Esta colombiana tuvo una infancia muy pobre, pero confiada en Dios
Caterine Ibargüen, oro olímpico y mejor atleta del mundo: «Antes de saltar me encomiendo a Dios»
Caterine Ibargüen ha sido elegida la mejor atleta femenina de 2018, según la IAAF (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo). A sus 35 años esta colombiana es la actual campeona olímpica de triple salto (oro que consiguió en Río 2016) y plata en los Londres 2012. Además ha sido campeona del mundo en otras dos ocasiones a la vez que ha conseguido hasta seis triunfos en la Liga de Diamante.
Sin embargo, esta atleta que también compite en salto de longitud no lo ha tenido nada fácil en su vida. Proviene de una familia muy pobre en la que apenas podían comer lo básico. Criada por su abuela desde muy niña debido a que su padre debió huir ante las amenazas de las guerrillas, Caterine confiesa que su éxito está basado en el esfuerzo y en una fe inquebrantable a Dios que le ha hecho afrontar cada acontecimiento de su vida confiada en esta relación filial.
"Le dedico este premio a Dios"
Esta antioqueña de 1,81 metros de altura y 70 kilos de peso es la segunda latinoamericana que logra ser reconocida como atleta del año, tras la cubana Ana Fidelia Quirós en 1989.
El príncipe Alberto de Mónaco, entregando a Caterine el reconocimiento como la mejor atleta del mundo en 2018
Esta mujer no oculta su profunda fe ni el éxito la ha llevado a que la oculte. De hecho, durante el galardón que la reconocía como la mejor del año y que le entregó el príncipe de Monaco, Alberto II, habló poco, pero no se olvidó de lo más importante: “No puedo con mis piernas, me están temblando. Le dedico este premio a Dios, a Ubaldo Duany (su entrenador) y a mi grupo de trabajo. Estoy supremamente feliz y no puedo hablar más”.
Una infancia feliz pero con muchas dificultades
Caterine, conocida también como la “Pantera negra” nació en un hogar pobre, pero a pesar de ello asegura que “mi infancia estuvo llena de alegrías”. Siendo muy niña ayudaba a su madre en una finca bananera en la que trabajaba. Su gran preocupación entonces era el hecho de ser la más alta del colegio San Francisco de Asís.
Quizás uno de los momentos más duros de su infancia se produjo cuando su padre tuvo que huir en 1993 debido a las amenazas de los grupos guerrilleros. “La niña siempre pensó que su papá la había abandonado, y reprochaba, le dolía. Pero yo le decía que era un asunto de vida o muerte”, afirma su abuela Ayola, que fue la persona que acabó criando a la mejor atleta colombiana de la historia.
"Una pobreza feliz"
Por ello, la abuela recuerda que “nunca tuvo un regalo de niño de Dios de mi parte, pero jamás pasó hambre. En esa época era una cosa o la otra: ¿para qué una muda de ropa si nos quedábamos sin dinero para comprar comida?”.
Sobre esos años, Caterine afirma, sin embargo, que tuvo “una pobreza feliz”.
Sus inicios en el atletismo tampoco fueron fáciles. Parecía destinada a tener que perseverar y sacrificarse hasta el extremo para cumplir sus sueños. Esta fe también fue fundamental en aquel momento, sobre todo cuando estuvo a punto de dejar el atletismo a los 24 años tras no clasificarse para los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008. En los siguientes, Caterine acabaría ganando la medalla de plata.
Dios siempre está presente al iniciar cada salto
Ahora a pesar de los triunfos que atesora no se ha olvidado de Dios. En una entrevista para el diario colombiano La Opinión mostraba de una manera muy gráfica el papel de la fe a la hora de competir: “Siempre que estoy parada en la línea para buscar mi salto, primero me encomiendo a Dios y luego pienso en mi familia, mi madre y mi abuela, para recibir las fuerzas necesarias y cumplir con mi objetivo”.
Y entonces cuando está a punto de realizar un salto importante o a las puertas de uno de los grandes éxitos que le han venido recuerda una frase de su madre Francisca: “Los tiempos de Dios son perfectos”.
"¡Dios ayúdame!"
En otra entrevista radiofónica Caterine Ibargüen compartía sus experiencias espirituales con el entrevistador: “Hablo con Dios. Por ejemplo, le digo: ‘¡Dios, no me vayas a dejar aquí metida! ¡Dios, ayúdame que tú me metiste en este cuento!’”.
Su relación con Dios no sólo se ha dado en los buenos momentos, sino que sobre todo se ha forjado en situaciones frustración o dificultad. Recordando cuando no pudo ganar en los Juegos de Londres explica: “Dios pone todo cuando tú eres capaz de asumirlo. ¿Por qué no gané en los Juegos Olímpicos? De pronto porque no era mi momento. De pronto Dios dirá: ‘Caterine no está apta para asumir este papel’”.
Ahora, convencida de que haciendo todo lo que puede y confiada en Dios se prepara para los JJOO de Tokio de 2020, a los que llegará con 36 años, y donde espera poner el broche final a su exitosa carrera deportiva.