Una forma de estar preparado de cara a su fiesta el 19 de marzo
«Los 7 domingos de San José» con la ayuda de San Juan de Ávila: cómo prepararse en este Año Jubilar
Estamos en pleno Año de San José después de que el Papa Francisco quisiera destacar su figura con motivo del 150 aniversario de la declaración del esposo de María como patrono de la Iglesia Universal, para lo que concedía también indulgencias plenarias durante este periodo que concluye el 8 de diciembre de 2021.
“Todos pueden encontrar en San José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud”, explicaba el Papa sobre este gran santo.
La fiesta de San José aparece ya en el horizonte. Se celebra el 19 de marzo y por todo el mundo se preparan actos y celebraciones para preparar esta solemnidad.
Los 7 domingos de San José es una tradicional preparación para esta fiesta y se realiza siguiendo una antigua costumbre de la Iglesia durante los siete domingos anteriores al día del Santo Patriarca.
Su origen se remonta al siglo XVI y consiste en acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen. Para ello, se suelen contemplar los principales misterios acontecidos a lo largo de su vida en la tierra entretejidos de gozos y dolores, en los que se refleja de algún modo toda vida humana.
Con motivo de este Año Jubilar, la basílica de San Juan de Ávila en Montilla, diócesis de Córdoba, ha querido sumarse y para ello ha elaborado con textos de los sermones del santo patrón del clero español una serie de reflexiones unidas a lecturas de la Escritura y oraciones para cada uno de los próximos siete domingos. Puedes descargar aquí los textos completos.
A continuación ofrecemos la reflexión que San Juan de Ávila hace sobre San José en cada uno de estos siete domingos:
Domingo 1
“El santo José tenía el corazón tan hecho uno con su esposa, que haberla de dejar era arrancársele las entrañas y partírsele el corazón. Y mirándola ya con ojos alumbrados por lumbre del cielo, ni se tenía por digno de estar delante de ella; y, arrojado a sus pies, regaba la tierra con lágrimas pidiendo perdón; y la Virgen se arrojó a los pies de él, rogándole se levantase a servir a Dios en el negocio que le había encomendado”. Sermón 75
Domingo 2
“Y pues San Juan Bautista, encerrado en el vientre de su madre, conoció y adoró al Hijo de Dios humanado, que estaba escondido en el virginal vientre de nuestra Señora, ¿con qué reverencia, humildad y amor adoraría el santo José al bendito Niño Jesús? ¡Cuán rico, cuán gozoso estaba el santo varón con verse diputado para servir a tal Hijo y tal Madre! ¡Y por cuán indigno se tenía y cuán chiquito se parecía para servir a tales Señores! Y como tal, pedía con grande instancia todas aquellas virtudes que, para conversar con Dios hecho hombre y con su Madre bendita, Dios sabía que había menester”. Sermón 75
Domingo 3
“Contó el uno al otro el dulce nombre de Jesús que el ángel les había dicho que pusiesen al Niño después de nacido; y fue muy particular gozo entre ellos de oír nombre tan excelente y consolativo como es Jesús, que quiere decir Salvador, y, como el ángel dijo, Salvador de pecados (cf. Mt 1,21). Y así creo que el santo José, por gozar del bien de este nombre, se arrojó en el suelo suplicando al Niño Jesús le perdonase sus pecados y diese gracia para no ofenderle”. Sermón 75.
Los restos de San Juan de Ávila, nombrado doctor de la Iglesia por Benedicto XVI, se encuentran en la basílica de Montilla (Córdoba)
Domingo 4
“¡Oh cuánto debemos a la Virgen! ¡Cuánto te costaría decir: «Os ofrezco, Padre, este Niño para que padezca por los hombres; sea azotado, escupido, muerto por ellos, para que con su muerte ellos vivan en la eternidad vuestra para siempre jamás»!
Reventábale al santo José el corazón de ver aquella Señora que por esposa le había sido dada. Y cuando consideraba que era madre de Dios, el corazón no le cabía en el cuerpo, y la ternura y lágrimas no le dejaban hablar, y daba alabanzas a Dios, que lo ha tomado por marido de la Virgen, y se le ofrecía por esclavo”. Sermones 64 y 75.
Domingo 5
“Tres cosas acaecieron a estos santos desposados José y María; conviene a saber: las grandes mercedes que Dios les hizo, la tribulación y prueba en que Dios los metió y el piadoso socorro que en el tiempo de la mayor angustia les envió. Notad bien y sabed considerar estas tres cosas, porque en ellas se encierra lo que nos acaece, no sólo en un día, mes o año, mas en toda la vida que en este destierro vivimos.
No se engañe nadie. Sepan todos que el lugar verdadero del gozo y descanso y prosperidades, el cielo es; mas este destierro es lugar de trabajos, y cuando Dios da alguna consolación o prosperidad, es porque no desmaye en las tribulaciones que tiene o porque cobre fuerzas para vencer las que le quieren venir
Dios es amigo de tener amigos probados, y no puede haber prueba sino con tribulación, ni pueden entrar en el cielo si no caminan por el desierto, ni celebrar Pascua de Resurrección si no pasan por Viernes Santo, que es día de pasión”. Sermón 75.
Domingo 6
“Dice el Señor: no me hice ángel, sino hombre para abajarme más; de mano de hombre he de recibir lo que he menester, de lo que ganare con su oficio con mucho sudor de su cara. ¡Oh humildad! ¡Oh pobreza, cuán amada sois de este Señor, pues os santifica, tomándoos en su misma persona, para después llamar bienaventurados a los humildes y pobres de espíritu! (cf. Mt 5,3). Por lo cual convino que la Virgen bendita fuese casada, para que, pues ella no podía a solas remediar las necesidades de su Hijo bendito, tuviese esposo que la ayudase. Porque así como se escribe de Adán que le dio Dios mujer para que le ayudase (Gn 2,18), así también no convino que la bendita Virgen estuviese sola en este ministerio, sino que se le diese varón que la ayudase y fuese semejable a ella”. Sermón 75.
Domingo 7
“De aquí nació lo que el Señor dijo en reprehensión de sus apóstoles, que deseaban mandar: El Hijo de la Virgen no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,28). De aquí nació el estar entre sus discípulos como quien sirve (Lc 22,27) y hacer aquella obra de que todo el cielo se admira, de lavarles el Jueves Santo sus pies, en testimonio que su corazón entrañablemente amaba el servir y aborrecía la vanidad del mandar y ambición de la honra y señorío; quiso tener Madre a quien se humillase y obedeciese, guardándole el respeto y preeminencias de Madre; y no contento con esto, se abajó más, a servir, obedecer y honrar a un hombre por ayo, que tenía en lugar de padre, para convidar a los hombres a ser obedientes y humildes, y tanto fuese más justa la condenación de quien, con mal consejo, otro camino tomase que el de su Cabeza, Cristo, y a éste siguiese, amase y obedeciese; para que, así seguido y obedecido, le diese aquí en este destierro gracia y después le llevase consigo a su santa gloria” (Sermón 75).
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