La cruz y la Iglesia
La visita de Benedicto XVI a Chipre fue un éxito memorable, como dijo el mismo Papa al despedirse del país. Como siempre, son palabras elegidas atentamente y no se refieren sólo al éxito exterior, innegable, del viaje, sino sobre todo a su significado más profundo. En efecto, el decimosexto itinerario internacional del pontificado -explícitamente presentado como una continuación del de Tierra Santa- fue importante ante todo para la gran is la mediterránea, que celebra el 50° aniversario de su independencia y todavía sufre una división innatural. Como mostró la misma ubicación de la nunciatura, donde el Papa vivió durante estos días y que está situada en la zona de amortiguación, controlada por los militares de las Naciones Unidas en el corazón de una capital partida en dos.
Pero el alcance del viaje, a un país ortodoxo, es histórico por el acercamiento ulterior a una autorizada y veneranda Iglesia hermana, que bajo la guía del arzobispo Crisóstomos II está decididamente comprometida en el camino ecuménico. Un proceso en el seno de las confesiones cristianas que constituye también una indicación y mira hacia el futuro en una región -como Oriente Próximo y Oriente Medio- atormentada y con demasiada frecuencia ensangrentada, donde el único camino realista hacia u na paz real y duradera es el diálogo a tres bandas entre cristianos, musulmanes y judíos. A pesar del estallido continuo de la violencia en un estado de tensión que parece insuperable, y también frente a las sombras de episodios horribles como la matanza y el asesinato de un hombre inerme, monseñor Luigi Padovese, testigo valiente de la verdad y de la paz de Cristo.
Es el misterio de la cruz, del que habló Benedicto XVI en una homilía memorable recordando en primer lugar que el hombre no puede salvarse a sí mismo de las consecuencias de sus propios pecados: cruz que, por consiguiente, más que signo de sufrimiento y de fracaso, es el símbolo más elocuente que el mundo necesita. Precisamente porque expresa el triunfo de Cristo sobre todo mal, incluido el último enemigo, que es la muecte, y significa la verdadera esperanza que no defrauda. Y hoy en Oriente Próximo y en Oriente Medio -dijo el Papa con su fuerza apacible- irradia esta esperanza todo cristiano que abraza la cruz y se encomienda a su misterio, sin abandonar, pese a las dificultades y las persecuciones crecientes, los lugares donde la Iglesia nació y floreció en los primeros siglos.
Según una tradición que se remonta nada menos que a los Apóstoles, los católicos y los cristianos -pero también cualquiera que se preocupe por los derechos humanos, comenzando por la libertad de conciencia y de religión- no deben olvidar a sus hermanos que viven en esta parte del mundo. A ellos estará dedicada la próxima Asamblea especial del Sínodo de los obispos, cuyo documento de trabajo entregó el Papa a los representantes de las comunidades católicas. Es un texto que confirma el realismo de la Iglesia y su disponibilidad a construir sociedades donde sea posible verdaderamente la convivencia pacífica. Gracias al misterio de la cruz, signo de la esperanza que trajo Cristo y que la Iglesia testimonia para el mundo.
Giovanni Maria Vian, director de L´Osservatore Romano
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