Miércoles, 11 de septiembre de 2024

Religión en Libertad

De lo útil y lo inútil

Las siete artes liberales, en una ilustración del 'Hortus Deliciarum' (c. 1180) de Herrada de Landsberg (Herrad von Landsberg).
Las siete artes liberales, en una ilustración del 'Hortus Deliciarum' (c. 1180) de Herrada de Landsberg (Herrad von Landsberg).

por Álvaro Fernández Texeira Nunes

Opinión

Una querida colega me comentó hace tiempo que su hermana a veces le toma el pelo porque considera que mi amiga tiene un enorme bagaje de conocimientos inútiles: sabe muchísimas cosas… pero no sirven para nada. Y es que el mundo en que vivimos es un mundo eminentemente práctico. Se valora lo que es útil. Y punto.

¿Por qué? Porque los conocimientos útiles sirven para algo: saber cocinar sirve para alimentarnos bien y/o para ganar dinero (cocinando para otros, dando clases de cocina, convirtiéndonos en exitosos YouTubers o TikTokers…).

Pero… ¿no está bien saber hacer cosas para obtener dinero? ¿Quién no quiere realizarse a través de un trabajo bien hecho cuando este, incluso puede ofrecerse a Dios? Pues yo creo que todos: no hay nada malo en ello. Pero… ¡siempre hay un “pero”! En este caso, el “pero” es que a veces parece que los conocimientos útiles son los únicos conocimientos que existen, los únicos conocimientos que un hombre debería tener. Y esto, es a todas luces falso.

Por ejemplo, si hoy en arquitectura está de moda el minimalismo, ello se explica porque es práctico, y bastante confortable. Pero sobre todo, porque permite bajar costos al constructor, al fabricante de muebles, etc. Y porque contribuyen a la Agenda 2030 y a la salvación del planeta apartamentos donde sea imposible criar niños. Porque si los apartamentos de los años 50 y 60 eran cajas de zapatos, hoy son estuches de anillos. Por eso Internet está lleno de videos que nos enseñan a organizarnos muy bien en muy poco espacio, sacándole el mayor partido posible a cada centímetro cúbico disponible. Y puede que esto sea necesario allí donde se padece una auténtica "crisis del metro cuadrado”.

Como si esto fuera poco, estos “estuches de anillos” no son para nada acogedores. No tienen una pizca de belleza, a diferencia de los edificios de principios del siglo XX, donde era prácticamente impensable ver rejas carentes de adornos. O balcones, fachadas y puertas sin elementos artísticos, aunque más no fuera una simple moldura. Salvo, claro está, que el destino del edificio fuera una cárcel o unas caballerizas. Aunque… pensándolo bien, algunas caballerizas de la era victoriana seguramente eran más bellas y acogedoras que muchos edificios modernos.

¿De dónde provenía ese sentido de belleza? De una cultura en la que además de las “artes serviles” (los conocimientos que servían para algo) se enseñaban las “artes liberales” (aquellos saberes capaces de liberar el alma humana). Estas artes son la Gramática, la Lógica, la Retórica, la Aritmética, la Geometría, la Música y la Astronomía. Para los antiguos griegos, la Música era el reino de las musas, y cada una de ellas era inspiradora de un arte particular: la historia, la poesía épica, bucólica, coral, sacra, la música propiamente dicha, etc.

Me dirán, por supuesto, que la Geometría sirve a los ingenieros para diseñar aviones, y que la Retórica sirve a los políticos para enfervorizar a las masas y ganar votos. Es cierto: es posible utilizar las artes liberales para fines prácticos. Pero en la antigüedad clásica, las “artes liberales” se estudiaban por el placer de saber, de conocer, de contemplar la realidad. ¿Por qué? Porque eso llenaba el alma de los hombres. Los hacía felices… ¡nada menos!

Y aunque los hombres siempre se habían interesado por el conocimiento de los dioses -en el caso de los politeístas- o de Dios -en el caso de los monoteístas-, tras la Encarnación del Dios vivo y verdadero se empezó a profundizar más y más en su conocimiento. A la ciencia que estudia el conocimiento de Dios se la denominó Teología. En su tiempo, esta ciencia llegó a ser considerada la decana de todas las ciencias, porque es el saber que mayor felicidad puede traer a los hombres, tanto en esta vida como en la vida eterna. Como dice la sentencia popular, “la ciencia más acabada / es que el hombre en gracia acabe, / pues al fin de la jornada, / el que se salva sabe, / y el que no, no sabe nada”.

Ahora bien, la sociedad “avanzó” y la tecnología absorbió la atención de los hombres, que se concentraron en la productividad y poco a poco fueron dejando de lado el bien, la belleza y la verdad... Claro, no era “útiles”. No “servían” para nada. Lo único necesario para ser feliz pasó a ser… “ganar dinero”.

¿Es el dinero la clave de la felicidad? Sin duda es necesario, pero también la comida es necesaria y a veces nos abstenemos de consumirla por un bien mayor: por cuestiones de salud, para estar más esbeltos, etc. Por otra parte, si hoy la Humanidad entera está desequilibrada, parecería que al menos parte del desequilibro se encuentra en la abundancia de saberes serviles y en la carencia de saberes liberales. El rechazo de las humanidades y el rechazo de la teología -por inútiles- resultan más que evidentes al contemplar el profundo vacío espiritual que caracteriza a nuestros contemporáneos. Lo trágico es que los hombres de nuestro tiempo ni siquiera saben qué es lo que les falta. Para muchos, Dios no existe: Dios ha muerto, simplemente porque no es útil.

Quizá debamos mostrar a los hombres de hoy que el bien, la belleza y la verdad, tan aparentemente inútiles, son absolutamente necesarios para encontrar esa felicidad tan esquiva… y que en última instancia, está en el Creador. De de lo útil y de lo inútil…

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