Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Repasando su diario de niña, entendió que Dios le llamaba

Lidia, a los 28 años: «Dejé mi trabajo, vendí mi piso, repartí mis cosas y comencé mi postulantado»

La historia vocacional de Lidia comenzó cuando tenía 11 ó 12 años, cuando visitó a unas monjas de clausura de Jerez de la Frontera.

J. de Aldecoa / ReL

Un diario ayuda a aclararse
Un diario ayuda a aclararse
Jesucristo dijo al joven: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, así tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mt. 19:21).

Así, Lidia Alcántara fue, dejó su trabajo, vendió su piso, repartió sus cosas "entre amigos, familiares y gente necesitada", y, a los 28 años, comenzó su postulantado con las Misioneras Claretianas.

La continuación del Evangelio de Mateo cuenta como “al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes”. Por el contrario, el sí de Lidia le ha confirmado “cuán feliz soy cuando me entrego a los más necesitados”, según cuenta ella misma en un testimonio publicado en el semanario Paraula, de la diócesis de Valencia.

Una experiencia a los 12 años
La historia vocacional de Lidia Alcántara comenzó cuando tenía 11 o 12 años, momento en el que empezó a visitar a unas monjas de clausura de Jerez de la Frontera. “Me invitaron a hacer una experiencia dentro del convento”, a lo que sus padres se negaron, por ser todavía muy pequeña.

Durante la adolescencia, empezó a fijarse en los chicos aunque, al mismo tiempo, “la vida religiosa seguía ejerciendo una gran atracción sobre mí”.

Su entorno le aconsejaba que se olvidara del tema porque "era una pena que una chica tan alegre y tan normal como yo, se metiera a monja". "Yo no entendía el comentario, porque la idea de vida religiosa que yo tenía no era ni triste ni anormal”, asegura.

Dejarlo todo por el trabajo
Al terminar el instituto, se implicó mucho en su parroquia a la vez que estudiaba su carrera de Económicas. Empezó a trabajar y a los nueve meses, una gran multinacional se puso en contacto con ella para ofrecerle un nuevo puesto en Canarias.

La decisión suponía abandonar todo, “mi familia, mis amigos, mi parroquia, mis seguridades”. Pero Lidia sentía que la propuesta iba mucho más allá, “sentí que Dios quería que abandonara todas mis seguridades. El trabajo que estaba aceptando era una simple excusa; lo verdaderamente importante fue el acto de confianza ciega en el Señor”.

La joven aceptó el trabajo, se trasladó a Canarias y allí se integró en una comunidad de seglares dentro de una parroquia de Misioneros Claretianos. Conoció el amor humano, realizó experiencias misioneras y se dio cuenta de lo feliz que era entregándose a los pobres.

Repasando sus diarios infantiles
En un momento determinado, se le ocurrió leer los diarios que había escrito desde pequeña. Al terminar, “tuve la certeza de que la protagonista de esa historia siempre había estado llamada a vivir su consagración bautismal de una manera especial y, por eso, le di mi sí”.

Eligió a las Misioneras Claretianas porque su carisma reflejaba todo lo que a Lidia le había inquietado desde pequeña.

A lo largo de estos años ha pasado momentos de todo tipo, buenos y malos, “pero Dios se ha mantenido firme en su llamada […] Para mí, Dios es mi Roca, el que llena de sentido mi vida, es el que me da fortaleza en mi debilidad, el único que está siempre ahí, habitando mis momentos de soledad y garantizando mi felicidad”.
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