«La vocación es como cuando te enamoras; lo sé porque yo lo estuve», dice la madre María Luisa
La humanidad, sencillez, bondad, energía y buen humor de la madre abadesa de la comunidad de monjas Clarisas de Villaviciosa la convierten en una mujer entrañable. Acaba de celebrar sus bodas de oro como religiosa.
Lejos queda ya aquel 21 de noviembre de 1963 en el que realizó sus primeros votos, pero así todo, María Luisa Picado Amandi mantiene la ilusión de ese momento en el que entregó su vida a Dios con 18 años y se convirtió en monja de clausura. Nació en Colombres (Ribadedeva) y es la tercera de cuatro hermanos.
- ¿Cómo era su vida antes de entrar en el monasterio?
-Como la de una chica normal. Estudié la primaria como todas las niñas del pueblo y con catorce años me fui al colegio de monjas Felipenses en Cantabria, buscando una mejor preparación. Hicieron una gran labor con los jóvenes.
-¿Ya pensaba en ser monja?
-Yo tenía novio desde niña y no, no quería ser monja. Mi madre siempre me decía "ésta, para monjita" y yo me preguntaba "pero, ¿por qué tengo que ir para monja?". No quería que me casara, pero cuando le dije que me iba a hacer monja de clausura puso el grito en el cielo.
-¿Y al final pesó más Dios que su novio?
-Cuando yo tenía 16 años y él 18 me preguntó si formalizábamos la relación. Yo le contesté que sí, porque me encantaba estar con él, pero ya le dije que igual me iba monja. Él me respondió que saliéramos hasta que lo decidiera. Justo antes de venirme al monasterio, en abril, en un baile en enero, le dije que lo tenía decidido. Después recé mucho por él para que fuera feliz.
- ¿Se ha arrepentido en algún momento, a lo largo de estos 50 años, de no haber formado una familia?
-No me arrepiento, no. Lo que más me costó fue la disciplina. A mí me gustaba salir, divertirme... Pero sí, cuántas veces pensé en que como soy tan afectiva, de haber tenido hijos y marido, me hubiera entregado plenamente. Pero no me da nostalgia porque tuve una vida muy llena y espiritualmente estoy ligada a muchas personas. Es una maternidad distinta, pero no menos real.
-¿Cómo fue el momento en el que sintió esa vocación?
-Pienso que hay una llamada de Dios. Es como cuando te enamoras. Lo sé porque yo estuve enamorada de ese chico y tu vida cambia, tienes con un horizonte claro, le idealizas, tu felicidad está con él, tampoco puedes vivir sin él, es como un imán... Eso lo trasladas a terreno de Dios y ocurre lo mismo.
-¿Fue difícil decidir?
-Se metió Jesús y desplazó al chico, aunque también me tiraba. Es como cuando tienes dos novios y no sabes con cuál ir. Pero Dios tiró mucho y empecé a relacionarme más con él y la Biblia también comenzó a decirme cosas. Además, fue como que Dios me pidió exclusividad. Lo que peor llevó mi madre fue que me hiciera monja de clausura.
-Siendo de Colombres, ¿cómo recaló en Villaviciosa?
-Venía a Villaviciosa a ver a una hermana que tengo casada aquí y mi hermano estudiaba en el colegio San Francisco y también me tiraba mucho venir a verlo. La primera vez que vine al monasterio me trajo una amiga que venía a hacer un recado. Yo le dije: "Pero si a esas monjas no las puedes ver, que son de clausura". Y ella me contestó: "Sí, sí que puedes". Antes de ir le había insistido en que teníamos que ir al cine. Me chiflaba el cine.
-¿Cómo fue aquel primer contacto con el monasterio?
-Me impactaron las monjas por su alegría y lo felices que eran con tan poca cosa. Además, fueron muy atentas y humanas conmigo. Me pidieron que les bailara algo y yo, con 15 años, me puse a bailar lo que sabía mientras ellas cantaban. También les conté que tocaba el piano y me gustaba la música. Me deslumbró ese interés y cercanía. Poco a poco fui entablando una relación.
-Y siguió viniendo por el monasterio...
-Otro día, por Navidad, me apetecía venir y vine sola porque mi amiga estaba con fiebre. Lo pasamos muy bien juntas, bailando y tocando la pandereta. A partir de ahí empecé a pensar en ello, me dejaron libros... Yo seguía pensando en el muchacho, pero no con la misma fuerza.
-¿Y cómo reaccionaron en su casa?
-Me hicieron esperar hasta los 18 años, porque pensaron que era un capricho. Tuve que esperar 2 años, pero la idea la tenía fija. Mi madre no quería que fuera de clausura y fue a hablar con las monjas del colegio para que intercedieran, pero yo lo tenía claro. Pasé año y medio de formación como novicia y los primeros votos los hice el 21 de noviembre de 1963, pero celebré los 50 años el 18 de diciembre porque en esa fecha estábamos en ejercicios espirituales. La profesión religiosa la hice en manos de la madre abadesa María Jesús Bango, a la que le prometí obediencia.
- ¿Está contenta con su vida?
-Hago una valoración muy positiva. Llevo una vida totalmente gratificante. Cuando más me pesa la vida es ahora por las preocupaciones espirituales y materiales de la casa. Mi segunda vocación fue la música y dediqué toda mi vida a su estudio y composición. También me encargo de la formación general de las jóvenes monjas que entran en el monasterio.
Lejos queda ya aquel 21 de noviembre de 1963 en el que realizó sus primeros votos, pero así todo, María Luisa Picado Amandi mantiene la ilusión de ese momento en el que entregó su vida a Dios con 18 años y se convirtió en monja de clausura. Nació en Colombres (Ribadedeva) y es la tercera de cuatro hermanos.
- ¿Cómo era su vida antes de entrar en el monasterio?
-Como la de una chica normal. Estudié la primaria como todas las niñas del pueblo y con catorce años me fui al colegio de monjas Felipenses en Cantabria, buscando una mejor preparación. Hicieron una gran labor con los jóvenes.
-¿Ya pensaba en ser monja?
-Yo tenía novio desde niña y no, no quería ser monja. Mi madre siempre me decía "ésta, para monjita" y yo me preguntaba "pero, ¿por qué tengo que ir para monja?". No quería que me casara, pero cuando le dije que me iba a hacer monja de clausura puso el grito en el cielo.
-¿Y al final pesó más Dios que su novio?
-Cuando yo tenía 16 años y él 18 me preguntó si formalizábamos la relación. Yo le contesté que sí, porque me encantaba estar con él, pero ya le dije que igual me iba monja. Él me respondió que saliéramos hasta que lo decidiera. Justo antes de venirme al monasterio, en abril, en un baile en enero, le dije que lo tenía decidido. Después recé mucho por él para que fuera feliz.
- ¿Se ha arrepentido en algún momento, a lo largo de estos 50 años, de no haber formado una familia?
-No me arrepiento, no. Lo que más me costó fue la disciplina. A mí me gustaba salir, divertirme... Pero sí, cuántas veces pensé en que como soy tan afectiva, de haber tenido hijos y marido, me hubiera entregado plenamente. Pero no me da nostalgia porque tuve una vida muy llena y espiritualmente estoy ligada a muchas personas. Es una maternidad distinta, pero no menos real.
-¿Cómo fue el momento en el que sintió esa vocación?
-Pienso que hay una llamada de Dios. Es como cuando te enamoras. Lo sé porque yo estuve enamorada de ese chico y tu vida cambia, tienes con un horizonte claro, le idealizas, tu felicidad está con él, tampoco puedes vivir sin él, es como un imán... Eso lo trasladas a terreno de Dios y ocurre lo mismo.
-¿Fue difícil decidir?
-Se metió Jesús y desplazó al chico, aunque también me tiraba. Es como cuando tienes dos novios y no sabes con cuál ir. Pero Dios tiró mucho y empecé a relacionarme más con él y la Biblia también comenzó a decirme cosas. Además, fue como que Dios me pidió exclusividad. Lo que peor llevó mi madre fue que me hiciera monja de clausura.
-Siendo de Colombres, ¿cómo recaló en Villaviciosa?
-Venía a Villaviciosa a ver a una hermana que tengo casada aquí y mi hermano estudiaba en el colegio San Francisco y también me tiraba mucho venir a verlo. La primera vez que vine al monasterio me trajo una amiga que venía a hacer un recado. Yo le dije: "Pero si a esas monjas no las puedes ver, que son de clausura". Y ella me contestó: "Sí, sí que puedes". Antes de ir le había insistido en que teníamos que ir al cine. Me chiflaba el cine.
-¿Cómo fue aquel primer contacto con el monasterio?
-Me impactaron las monjas por su alegría y lo felices que eran con tan poca cosa. Además, fueron muy atentas y humanas conmigo. Me pidieron que les bailara algo y yo, con 15 años, me puse a bailar lo que sabía mientras ellas cantaban. También les conté que tocaba el piano y me gustaba la música. Me deslumbró ese interés y cercanía. Poco a poco fui entablando una relación.
-Y siguió viniendo por el monasterio...
-Otro día, por Navidad, me apetecía venir y vine sola porque mi amiga estaba con fiebre. Lo pasamos muy bien juntas, bailando y tocando la pandereta. A partir de ahí empecé a pensar en ello, me dejaron libros... Yo seguía pensando en el muchacho, pero no con la misma fuerza.
-¿Y cómo reaccionaron en su casa?
-Me hicieron esperar hasta los 18 años, porque pensaron que era un capricho. Tuve que esperar 2 años, pero la idea la tenía fija. Mi madre no quería que fuera de clausura y fue a hablar con las monjas del colegio para que intercedieran, pero yo lo tenía claro. Pasé año y medio de formación como novicia y los primeros votos los hice el 21 de noviembre de 1963, pero celebré los 50 años el 18 de diciembre porque en esa fecha estábamos en ejercicios espirituales. La profesión religiosa la hice en manos de la madre abadesa María Jesús Bango, a la que le prometí obediencia.
- ¿Está contenta con su vida?
-Hago una valoración muy positiva. Llevo una vida totalmente gratificante. Cuando más me pesa la vida es ahora por las preocupaciones espirituales y materiales de la casa. Mi segunda vocación fue la música y dediqué toda mi vida a su estudio y composición. También me encargo de la formación general de las jóvenes monjas que entran en el monasterio.
Comentarios