Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El más santo entre los sabios

Santo Tomás de Aquiino, óleo de Evaristo Muñoz.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) fue canonizado el 18 de julio de 1323 por Juan XXII y proclamado Doctor de la Iglesia por San Pío V en 1567. Cuadro atribuido a Evaristo Muñoz, principios del siglo XVIII, Universidad de Valencia.

por Álvaro Fernández Texeira Nunes

Opinión

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Dicen los que saben que fue el cardenal Basilio Bessarión quien señaló a Santo Tomás de Aquino como “el más sabio entre los santos, y el más santo entre los sabios”. Quienes hemos leído y estudiado a Santo Tomás lo admiramos, ante todo, por su preclara inteligencia y su monumental sabiduría. Pero… ¿consideramos suficientemente su inigualable santidad? Quizá no lo suficiente…

Basta reflexionar un poco para advertir que el gran amor de Santo Tomás por la verdad era consecuencia de su gigantesco Amor por aquel que es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Toda la vida y la obra de Tomás se explica por ese amor: un amor que lo llevó, además, a estudiar a Aristóteles. De acuerdo con Josef Pieper, “lo que interesa a Tomás de Aristóteles no es Aristóteles, sino la verdad”; y más adelante: “En última instancia, no le interesa lo que Aristóteles pensaba, «sino cuál es la verdad de las cosas»”.

Así, el amor a Dios y el amor a la verdad son los fundamentos del camino hacia la santidad de Tomás de Aquino.

En estos tiempos de relativismo galopante y de sentimentalismo desenfrenado, Santo Tomás vuelve a ser referencia obligada para todos los católicos, desde el Papa hasta el último laico. Su amor por la verdad nos interpela, porque como él mismo expresó, “toda verdad, la diga quien la diga, proviene del Espíritu Santo”. ¿Buscamos en nuestra vida la verdad, con una pasión tal que nos acerque a la santidad? ¿Seríamos capaces de defender las verdades de la fe católica aunque en ello nos vaya la vida? Es bueno que nos lo preguntemos. Sobre todo, porque la caótica situación del mundo y de la Iglesia, más que augurar floridas primaveras, parece vaticinar sangrientos martirios… Por lo menos, esto parece cierto para todos aquellos empeñados en defender la fe de sus padres -y el derecho de transmitirla a sus hijos- hasta las últimas consecuencias.

Tomás no murió mártir, por supuesto; pero entregó su vida a la búsqueda, comprensión y transmisión de la verdad en todas sus formas. Hoy, a muchos de nosotros, el buen Dios nos pide algo parecido. “No nos pedirá cuentas -decía el padre Leonardo Castellani- de las batallas ganadas, sino de las cicatrices de la lucha”.

Esperamos que la Iglesia universal celebre del modo más solemne posible los setecientos años de la canonización de Santo Tomás de Aquino. Y que su amor a la verdad llene las almas de todos los católicos, a lo largo y ancho del mundo.

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