Teresa María Pérez es religiosa del Hogar de la Madre
No le faltaba nada y pensaba en el suicidio... el testimonio de un joven melenudo empezó su cambio
La historia de Teresa María Pérez, que hoy es religiosa del Hogar de la Madre, se parece en sus inicios a la de muchos adultos jóvenes de la España de hoy: una familia de "buenos valores" que iba a misa a veces, un abandono de la práctica religiosa en la adolescencia, una vivencia parroquial árida... y un encuentro de la fe en el testimonio y la Eucaristía. Ella lo cuenta así.
"Yo soy de Torrelavega. Nací en el seno de una familia con unos valores muy buenos. Una familia muy unida, nos ayudamos mucho, a mí me han inculcado valores como el trabajo, la fidelidad, el respeto por los demás, la bondad hacia los demás, el ayudar, el no criticar...", explica.
"Hice la Primera Comunión. Casi no recuerdo ni a los catequistas que tuve, ni el contenido de las clases. El único recuerdo que tengo es que el día antes de hacer la Comunión, realizamos una práctica de tomar el pan y decir: ´ahora no está Jesús; mañana cuando hagamos la Comunión, ya estará Jesús´. Es el único recuerdo que me ha quedado de ese etapa, nada más".
"Continué yendo a Misa después de la Primera Comunión, pero un poco obligada por mi madre, no porque tuviese mucha interés en ir. Nos confesábamos en Pascua, pero también obligados por mi madre", recuerda.
En el instituto, en la adolescencia, se llevaba bien con todos. "Me gustaba divertirme, pero por los valores que a mí me habían inculcado tenía una serie de cosas claras. No buscaba el emborracharme. El tema de la pureza también lo tenía muy claro". Pero a los 14 años dejó de ir a misa y Dios no tenía ningún papel real en su vida.
"Yo tenía en mi mente la posibilidad de hacer la Confirmación, porque era algo típico. También quería casarme por la Iglesia, eso lo tenía claro". Pero retrasaba la Confirmación porque le agobiaba dedicar 2 o 3 años a la catequesis.
Primera vivencia de fe
Su primera experiencia religiosa de verdad fue en unas convivencias de fin de semana que organizó el profesor de religión en el colegio.
"Mi pensamiento fue: un fin de semana fuera de casa con los amigos, fenomenal, estupendo. Me apunto. Esa era mi visión, ninguna otra intención".
Lo primero que abrió su corazón fue escuchar allí el testimonio de jóvenes con fe. ¡Incluso de chicos con melena!
"Descubrí que Dios existía, que Dios tenía una relación con cada alma y que Dios tenía un proyecto para cada persona. Y eso lo descubrí a través del testimonio de varios jóvenes que hubo en esas convivencias. A mí me impresionaron mucho. Recuerdo claramente la imagen de un chico, tendría ya unos 20 años, con una melena bastante larga, y que él contó su testimonio y él contó cómo había sido hippie y como se convirtió en una explanada muy grande, tuvo allí una experiencia muy fuerte del Espíritu Santo y a raíz de esa experiencia él dejó toda su vida pasada, todas sus amistades y cambió totalmente. Y así varios testimonios. Entonces me impresionó mucho el poder de Dios y a la vez yo dije, “¡Ay, madre!. ¿Y si Dios me pidiese a mí que dejase mis amistades? ¿Yo sería capaz? ¿Sería capaz de darle a Dios lo que Dios me pidiese? Y eso me inquietaba, porque yo soy una persona que normalmente cuando me comprometo a algo o cuando digo que sí a algo normalmente es para hacerlo".
Era una situación espiritualmente incómoda.
"Yo no conocía a Dios realmente. Sabía que Dios existía, que tenía una relación conmigo pero de alguna forma me asustaba qué podría pedirme Dios a mí".
Confesión... y un paso voluntario
En esas convivencia se confesó por primera vez en mucho tiempo: "fue una confesión de niña; las confesiones que yo había hecho toda mi vida eran con la mentalidad de niña; había muchas cosas que yo realmente estaba viviendo mal, pero yo no tenía esa capacidad de verlo en aquel momento".
Y por primera vez dio un paso voluntario hacia Dios.
"El domingo en la misa hicieron una especie de acto simbólico que consistía en que pues si estabas dispuesto a ponerte en las manos de Dios para lo que Dios quisiera de ti, tenías que coger una ramita y ponerla en el momento del ofertorio encima del altar. Como un acto simbólico, simplemente de generosidad, de querer entregarte a Dios. Y parece algo muy tonto pero para mí suponía mucho, porque yo quería hacerlo, pero a la vez me daba miedo. Me daba miedo porque yo decía, “si yo hago este acto y me comprometo a decirle que sí a Dios para lo que quiera y me pide algo que yo no voy a ser capaz de darle, ¿qué?”. Entonces era una lucha tremenda, una cosa tan tonta pero una lucha tremenda. Y de hecho empezó la Eucaristía y yo estaba dándole vueltas y dándole vueltas. Y en el momento concreto yo me sentí empujada interiormente. Yo a esto lo llamo “empujones del Espíritu Santo”. No he tenido muchos en mi vida pero he tenido varios de los que soy consciente, porque van en contra de mi razón. Salí la primera, cogí la ramita, la puse encima del altar y me volví a mi sitio. Y pensaba: ´ay, Madre, ¿qué he hecho?´. Y recuerdo el momento de la paz: no sé ni quien me dio la paz, pero recuerdo que el apretón de manos en el momento de la paz me transmitió una paz inmensa, inmensa, inmensa. Y me quedé tranquila y dije: “Ya está. El Señor se encargará. Que me tenga que pedir lo que me tenga que pedir, que yo….ya está”.
Teresa volvió entusiasmada a casa.
"Le dije a madre, “mamá, a partir de ahora ya todo ha cambiado, yo no puedo volver a ser la misma. Todo es distinto. Dios existe. Dios me ama. Esto lo cambia todo”. Volví a clase, hablé con amigas que no habían estado en las convivencias... y, claro, nadie me entendía".
La aridez parroquial
Pero una cosa es una convivencia, y otra la aridez de la vida parroquial para un adolescente.
"Empecé a ir a misa los domingos, empecé a leer los evangelios, y de esas convivencias un grupo de jóvenes empezamos a juntarnos todas las semanas para hacer oración. Lo que pasa es que era una oración que no hacíamos en la Iglesia delante del Santísimo sino que nos reuniéramos en una sala de la parroquia. Ni me llenaba, ni me atraía, ni nada. También veía mucha incoherencia. Esta misma gente me los encontraba los fines de semana borrachos. Leíamos un poco de la Biblia, comentábamos... pero no era hacer oración realmente, no es ese diálogo del alma con el Señor ante el Santísimo. Me fui alejando".
Se apuntó después a unas catequesis de confirmación porque la preparación era breve, de unos meses.
"Ese año en catequesis de confirmación nos confirmamos unos trescientos jóvenes. Que se dice pronto, pero son muchísimos jóvenes. Y es curioso porque también la mayoría no éramos de la parroquia sino yo creo que muchos habíamos aprovechado “la oferta” de la catequesis". Ella formaba parte de un grupo de confirmación de unas 30 chicas más mayores, de 17 a 25 años.
La religiosa que atendía este grupo era una buena predicadora.
Una buena predicadora
"Empecé a oír a la hermana hablar, mis ojos y mis orejas se abrían y no salía de mi asombro. Para mí era todo un mundo desconocido. En mi vida había oído hablar así. Del pecado, de la vida de la gracia, de la llamada a la santidad, de la pureza, o sea, para mí todo era nuevo, yo no había oído hablar nunca así, nunca. Era una cosa increíble. Porque claro, si esto es verdad esto cambia muchísimas cosas".
Y es que aunque tenía amigos, familia, ganas de estudiar informática, no tenía mayores problemas... Teresa había llegado a plantearse fríamente el sentido del suicidio. Porque, ¿qué sentido tiene vivir?
"Todas las semanas esperando a que llegue el fin de semana. Llega, salgo con mis amigos, me lo paso muy bien, llega el domingo por la noche y ¿qué? Es una sensación de vacío tremenda y otra vez a empezar, ¿y eso para qué? ¿Qué sentido tiene todo eso? Esa experiencia de vacío yo la iba teniendo muy fuerte, tan fuerte llegó a ser en algunas circunstancias que llegué a plantearme la posibilidad del suicidio, fríamente. Yo creo que lo que me retuvo en estos momentos así fue el pensar en aquello que había oído muchas veces, yo tenía claro que si yo acababa con mi vida, yo me condenaba. Y eso lo tenía en mi mente, siempre lo he tenido allí. Yo creo que eso me ha detenido en eses momentos de dificultad".
"No era soledad. Yo lo llamaría vacío de sentido, que es distinto. No llegué a hablar del tema del suicidio pero sí de este sentido de vacío con las chicas de clase, con las amigas con las que yo salía. Pero no podían darme una respuesta, porque ellas no tenían a Dios. En casa yo no se lo dije a mi madre, la quiero mucho y he tenido siempre mucha confianza con ella pero yo también soy muy introvertida y normalmente me guardo mucho las cosas y más si son sufrimientos normalmente tiendo mucho a guardarlos, a no exteriorizarlos".
En esta etapa para la confirmación Teresa fue cambiando.
La Confesión y la misa
"Antes iba a misa y me aburría mucho, la misa no me decía nada, las homilías me resultaban muy aburridas, no encontraba el por qué tenía que ir. Yo le preguntaba a mi catequista, “¿Por qué tengo que ir a misa los domingos?” Llegó el momento en que yo me confesé, que también fue como otro empujón del Espíritu Santo hacia el confesionario porque me costaba ir. Pero como que salí disparada y allí experimenté una limpieza tremenda".
Además, fue una ocasión de plantear sus dudas al sacerdote:
- Mire, estoy en COU, tengo muchas dudas porque tenemos filosofía, no tenemos religión, tengo un caos tremendo con tanto filósofo ateo y demás, así que estoy hecha un lío...
- ¿Quién es tu catequista?
- La hermana Isabel
- Pues, mira, le hermana Isabel ha estudiado filosofía. ¿Por qué no quedas un día con ella y le cuentas todas tus dudas?
"Hablando con la hermana me solté y le conté la experiencia de vacío y también como me sentía como un hámster en una jaula"
- Es que tienes razón. Si lo ves sin Dios, si lo ves sin fe, eso es así -dijo la religiosa. -Pero te doy un ultimátum: vete a misa todos los días.
- Vamos a ver. Voy casi arrastrada los domingos y tu me dices que vaya todos los días…Bueno, lo intentaré
- No, no. No lo intentes. Hazlo.
"Y de estos empujones del Espíritu Santo dije: lo haré. Y ya una vez que había dicho, “lo haré”, tenía que hacerlo. Y empecé a ir a misa todos los días. Recuerdo que una noche estaba leyendo en la cama y empecé a sentir una experiencia de vacío fortísima, fortísima. Pensaba ¿qué me pasa? ¿por qué este vacío tan grande? Hasta que me saltó el chip, ´no he ido a misa hoy´. La misa se había convertido en el momento central de mi vida y yo no me había dado cuenta".
Vida de fe estable
Después de confirmase se mudó a Bilbao, ahora estudiante universitaria.
"Yo ya había entrado en un grupo juvenil que era el Hogar de la Madre. Me ayudó mucho. Ya había empezado a vivir la oración diaria, la misa diaria, el rosario diario. Empecé a dar catequesis de comunión también en aquel año. Iba caminando hasta la universidad e iba rezando mi rosario, podía ir a misa antes de ir a clase. En la oración iba experimentando cómo el Señor me quería para Él. Hasta que tuve la certeza de que el Señor me quería para Él, porque tenía miedo de atribuirme un don que el Señor no me quisiese dar. Yo creo que en esa intimidad con el Señor, en ese diálogo con el Señor, Él se comunica contigo y te lo hace comprender. Y no he dudado hasta el día de hoy, yo no he dudado para nada de mi vocación, esa certeza nunca se me ha quitado".
"Siempre diré que estoy muy agradecida a mi padre porque mi padre ha trabajado muchísimo como obrero que era para poder pagarme a mí la carrera. De repente yo le digo, “mira, voy a entrar de monja. No sé si voy a acabar la carrera”, porque no sabía si tendría que comenzar el noviciado antes de terminarla, entonces de alguna forma como esas ilusiones… Ellos se preguntaban “¿es una locura?, ¿no es una locura?, ¿vas a ser fiel? ¿lo vas a dejar? ¿es una tontera que te ha dado ahora? ¿no lo es? ¿qué vas a hacer con tu vida?”. Claro, entonces, fue un acto muy grande de fe para ellos el fiarse de mí de alguna forma. A veces la vocación no se conoce hasta que no se vive".