor y las semillas de esperanza en medio de situaciones muy duras, pues se ven también gestos de solidaridad. Nos está pasando, de igual modo, con la crisis: ver a qué nos ha conducido una determinada forma de vida, pero, en medio de todo, gestos de solidaridad, como los abuelos que dan toda su pensión para que viva toda la familia, personas que anónimamente dan tiempo, dinero, escucha... Es decir, que en los momentos más duros de la vida, se ve también que el corazón humano se agranda y que somos capaces de otras cosas.
- ¿Y es fácil informar en medio de una guerra? ¿Es fácil contar lo que realmente acontece? ¿Crees que tú lo conseguiste?
- No es fácil y no sé si yo lo conseguía, porque te manipulan por todas partes. Tú intentas contar lo que ves, siendo también consciente de que la objetividad (yo creo) no existe. Tenemos ojos y contamos lo que vemos, en lo posible. Hablas con una parte, hablas con otra, ves que unos y otros están intentando manipularte y tú, en medio de todo eso, intentas transmitir parte de la verdad, que, yo creo, no la tenemos nunca.
- ¿Cómo te las apañabas para trabajar? ¿Cómo enviabas tus crónicas?
- Yo dejé el Periodismo en el año 2000 para entrar en la Compañía. Desde ese año hasta ahora han cambiado muchísimo las tecnologías, pero yo iba con un teléfono satélite, que era un pequeño ordenador, desde donde yo podía enviar las crónicas para todo el mundo. Una cosa era cuando yo trabajaba para la radio (que es lo que yo he hecho mayormente), donde el trabajo es individual (porque tú haces tus crónicas, las envías y tú mismo eres el técnico… lo haces todo tú solo) y otra cosa es cuando trabajas para televisión. Aquí es un poco más complicado, porque ya necesitas un cámara, un realizador y un trabajo en equipo. Pero, en la parte de radio, yo tenía la posibilidad de enviar las crónicas desde ese teléfono satélite o desde el teléfono del hotel.
- En medio de todo esto, ¿cuándo y cómo decides dejarlo todo? ¿Qué ocurrió para irte?
- Yo creo que no hay un momento puntual, un día o una hora, sino una especie de recorrido, donde uno ha visto contrastes de la vida, mis propios contrastes (cómo vivía yo cuando hacía unas cosas y cómo vivía cuando hacía otras) y los contrastes del mundo (que es capaz de dar lo mejor de sí mismo y también lo peor). En medio de esos contrastes, yo me preguntaba de qué lado quería estar y por dónde quería orientar mi vida.
Como te he contado antes, desde que estudiaba con los jesuitas, me enseñaron a relacionarme con Dios, a orar, y siempre me interpelaba muchísimo la figura de Jesús de Nazaret: cómo era Él capaz de juntarse con los que nadie quería juntarse, de tomar opciones de vida que nadie se atrevía… y entonces empecé a plantearme que igual esto de la vocación podría ser una de las opciones.
Antes de entrar en el noviciado, estuve un tiempo de discernimiento, hablando con un jesuita de Tudela. Él me animaba a hacerme la pregunta que siempre se hacen los jesuitas y que debemos hacernos todos, no tanto dónde quieres estar tú, sino dónde crees que Dios te quiere, porque lo que Dios quiere para ti es lo mejor. “No dudes nunca de eso”, me decía. “Por lo tanto, si tú sientes que Dios te llama por ahí, adelante; si sientes que Dios te llama hacia el Periodismo, adelante”.
Pero la pregunta es dónde crees que Dios te sueña o te quiere y ése fue el interrogante que yo empecé a hacerme, hasta que probé a ver si Dios me quería en la Compañía, que yo sentía que era un grupo de compañeros con los que estaba a gusto cuando estaba con ellos. Y entré en el noviciado el 21 de septiembre del año 2001, fiesta de San Mateo.
- Cuando a tus compañeros de la radio les dices que te vas, ¿cómo reaccionan?
- Pues mira: ahí descubre uno mismo que está lleno de prejuicios, porque yo dije: “ahora, ¿cómo les cuento el paso que voy a dar a todos éstos que han estado, a veces, haciendo crónicas en contra de la Iglesia?”.
Pensé: “voy a hablar con Fulanito y, como me diga tal, yo le diré cual y le argumentaré no sé qué…”. Iba cargado con mis argumentos y me encontré que sorprendió mucho; y hubo gente que reconoció que también es creyente en medio del silencio. Hubo gente que se emocionó, lloró y me dio abrazos… me desmontaron todos mis argumentos y mis prejuicios. La acogida fue muy grande y muy respetuosa. Iñaki Gabilondo me despidió en su programa, que terminaba a las 12.20 de la mañana. Me quiso dedicar una canción y decir a qué me iba, pero se emocionó, lloró y no pudo terminar el programa. Yo siempre tengo un respeto grande a mis compañeros. El respeto es algo que me han enseñado siempre y que tiene que ver también con mi vocación.
- ¿Sigues guardando relación con esos compañeros?
- Mucha. Sí, porque yo creo que la amistad profunda no hay que perderla. Con Iñaki Gabilondo, nos apreciamos y queremos mucho. Cuando nos vemos, es una alegría grande. Y con otros compañeros del mundo del deporte, como Paco González, Manolo Lama (que estaban antes en la SER y ahora están en la COPE), Joseba Larrañaga (que hace la COPE de todos los días, por la noche)… tenemos mucha amistad. La mantenemos y la cuidamos. No siempre es posible verse, pero yo he aprendido una cosa en los jesuitas, pues, cuando yo entré en la Compañía, me enseñaron que los jesuitas no necesitamos estar siempre juntos para alimentar el cariño. Andamos dispersos por el mundo, cada uno en su misión, pero unidos en una misteriosa comunión, y yo creo que la amistad tiene mucho de eso.
La amistad profunda hay que cuidarla, pero no hace falta estar siempre juntos. Hay algo que te une. Los compañeros de la radio me llaman mucho y me dicen: “reza por mí, por mi familia, me pasa esto y te pido una oración… Yo no soy creyente, me dicen, pero, por si acaso, reza por mí”. Y bueno, para eso estamos.
- ¿Te has arrepentido alguna vez de haber tomado la decisión de hacerte jesuita después de ser periodista de éxito?
- No, nunca, nunca, y lo digo con mucho agradecimiento, porque no es cosa mía, lo siento como un don de Dios. Siempre me he sentido sostenido y nunca me han dado ganas de irme. He estado enfadado muchas veces, cansado, porque la vida (y también la vida comunitaria) cansa. A mí me preguntan: “¿Tú quieres a todos los jesuitas?”. Y respondo: “Vamos a ver. Primero, no conozco a los 16.000 jesuitas de todo el mundo. Si queremos que la palabra querer signifique algo y no la manipulamos, yo no puedo decir que quiero a todos, porque no los conozco. De los que conozco y con los que vivo, hay algunos a los que quiero muchísimo y otros a los que quiero a 100 kms., porque se hace difícil la convivencia, somos distintos…”.
Yo creo que no se puede querer a todo el mundo. Con unos me llevo mejor que con otros, tengo más sintonía personal, comparto más cosas, tenemos amistad, funciona la química y la física… Ahora bien, una cosa es que no se pueda querer a todo el mundo y otra cosa muy distinta es ser anti-evangélicos. Con un compañero, con un profesor o con un alumno, puedo tener una relación más complicada, pero de ahí a despellejarle, a hacer comentarios… eso es feo, no sé si pecado, pero sí feo.
Yo no tengo que ser amigo de todos los jesuitas, porque la amistad es una cosa seria (con los amigos uno se ha peleado, ha compartido cosas profundas… y eso no se puede hacer con todo el mundo). Lo digo también porque sé que algunas religiosas sufren mucho, pues no se llevan bien con la hermana tal o la hermana cual. Yo les digo que no tienen por qué llevarse bien, no tienen por qué ser amigas, pero que no podemos ser anti-evangélicos, porque esos comportamientos no nos ayudan.
- ¿Qué labores y destinos has tenido en la Compañía de Jesús?
- Hice los estudios de Filosofía y Teología en la Universidad de Deusto, en Bilbao; después me mandaron a hacer la tesis a Dublín (Irlanda), donde estuve dos años; luego me destinaron a colegios, algo a lo que nunca había pensado dedicarme y es otro de los regalos de la vida (acompañar a los chavales en su crecimiento, en sus peleas, sus luchas, sus sueños…). He estado trabajando en los últimos años en el colegio de San Sebastián y ahora estoy destinado al colegio de Pamplona. Y, en medio de eso, me destinaron un año a una experiencia en México, para trabajar con los emigrantes que atraviesan toda Centroamérica en busca del sueño americano y buscando un mundo un poco más justo. Ésa ha sido mi experiencia: de estudios y de trabajo en colegios.
- Ahora tenemos un Papa jesuita que se ha revelado como un gran comunicador (algo que nos interesa mucho a los periodistas), con un lenguaje y unos gestos sencillos, que se entienden, que llegan a la gente. ¿Cuál es tu opinión, como periodista y como jesuita, del Papa Francisco?
-Pues mira: hace unos días leía una columna de opinión de Carlos Boyero, el crítico de cine del diario “El País”. Se titulaba “El milagro” y hablaba del Papa como un milagro, que, incluso, conecta con gente que no ha sido muy afín a la Iglesia o que sigue peleándose en el tema de la fe. Conecta por su sencillez, porque se le entiende, porque habla claro (y, al mismo tiempo, profundo), porque toca el corazón de las cosas que compartimos todos.
Como periodista, a veces lamento no dedicarme a esto ahora con el Papa Francisco, porque da mucho juego, pues rompe barreras. A los periodistas nos gusta que no nos pongan barreras, que no nos pidan formularios previos, que uno descuelgue el teléfono y la otra persona se ponga sin tantos obstáculos. En ese sentido, este Papa es cercano. Concede entrevistas cuando se lo piden, no pide nunca formularios previos, y esto, a los periodistas, nos ayuda a sentirle como una persona cercana. Y como jesuita, rezo mucho por él, porque es un hermano de mi congregación en una etapa difícil del mundo y de la Iglesia, donde no lo tiene fácil. Me gusta verle sonreír y que lleve las riendas de la Iglesia con sentido del humor, porque tenemos que reírnos un poco… No somos perfectos y en la Iglesia tampoco, pero es importante que las cosas no se apoderen de nosotros, sino que las vayamos controlando.
En ese sentido, este Papa me da seguridad, porque no me parece asfixiado por las angustias o penalidades, sino con la esperanza de saber que tenemos lo más importante con nosotros (el Señor, quien está de nuestra parte) y que el evangelio es buena noticia. Yo creo que eso lo transmite. Ha sido una sorpresa, porque los jesuitas no estamos destinados ni para ser obispos (San Ignacio no lo quería) ni, mucho menos, para ser Papas (éste es el primer Pontífice jesuita de la historia). Pero, si Dios va por ahí, dejemos que el Espíritu actúe y pidamos por él. No nos desgastemos en comparaciones. La Iglesia ha tenido muchos Papas y todos han aportado cosas distintas y muy grandes. Los jesuitas me enseñaron de pequeño que comparar es de mala educación. Vamos a dar gracias porque tenemos Papas distintos, con matices diversos, y vamos a ser capaces de aprender de todos ellos.
El podcast del programa en cuestión está en el siguiente link: http://www.ivoox.com/programa-navarra-radio-maria-13-enero-2014-audios-mp3_rf_2707280_1.html?autoplay=1
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