Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

María José, discapacidad degenerativa total

Una joven tetrapléjica: Agradezco a Dios «la belleza de mi vida»

Agradezco a Dios «la belleza de mi vida» y pido «poder llevar las cruces de los que sufren»

AVAN

María José Solaz Viana ante el Santísimo
María José Solaz Viana ante el Santísimo
Una vecina de la localidad valenciana de Caudete de las Fuentes, María José Solaz Viana, de 36 años, afectada desde niña por una ataxia degenerativa que le produce desde hace diez años una discapacidad de grado legal máximo, reza todos los días dos horas a solas en su parroquia para pedir a Dios, entre otras cosas, “poder llevar la cruz de las personas que sufren” y en acción de gracias por “la belleza de mi vida”.
 
De ese modo, “me ofrezco al Señor” para que remitan “los males de quienes sufren y me piden que ore por ellos” o, “al menos, para que encuentren alivio”, ha explicado a la agencia AVAN María José, que es natural de Caudete, donde vive con sus padres.
 
María José recibió la noticia de su enfermedad con 9 años “cuando tomé la Primera Comunión” y precisa que “el último día que pude andar por mí misma fue el de mi Confirmación”, con 15 años. En los meses siguientes, su musculatura se fue atrofiando como consecuencia de la enfermedad que le afecta ya a todo el cuerpo. En 1995, su grado de discapacidad era del 95 por ciento, según los estudios médicos que se le hicieron, y hace ya una década llegó al cien por cien. Además de no poder mover apenas parte alguna de su cuerpo, desde hace años padece graves dificultades para oír, ver y, sobre todo, hablar.
 
Cartas a Dios para “agradecerle el regalo de cada nuevo día”
A María José le resulta especialmente difícil en los últimos meses su creciente incapacidad para utilizar el ordenador. Con él escribe, fundamentalmente, reflexiones y meditaciones, la mayoría de ellas espirituales y dirigidas, en segunda persona, a Dios. En una de ellas, a modo de una carta de amor y titulada “Gracias”, María José comienza diciendo: “Dios mío, gracias de todo corazón por haberme creado, por regalarme un nuevo día, por todo lo que me das y por lo que me darás porque, aunque me inquiete, siempre será lo mejor”. En otro pasaje, expresa su gratitud a Dios “por tu amor y por permitir que cada día me enamore un poco más de Ti, por ayudarme a llevar esta cruz, por hacerme fácil lo difícil o porque estás a mi lado en mis luchas diarias”. La carta concluye así: “Seguro que algún agradecimiento se me habrá quedado en el tintero de la memoria, así que lo mejor es darte las gracias por todo, Dios mío”.
 
En 1999, María José publicó, además, “Y a veces, Venus…”, un libro recopilatorio de algunas de sus poesías así titulado porque ese planeta “es lo que más brilla en la noche, como el Señor, el lucero que me despierta cada mañana”. En la actualidad, el avanzado estado de su enfermedad hace que “apenas pueda escribir ya”, pero “lo poco que escribo es muy gratificante para mí”.
 
“Lo más duro”, no poderse comunicar bien
A consecuencia de su enfermedad degenerativa, una ataxia de Friedreich que afecta progresivamente a su sistema nervioso y muscular, María José permanece desde hace dos décadas en una silla de ruedas. Durante los primeros años, utilizó una silla convencional ya que ella misma podía desplazarla. Con el paso del tiempo, tuvo que cambiarla por una eléctrica, que al principio también manejaba autónomamente pero, desde hace unos años, debe ser trasladada siempre por otra persona, al no poder accionar ya el mando de la silla.
 
A pesar de la magnitud de sus problemas físicos, afirma que “lo más duro” ahora para ella está siendo la soledad que nota ante su creciente dificultad para conversar con los demás, que es lo que le “encanta” hacer. También encuentra “alivio” a sus dolores intensos “mirando el crucifijo”. Tiene uno en su habitación rodeado por un rosario. “Me consuela mucho pensar que Jesús, siendo Dios, quiso pasar por la cruz por amor a nosotros”, afirma.
 
Los padres vendieron sus campos para dedicarse a ella por completo
Los padres, Pepe y María Luisa, ambos de 73 años, se encargan de todo el cuidado de María José en casa. El padre, campesino durante toda su vida, tuvo que vender sus tierras para poder dedicarse por completo a su hija cuando el grado de degeneración de la enfermedad lo requirió. Cuentan con ayudas económicas de la Administración pero, en palabras de María Luisa, que ha ejercido siempre como ama de casa, lo que “nos mantiene en pie es, sobre todo, la fe”.
 
Los esposos también destacan la “armonía familiar” y el “buen humor” que tratan de imprimir a cada momento. “Cuando veo a María José tristona, no tardo ni un momento en hacerla reír; entonces ella me dice que siempre estoy haciendo el tonto, y yo le respondo que es mejor así”, explica Pepe.
 
Después de comer, su padre la levanta en brazos y, con ayuda de la madre, la colocan en otro aparato especial con unas abrazaderas que la sujetan y la mantienen erguida, para estirar su musculatura y facilitar su digestión. Con él puede permanecer de pie casi dos horas, tiempo que suele aprovechar, además, para leer, una de sus actividades preferidas. Pepe y María Luisa colocan los libros sobre un amplio soporte de madera situado adecuadamente por debajo de los ojos de María José y van pasando las hojas. “Leo casi de todo: novelas de misterio o de aventuras, poesía, libros espirituales, biografías…”, enumera María José, que muestra su sentido del humor al añadir: “Me faltan horas para hacer todo lo que quiero”.
 
Mantiene plenamente su capacidad mental e intelectual
Con todo, su “ejercicio favorito” es el espiritual, que es también al que más horas dedica. Todos las mañanas Pepe la acerca hasta la parroquia del pueblo para que pueda rezar ante el sagrario, en una pequeña capilla anexa al templo, donde se celebra la misa de diario. Allí, pasa a solas dos horas. María José sonríe al advertir que ése es para ella “el mejor momento del día”. Al describir su grado de intimidad con Dios, expresa de forma figurada: “Hablo con Jesús cara a cara”. También participa en la vida celebrativa de la parroquia, como la adoración al Santísimo de los viernes o las misas del fin de semana, a las que acude junto con sus padres.
 
La ataxia que sufre María José no sólo atrofia paulatinamente su musculatura, sino que merma la coordinación de cualquiera de sus escasos movimientos. Sin embargo, el proceso degenerativo no ha afectado a su capacidad intelectual. “Desde pequeña ha sido muy inteligente; venían a casa los niños de la escuela para copiarse los deberes; y hoy día su mente sigue siendo una máquina registradora”, asevera el padre. María José es, pues, “totalmente consciente” de su situación, lo que no impide que la afronte con serenidad y entereza.
 
Crisis de fe
Hasta alcanzar ese grado de aceptación, no obstante, ha tenido que atravesar también profundos baches anímicos y espirituales. Ella misma reconoce que, siendo una veinteañera, tuvo una fuerte crisis de fe, ya que en esa época rechazaba de plano su situación. “No sólo iba perdiendo la salud, sino también a muchos amigos”, lo que le llevó a sentirse “sola y desgraciada, a pesar de que también había gente que me ayudaba”, recuerda. Incluso confiesa que estuvo “a punto de arrojar la toalla”.
 
Para superar su desánimo, reconoce que fue fundamental la fe que le transmitieron sus padres, el “ejemplo cristiano” de “mi tía Caridad” o la ayuda de sus dos hermanas, entre otras personas.
 
“Muestra extraordinaria de amor, fe y ganas de vivir”
El párroco de Caudete, Salvador Romero, define el testimonio de María José como “una muestra extraordinaria de amor, fe, superación y ganas de vivir”. El sacerdote, de 40 años de edad, hace hincapié, además, en el “altísimo grado de comprensión que tiene María José de su misión como intercesora entre Dios y los hombres, algo que nos corresponde a todos los cristianos, pero que en casos como el de ella se asume desde una coherencia fuera de lo común”.
 
Asimismo, el presbítero destaca el hecho de que “no sólo vive su situación con aceptación y paz, sino con gratitud e incluso generosidad, al ofrecerse a Dios para llevar también los sufrimientos de los demás”. Todo ello supone “una vida espiritual muy elevada”, lo que no “resta nada a su humanidad”, que se manifiesta por ejemplo en “su temor a que sus padres falten antes que ella”. Aun así, “ella vive esas lógicas incertidumbres con una enorme confianza en Dios”.
 
“Mi vida es bella”
María José explica que es esa “vida espiritual” lo que desde hace ya muchos años le permite “comprender que mi vida es bella”, así como manifestar que “no cambiaría nada” y que, a pesar de sus problemas, puede ser “feliz”. También afirma que se siente “amada de Jesús”, una de sus “preferidas”. “Dios no me ha maltratado, no me arrepiento en absoluto de haber confiado en Él y ni siquiera le pido que me cure con un milagro, sino que haga siempre su voluntad en mí”, agrega.
 
Para ella, el sentido de su vida radica en “saber que Dios me ama hasta el extremo” y que su discapacidad, su soledad… tienen sentido porque “me han ayudado a conocerle a Él” y porque, además, “puedo ofrecerle mi sufrimiento para ayudar a otros”. Preguntada sobre las personas que en su situación prefieren morir, responde que “si se acogieran a Dios, todo cambiaría”.
 
Además, “quizás viendo mi pequeñez, es como algunas personas puedan reconocer que Dios es grande” y que, “a pesar de cosas como las que me pasan a mí, es posible sonreír y tener muchos momentos buenos”. Con todo, al acceder a la publicación de esta entrevista aclara que “yo nunca he aspirado a nada grande” y que “el mérito de todo lo que he contado no es mío sino de Dios, que me da la fuerza; sin Él, todo esto sería imposible”.
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