Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Agua salada

El mar.
La belleza e inmensidad del mar son un recordatorio de la bondad de la Creación que nos sirve para relativizar la entidad del mal. Foto: David Aler / Unsplash.

por Enrique García-Máiquez

Opinión

La baronesa Blixen, siempre en nuestra memoria como en las de África, tiene una frase redonda que nos ha hecho mucho bien muchas veces: «La cura para todo siempre es el agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar». No hace falta explicarla, por su belleza. Precisamente, Jorge Luis Borges, para determinar la calidad de la poesía, escribió: «Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar». Sin embargo, voy a explicar la frase de la baronesa, porque luego mi explicación se nos olvidará y la frase seguirá trabajando en nuestro subconsciente, que será un subconsciente con el mismo mar de fondo, pero mejor informado.

La poesía de la frase no quita su precisión casi silogística. La cura de cualquier mal puede ser triple. La gran escritora pone primero el sudor porque ni daba una puntada sin hilo ni era posmoderna. Quiere decir, que, antes que nada, procede esforzarse para luchar contra ese mal. Enfrentarse a la maldad, a la fealdad, a la mentira y a la crueldad es la primera manera de arreglarlas. Por muy elegantísima baronesa danesa que una sea, hay que sudar la camiseta. No digo ya nosotros…

Después del sudor, las lágrimas, otra agua salada, como habrán comprobado alguna vez en su vida ustedes mismos. El mal que no se puede aplastar hay que llorarlo, y eso ya lo remedia a medias. No hay que acomodarse o decir que a fin de cuentas tampoco era tan malo ni reírle la gracia que no tiene. Si hay que llorar, se llora, y es la prueba de que uno no ha rendido su conciencia.

El último reducto, el mar. Su inmensidad frente al goteo del sudor y las lágrimas resulta imponente. Viene bien porque el mar, con su belleza, nos abisma en la trascendente verdad de la Creación. Nos recuerda que, aunque tengamos males a los que enfrentarnos, el mundo fue bien hecho. La realidad, en su extrema hermosura, es siempre inmensamente mayor que nuestros trabajos y nuestros sufrimientos. Decía Chesterton que éste no es el mejor de los mundos posibles, pero que este mundo haya sido posible es lo mejor que cabe imaginar. Frente al mar o bajo un cielo estrellado o a la sombra de una higuera es imposible darle al mal demasiada o ninguna entidad ontológica.

Todo eso se encierra en la breve frase impagable de Isak Dinesen, baronesa Blixen; y eso que a ella se le olvidó precisar que, además, se puede llorar (igual de saladas las lágrimas) de risa.

Publicado en Diario de Cádiz.

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