Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Adviento

Infografía con el significado de la Corona de Adviento.
Significado de la Corona de Adviento. Infografía: diócesis de Querétaro (México).

por Angélica Barragán

Opinión

Nuestra sociedad, en su ávida búsqueda por lo superfluo y lo inmediato, ha suplido las piadosas y austeras prácticas del Adviento (tendientes a prepararnos para la gran fiesta de la Navidad) por todo tipo de excesos y caprichos. Así, los medios masivos y las grandes empresas, a partir de los primeros días noviembre, comienzan el bombardeo de cancioncillas, escaparates y adornos navideños. A esto se aúnan las grandes ofertas anunciadas con bombo y platillo así como los compromisos sociales que se multiplican en esta temporada, ocasionando un aumento notable del tráfico vehicular. De este modo, el Adviento (tiempo de recogimiento, oración y penitencia) lo pasamos entre tantas prisas, compras y fiestas que llegamos exhaustos, desvelados y ahítos a la gran celebración.

Por ello es común que, justo cuando comienza la temporada navideña, nos invada un dejo de melancolía e insatisfacción al ver terminados los superficiales festejos, que tan ocupados nos mantuvieron, y en los cuales el Niño Jesús fue el gran ausente. El ruido, las prisas y las trivialidades dejan, Navidad tras Navidad, sin el lugar que les corresponde en nuestro hogar y en nuestro corazón a Jesús, José y María.

Es tal la secularización que impera que, aun para muchos católicos, el Adviento se reduce a prender la vela correspondiente al tiempo que se repasa, mentalmente, la lista de pendientes. Hemos olvidado que esta "pequeña Cuaresma" es un tiempo litúrgico solemne y lleno de esperanza, en el cual nos preparamos espiritualmente para, como explica Dom Prosper Guéranger, los tres advenimientos de Cristo: primero, su venida histórica como un humilde Niño que fue el Cordero sacrificial ofrecido en expiación por nuestros pecados; segundo, su futura venida en gloria y poder, como Aquel que nos juzgará por nuestros pecados; y tercero, su venida presente como Eucaristía, que nos limpia de nuestros pecados con los sacramentos.

Pedro de Blois, citado por Dom Prosper Guéranger, explica: “Hay tres Advenimientos del Señor, el primero en carne, el segundo al alma, el tercero en el día del juicio… La primera venida fue, pues, humilde y oculta, la segunda misteriosa y llena de amor, la tercera será resplandeciente y terrible. En su primer Advenimiento, Cristo fue injustamente juzgado por los hombres; en el segundo, nos hace justos por la gracia; en el tercero juzgará en justicia a todo lo criado; en el primer Advenimiento fue Cordero, en el último será León, en el segundo Amigo rebosante de ternura”.

Como nos recuerda Dom Guéranger: “Nuestra Santa Iglesia pasa el tiempo del Adviento ocupada en esta solemne preparación al triple Advenimiento de Jesucristo; si, como las vírgenes prudentes, permanece con la lámpara encendida para la llegada del Esposo, nosotros, que somos sus miembros e hijos, debemos participar de los sentimientos que la animan y hacer nuestra esta advertencia del Salvador: 'Cíñase vuestra cintura como la de los peregrinos; brillen en vuestras manos antorchas encendidas; y vosotros sed semejantes a los criados que están en espera de su amo’”.

Y nosotros, ¿estamos preparándonos para recibir a Nuestro Señor y Redentor?

Roguemos a Dios que las luces con las cuales el mundo busca deleitarnos y seducirnos no nos hagan perder de vista la Luz del Mundo. Recordemos que el Adviento es el tiempo santo en el cual Jesús pasa los fríos días del invierno llamando, con gran ahínco, a la puerta de nuestra alma a fin de que, la llama de su inefable amor, logre transformar nuestro frío y duro corazón en un humilde pesebre para que el Verbo que se hace carne habite en él.

Vivamos este tiempo de Adviento con espíritu de penitencia, expiación y expectación de manera que podamos cambiar nuestros harapos por un vestido de fiesta y así recibir y adorar al Rey de Reyes, verdadero Dios y Hombre, lleno de gracia y de verdad y en cuyo santo nombre encontramos esperanza y consuelo.

Parafraseando a Dom Guéranger, aguardemos, con la humildad y pureza de un niño, la hora solemne en que el Sol de justicia aparezca de repente en medio de las más oscuras tinieblas; y, con toda la tierra, unámonos gritando de entusiasmo: “Te alabamos, oh, Dios; te ensalzamos, oh, Señor. ¡Oh, Cristo, Rey de la gloria, Hijo eterno del Padre!"

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