Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Fraternidad o muerte

Cartel de 'Vencer o morir'.
A partir de septiembre podrá verse en los cines españoles 'Vencer o morir', la película de Puy du Fou en la que Hugo Becker interpreta al héroe vandeano Charette.

por Angélica Barragán

Opinión

El 14 de julio se conmemora el inicio de la revolución que, al decir de Goethe, comenzó una nueva época para el mundo: la Revolución Francesa, la cual tuvo como finalidad el derrocamiento del orden religioso, político y social cristiano, sostenido por el trono y el altar.

El llamado Siglo de las Luces, con su filosofía naturalista e impía, dio paso a la revolución que, en nombre de la razón entronizó las emociones y exaltó las pasiones de tal modo que en lugar de alumbrar oscureció las conciencias, sembrando la muerte por doquier. Ya que, como bien afirmase Donoso Cortés, “para aquellas sociedades que abandonan el culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio, no hay esperanza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos".

Así, la Revolución Francesa, bajo el lema Libertad, Igualdad, Fraternidad, masacró, de la manera más cruel y despiadada, a miles de inocentes dejando a Francia, la hija primogénita de la Iglesia, sumida en una ola de violencia, de anarquía y de terror.

Sin embargo, la tribulación suele ser un campo fértil de donde brotan el heroísmo y la santidad, y la brutal impiedad aunada a la atroz persecución religiosa desatada por la Revolución Francesa provocó que en la región de la Vendée surgiese la heroica y ejemplar resistencia de unos hombres sencillos y humildes que, con el Sagrado Corazón de Jesús por bandera, bordado en sus ropas cerca de su corazón, sólo tuvieron un honor y una gloria: “El honor y la gloria de Dios.” El alzamiento contrarrevolucionario de los humildes vandeanos, que el ejército creyó poder extinguir en cuestión de días, fue tan formidable que la Convención Revolucionaria encomendó al general Turreau la nada encomiable tarea de arrasar con la región de la Vendée y de exterminar a todos los vandeanos utilizando, para ello, los métodos que fuesen necesarios. 

Para ello, el ejército republicano puso en marcha un plan de represión brutal contra los campesinos dejándoles solo dos caminos: aceptar la anticristiana filosofía revolucionaria o morir (fraternidad o muerte, en lenguaje revolucionario). Para ello, pusieron de ejemplo la ciudad de Barré, la cual fue incendiada por completo y todos sus habitantes fusilados.

Esto no mermó un ápice la determinación de los vandeanos de defender el reinado de Cristo. Por el contrario, los contrarrevolucionarios siguieron su lucha. Sus importantes victorias, obtenidas contra todo pronóstico, pero sobre todo su tenacidad, valentía y nobleza les ganaron la admiración y el reconocimiento de muchos, incluyendo al propio Napoleón.

Sin embargo, su fidelidad a los principios perennes de la Iglesia, que les impidieron aceptar las engañosas negociaciones ofrecidas por los revolucionarios; la evidente superioridad, en armas y número, del ejército; el arresto y asesinato de sus principales líderes; y todo ello aunado a una serie de reveses y traiciones, acabaron, después de tres años, con la magnífica y heroica resistencia de unos campesinos que suplieron sus pocas armas y su nulo conocimiento militar con su gran valentía, su fuerte determinación y su inquebrantable fe.

Esta fe fue la fortaleza de los vandeanos, quienes sufrieron una violencia tal que asombró y aterrorizó a varios revolucionarios. El general revolucionario Westerman llegó a exclamar: “Ya no hay Vendée. Ha muerto bajo nuestro sable libre, con sus mujeres y niños”. Una proclama de 1973 declaró: "La Vendée acabará despoblada... que el Terror no deje de estar a la orden del día y todo irá bien”.

Los métodos utilizados para aniquilar a los vandeanos fueron varios: las columnas infernales llamadas así por incendiar todo a su paso; el método del exilio, que consistía en colocar a los prisioneros, maniatados, en barcas previamente agujereadas para que se hundiesen en su paseo por el rio Loira; el envenenamiento de los pozos; la muerte de los prisioneros debido al hambre, al frio y a las enfermedades no atendidas. Además, los niños más pequeños fueron aplastados bajo los cascos de los caballos revolucionarios. 

La Vendée, aunque aparentemente derrotada, no ha sido olvidada. En 1985, el historiador francés Reynald Secher defendió en su tesis de Estado que la Vendée había sufrido un genocidio calculado por el mismo Estado. Y en 2007, nueve diputados franceses, basándose en los trabajos de los académicos Secher y Ragon, presentaron una propuesta en la Asamblea Nacional, proponiendo el reconocimiento del genocidio vandeano. Sobra decir que la propuesta fue rechazada. Sin embargo, la sangre de los mártires siempre es fecunda y gracias a ello, no solo no se perdió la fe en Francia sino que de ella, siguieron surgiendo grandes santos entre los que destacan el Santo Cura de Ars (San Juan María Vianney) y Santa Teresa de Lisieux. Además, la lucha por defender el reinado social de Cristo de los vandeanos sigue sirviendo de ejemplo e inspiración para nuestros tiempos, en los cuales la revolución en curso sigue buscando la inversión de la ley natural a través de una nueva religión que, a la vez que endiosa al hombre, busca eliminar toda oposición a su perverso objetivo de desterrar a Dios de la faz de la tierra. 

Ante la soberbia e impiedad actual, hija del liberalismo revolucionario, siguen resonando las sabias palabras de San Pio X (Notre charge apostolique): “Debemos repetir con la mayor energía en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que cada uno se encarga de enseñar como maestro y legislador: la Ciudad no se puede edificar sino como Dios la ha edificado; la sociedad no puede establecerse a menos que la Iglesia ponga los cimientos y supervise la obra; no, la civilización no es algo por descubrir, ni la Ciudad Nueva se construye sobre nociones vagas; ha existido y aún existe: es la civilización cristiana, es la Ciudad Católica. Solo tiene que ser establecida y restaurada continuamente contra los ataques incesantes de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad".

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