El tiempo en un hospital
La naturaleza, el cuerpo, y sobre todo el espíritu, tienen sus tiempos, sus ritmos, su desarrollo paulatino. "Piano, piano", sin prisa pero sin pausa, dicho en román paladino.
por José F. Vaquero
Hay personas que pasan mucho tiempo en un hospital, y no me refiero a los médicos, enfermeras y resto del personal sanitario. Pienso en los enfermos, graves o leves, terminales o con una sencilla pero importante intervención quirúrgica. Y no digamos el tiempo que pasan los acompañantes en estos centros. En todos los casos es una experiencia de espera y espera, largas esperas, sobre todo cuando las listas de pacientes se alargan, y parece que nunca llegará nuestro turno, ese que pasó ya hace tantos minutos. Es una espera que, en no pocos casos, termina en el mal humor, la queja y la impotencia.
Me ha llamado la atención, sin embargo, el paso del tiempo en la zona de quirófanos y sus alrededores, al menos para los pacientes. Parece que las manecillas del reloj se han parado, todo alrededor sigue un ritmo pausado, tranquilo. Como si no hubiera ninguna prisa. Comienza el preoperatorio y la enfermera, o el enfermero, pide al paciente que se cambie, le coloca la vía, y le pone un bote de suero, que va cayendo tranquilamente, gota a gota, sin prisa. En el momento apropiado se le traslada al quirófano, y el anestesista obra con la misma velocidad, tranquilamente, paso a paso. El cuerpo tiene su tiempo, su ritmo, y no se puede correr con el efecto de la anestesia. Esta se distribuye por el cuerpo a la velocidad de la sangre, latido a latido.
Termina la operación, cada vez más delicada y controlada, y el paciente es trasladado a la sala de reanimación, donde se le irá pasando el efecto de la anestesia, total, regional o parcial. Y la percepción es la misma: no hay prisa, hay tiempo en abundancia, y el cuerpo tiene que ir asimilando el cambio. De poco sirve correr, y el personal sanitario es el primero que recomienda al paciente esperar hasta que realmente se sienta con fuerzas. Si hay que esperar media hora más, no pasa nada; el cuerpo tiene su ritmo y su velocidad, y las prisas son malas consejeras. Los puntos o las grapas harán su efecto regenerador y sanador poco a poco, pausadamente, sin prisa.
En nuestro siglo XXI, que nada en el mundo tecnológico y virtual, hemos perdido la perspectiva de los labradores y ganaderos. La naturaleza tiene su ritmo, su velocidad pausada. Y el trigo o la vid no crecen y maduran cuando le damos a un botón, como cuando apretamos el mando de la televisión o enviamos un mensaje por WhatsApp. Cuenta la leyenda china cómo el hijo impaciente de un labrador estropeó el huerto que le regaló su padre: todas las noches iba a estirar un poco el tallo de las plantitas, para que así creciesen mejor. Y a las pocas semanas, las plantitas se secaron, pues tenían buena parte de la raíz fuera de la tierra. La impaciencia estropeó los frutos de la huerta.
La hierba crece de noche, decía un gran periodista. Crece despacio, en la tranquilidad del día a día, del paso a paso, de la savia que va subiendo, poco a poco, por el tallo, y se distribuye por las ramas. Y poco conseguiríamos enchufando en una rama, como “en vena”, un litro de savia. Hasta la luz, el elemento físico que más rápido se mueve, tiene su velocidad, no goza de una movilidad instantánea, inmediata.
En este mundo tecnológico escuché a un director de desarrollo informático que la naturaleza tiene sus ritmos, e igual los proyectos informáticos. Entendemos que una mujer gesta a un niño durante nueve meses, es absurdo pensar que nueve mujeres lo gestarán en un mes. Hay que respetar los ritmos y los tiempos, y sólo así llegaremos lejos.
Queremos controlar y planear tanto el futuro que perdemos de vista el presente, el tiempo que Dios nos da aquí y ahora, y que es lo único que realmente tenemos. La naturaleza, el cuerpo, y sobre todo el espíritu, tienen sus tiempos, sus ritmos, su desarrollo paulatino. Piano piano, que dicen los italianos. O sin prisa pero sin pausa, dicho en román paladino.
Me ha llamado la atención, sin embargo, el paso del tiempo en la zona de quirófanos y sus alrededores, al menos para los pacientes. Parece que las manecillas del reloj se han parado, todo alrededor sigue un ritmo pausado, tranquilo. Como si no hubiera ninguna prisa. Comienza el preoperatorio y la enfermera, o el enfermero, pide al paciente que se cambie, le coloca la vía, y le pone un bote de suero, que va cayendo tranquilamente, gota a gota, sin prisa. En el momento apropiado se le traslada al quirófano, y el anestesista obra con la misma velocidad, tranquilamente, paso a paso. El cuerpo tiene su tiempo, su ritmo, y no se puede correr con el efecto de la anestesia. Esta se distribuye por el cuerpo a la velocidad de la sangre, latido a latido.
Termina la operación, cada vez más delicada y controlada, y el paciente es trasladado a la sala de reanimación, donde se le irá pasando el efecto de la anestesia, total, regional o parcial. Y la percepción es la misma: no hay prisa, hay tiempo en abundancia, y el cuerpo tiene que ir asimilando el cambio. De poco sirve correr, y el personal sanitario es el primero que recomienda al paciente esperar hasta que realmente se sienta con fuerzas. Si hay que esperar media hora más, no pasa nada; el cuerpo tiene su ritmo y su velocidad, y las prisas son malas consejeras. Los puntos o las grapas harán su efecto regenerador y sanador poco a poco, pausadamente, sin prisa.
En nuestro siglo XXI, que nada en el mundo tecnológico y virtual, hemos perdido la perspectiva de los labradores y ganaderos. La naturaleza tiene su ritmo, su velocidad pausada. Y el trigo o la vid no crecen y maduran cuando le damos a un botón, como cuando apretamos el mando de la televisión o enviamos un mensaje por WhatsApp. Cuenta la leyenda china cómo el hijo impaciente de un labrador estropeó el huerto que le regaló su padre: todas las noches iba a estirar un poco el tallo de las plantitas, para que así creciesen mejor. Y a las pocas semanas, las plantitas se secaron, pues tenían buena parte de la raíz fuera de la tierra. La impaciencia estropeó los frutos de la huerta.
La hierba crece de noche, decía un gran periodista. Crece despacio, en la tranquilidad del día a día, del paso a paso, de la savia que va subiendo, poco a poco, por el tallo, y se distribuye por las ramas. Y poco conseguiríamos enchufando en una rama, como “en vena”, un litro de savia. Hasta la luz, el elemento físico que más rápido se mueve, tiene su velocidad, no goza de una movilidad instantánea, inmediata.
En este mundo tecnológico escuché a un director de desarrollo informático que la naturaleza tiene sus ritmos, e igual los proyectos informáticos. Entendemos que una mujer gesta a un niño durante nueve meses, es absurdo pensar que nueve mujeres lo gestarán en un mes. Hay que respetar los ritmos y los tiempos, y sólo así llegaremos lejos.
Queremos controlar y planear tanto el futuro que perdemos de vista el presente, el tiempo que Dios nos da aquí y ahora, y que es lo único que realmente tenemos. La naturaleza, el cuerpo, y sobre todo el espíritu, tienen sus tiempos, sus ritmos, su desarrollo paulatino. Piano piano, que dicen los italianos. O sin prisa pero sin pausa, dicho en román paladino.
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