La mujer (I): Igualdad o diversidad con el varón
Dado que ser iguales no significa ser idénticos, la igualdad hay que entenderla en responsabilidades, derechos, deberes y dignidad, pero respetando lo específico de entrambos
por Pedro Trevijano
La historia de las diversas civilizaciones y culturas nos enseña que, casi siempre, la mujer se ha visto sometida al varón, y en consecuencia eliminada de la dirección de la vida social, sumisión debida fundamentalmente a estos factores: a) la diferencia biológica que supone la superior fuerza física del varón; b) las erróneas concepciones científicas sobre la procreación y el papel en ella del varón y de la mujer; c) las mujeres no accedían a la enseñanza superior; d) la duración media de la vida humana era muy inferior a la actual, lo que hacía que la existencia de la mujer, y por tanto su misión, se identificase con la crianza y educación de los hijos.
La inferioridad de la mujer era una realidad comúnmente aceptada, que ha perdurado hasta nuestros días y que aún no ha desaparecido del todo. La sensibilidad actual por la igual dignidad de los sexos y personas exige una seria verificación de los condicionamientos a los que están sujetos sus roles, por causa de las concepciones de muchas culturas, incluso contemporáneas.
Se defiende hoy cada vez más la igualdad entre ambos sexos, salvo en aquello en que somos complementarios. Dado que ser iguales no significa ser idénticos, la igualdad hay que entenderla en responsabilidades, derechos, deberes y dignidad, pero respetando lo específico de entrambos. Uno de los factores que más ha contribuido a este cambio ha sido el maquinismo, que al liberar a los seres humanos de su dependencia con respecto a la fuerza, ha hecho que los empleos más prestigiosos actuales no requieran gran fuerza física, sino que sean más bien cuestión de inteligencia, y sobre ésta está claro hoy en día con el acceso de la mujer al mundo de la cultura, que no hay ninguna diferencia colectiva entre hombres y mujeres. Ciertamente hay hombres muy inteligentes y mujeres que no lo son, pero hay también mujeres muy inteligentes y hombres que no lo son. Además, algunos hechos históricos como las guerras mundiales y el acceso de las mujeres a los estudios superiores, y sobre todo los procesos de democratización, les han permitido tomar conciencia de su situación al comparar su capacidad con la de los hombres y probar que pueden realizar tareas incluso en puestos importantes, en sitios que antes se creían reservados a los hombres, como el mundo de la economía, de los negocios, de la cultura, de la política, aunque es indiscutible que aún hoy la gran mayoría de altos cargos los ocupan varones, por lo que alguien comentaba, con cierta ironía pero con gran verdad, que no se podrá hablar de una igualdad plena entre ambos sexos hasta el día que una mujer tonta tenga las mismas posibilidades de ocupar un puesto de responsabilidad que un hombre tonto.
Actualmente las mujeres están en buena parte incorporadas al mundo del trabajo, lo que debiera ser correspondido, y con frecuencia lo es, por parte de sus esposos con una mayor implicación en las tareas educativas y de la casa. Muchas piensan que, aparte de la ayuda económica que supone, ello contribuye a su realización personal, si bien la dificultad de compaginar el trabajo fuera de casa y la maternidad, pues ambos requieren tiempo y dedicación, es una de las causas, tal vez la más importante, que hacen que la natalidad en nuestros países esté bajo mínimos, sin olvidar que hay empresas en las que el embarazo supone el despido. Con ello se oscurece el valor de la procreación, rehuyendo el tener hijos en la mayor parte de la vida matrimonial, y, dada la descristianización de nuestra sociedad, los medios que se emplean para ello incluyen con frecuencia la anticoncepción y el aborto.
Hoy no es fácil a las mujeres combinar carrera, matrimonio y familia, dado que las medidas legislativas todavía son insuficientes y no son muchas las empresas que contemplen medidas de conciliación, por lo que, con frecuencia, ellas tienen que dejar ocasionalmente sus trabajos, con lo que pierden posibilidades de promoción. La independencia económica lograda es muy importante, pero las exigencias de flexibilidad laboral y horaria que corresponden a las circunstancias de muchas mujeres hacen que su trabajo con frecuencia esté peor remunerado, que otro igual hecho por varones.
Incluso en la actualidad el trabajo doméstico está desvalorizado, especialmente en el mundo rural, y en consecuencia es necesario revalorizar socialmente la función materna, tan importante para el niño en sus primeros años, haciendo posible que la mujer pueda cuidar y educar a sus hijos. En lo jurídico no es raro encontrar sentencias escandalosas que relativizan la violencia contra las mujeres, aunque a veces sucede lo contrario.
Pero aún actualmente sigue sin reconocerse en muchos países, especialmente en los musulmanes y muchos del Tercer Mundo, que la mujer es de igual rango y valor que el hombre. «Hay lugares y culturas donde la mujer es discriminada y subestimada por el solo hecho de ser mujer, donde se recurre incluso a argumentos religiosos y a presiones familiares, sociales y culturales para sostener la desigualdad de sexos, donde se perpetran actos de violencia contra la mujer, convirtiéndola en objeto de maltrato y de explotación en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión» (Benedicto XVI, Discurso en el XX aniversario de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, 9-II-2008). La justicia requiere que se eliminen todas las formas de explotación de las mujeres y de las jóvenes como mano de obra barata. Si en un país hay ignorancia y miseria, la mujer es la más pobre, la más ignorante y la más esclavizada por trabajos agotadores y mal pagados. Millones de niñas, mucho más que los niños, están obligadas a llevar una vida carente de los derechos más básicos, incluido el de la educación. La violencia de tipo sexual o físico contra las mujeres es parte de la violencia cotidiana. Religiones como el Islam consideran a la mujer como totalmente subordinada al varón, e «incluso en la conciencia acuñada por el judaísmo y el cristianismo ha sido necesario un largo proceso para que se impusiera lo que hoy consideramos como una consecuencia obvia de la fe en la creación y en la redención» (Conferencia Episcopal Alemana, Catecismo Católico para Adultos II, Madrid 1998, 321).
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