¿Cómo se le hace reingeniería social a un país?
Aquellos que por intereses económicos o de otro orden quieren cambiar la escala de valores de todo un país o región se enfrentan con una pregunta difícil: ¿qué hacer para que la gente acepte lo que antes no aceptaba, y por consiguiente empiece a distanciarse y finalmente rechace lo que antes aceptaba?
Esa pregunta ha encontrado respuesta en un conjunto de disciplinas que suelen agruparse bajo el término “reingeniería social.” La expresión alude al rediseño y cambio en la construcción interna de la sociedad, sobre la base de la psicología, el marketing, y la economía.
Cuatro fases son típicas de un proceso de reingeniería social: la fase emotiva, la fase de normalización, la fase de institucionalización y la fase de penalización, también conocida como fase tiránica.
Fase emotiva
Es la fase de entrada, y por lo tanto, de ella depende el éxito de todo lo demás. Lo fundamental en esta fase es la manipulación de los sentimientos, particularmente tres: la compasión, la simpatía y la ira.
La compasión se despierta presentando casos extremos y absolutamente marginales pero que tienen gran impacto en los medios de comunicación y en el corazón de la gente. Si se quiere, por ejemplo, que la opinión pública se incline a favor de despenalizar el aborto, se presentarán casos de violación brutal, que desembocan en la pregunta dramática: ¿está condenada esta mujer a seguir adelante con ese embarazo? Por supuesto, nada se mencionará de los derechos del no-nacido. Lo importante es que se vea cómo quedó maltratada y traumatizada la mujer. Toda la atención debe quedar en ella y su rostro golpeado.
La simpatía se despierta convirtiendo los comportamientos que son rechazados en gestos graciosos o episodios chistosos. Si se quiere por ejemplo que la gente empiece a mirar de otro modo a los homosexuales, se multiplicarán las series de televisión o novelas en que el personaje cómico, el que siempre tiene los diálogos más inteligentes y chistosos, es el amanerado, el transexual.
La ira se despierta presentando casos de la historia o de las noticias recientes en que claramente se han cometido crueles brutalidades contra la población que ahora se quiere exaltar y convertir en modelo social. Por ejemplo, un par de chicas lesbianas que fueron apedreadas en Pakistán. O un travesti que fue dejado en coma por una paliza en el metro de New York. Por supuesto que son noticias reales, pero sobre todo son noticias adecuadamente seleccionadas para producir un efecto de indignación que logra recubrir con un manto de sospecha o de asco a la escala de valores tradicional pues bien parece que es la responsable de todos esos abusos inhumanos.
Después de unos meses, o incluso años, de disparar mensajes en fase emotiva, llega el tiempo de ir introduciendo la siguiente fase.
Fase de normalización
Una vez que se ha ablandado a la gente y se la ha llevado a un terreno de duda sobre lo que han sido sus convicciones “de siempre,” la fase de normalización intenta que los nuevos comportamientos sean integrados sin fisuras en el tejido social: requisito indispensable para que más y más personas se planteen si quieren subirse a ese tren de novedad y aparente libertad.
Si la fase emotiva apela sobre todo a los sentimientos, la normalización hace uso intenso de paradigmas, de tres maneras por lo menos: celebridades, autoridades y publicidad masiva.
Las llamadas celebridades son fundamentales en este proceso. Son las “Madonnas” besando en la boca a otras mujeres; son las actrices rutilantes que se declaran bisexuales en una entrevista que de inmediato recibe primeras planas y es calificada de “polémica”; son los cantantes que sólo abrazan y besan a otros hombres o a sus mascotas. La población púber y adolescente es extraordinariamente sensible al impacto de estos ejemplos porque a su edad lo que más buscan es modelos a seguir.
Las autoridades son aquellos científicos–o a veces simples cientificistas– que presentan argumentos deleznables pero con ropaje de seriedad. Una gran cadena de televisión, famosa por su seriedad científica, presenta un documental sobre el homosexualismo en los pingüinos. Por supuesto, ningún comportamiento animal demuestra nada sobre el comportamiento humano, porque si nos presentasen cómo los primates roban alimentos, ¿convertiría eso en bueno el acto de robar? Pero el común de la gente tiene poco tiempo y ganas de pensar y si les habla alguien con bata blanca que lleva 18 años estudiando pingüinos homosexuales, todos quedan convencidos de que hay una “base científica” para aprobar los nuevos comportamientos.
Otra aspecto de estas “autoridades” está en los políticos, que, oportunistas como siempre, ven en el surgimiento de una fuerza de opinión la posibilidad de alcanzar una fuerza electoral. Sus discursos utilizarán ampliamente las palabras que luego todos reproducen en las redes sociales: libertad, tolerancia, convivencia, transparencia, inclusión, y muchas más.
Finalmente hace su entrada la publicidad masiva, que es lo que ha hecho ese banco en Colombia: llenar decenas o centenares de paraderos de bus con la imagen de los hombres abrazados, que son modelo de “nueva familia.” El silencio de las autoridades civiles y la fuerza de la cotidianidad hacen su obra y pronto todos en la sociedad se disponen a ver como normal lo que ya salió en la televisión, en el cine y hasta “a veinte metros de mi casa.”
Fase de institucionalización
Asegurada la normalización, está asegurado también que la gente aguantará los cambios institucionales que se le impongan. La parte clave aquí está en tres cosas: las leyes llamadas anti-discriminación, la educación y la administración parcializada de la justicia.
Se supone que la intención de las leyes anti-discriminación es buena: corregir excesos históricos y asegurar espacios de participación ciudadana para todos. Ya que, a estas alturas, el común de la gente ha aceptado como normales muchas cosas, por lo mismo ha perdido capacidad de discernimiento y de reacción; su cerebro está confundido por la información que le han inyectado a presión y aturdido por el cóctel de sensaciones con que le han manipulado.
La realidad es que el propósito de esas leyes es impedir cualquier asomo de objeción de conciencia. Las cosas parecen tranquilas pero, bajo la superficie, los grilletes están listos a dispararse contra los que pretendan oponerse. Es cosa de tiempo para que, por ejemplo, un seminario no pueda rechazar a un seminarista abiertamente homosexual. Ninguna institución podrá declararse por encima de la ley y la ley dice que ahora no sólo deberías sino que estás obligado a aceptar lo que nosotros –el gobierno central– te mande. O prepárate para pagar pesadas multas, o cárcel.
Luego está el tema de la educación. Puesto que ya todos han sido puestos de acuerdo en que es normal el aborto, hay que enseñar a las niñas que pueden abortar y que nadie, ni siquiera sus papás, están en el derecho de saberlo ni menos de pedirles cuentas. Puesto que estamos todos de acuerdo en que es normal el homosexualismo, las clases de educación sexual, desde la más temprana infancia, deben bombardear con imágenes e instructivos homosexuales a los pequeños. Y si algunos papás o mamás se oponen, ¿para qué están las leyes?
A estas alturas una parte de la población se levanta y protesta. No todos los papás están felices con que una carga de pesada pornografía sirva de iniciación sexual a sus hijos. No todas las mamás están a gusto con que sus hijas aborten a placer.
Pero es aquí donde entra el tercer factor de la institucionalización: se llama administración parcializada, descaradamente parcializada, de la justicia. Si dices algo contra una bandera gay eres un delincuente que amenaza la estabilidad de la sociedad. Si en cambio maldices a la eucaristía, eres tan solo un artista, que esta haciendo sano uso de su libertad de expresión. Y el marco legal, tan tranquilo.
Fase de penalización o fase tiránica
En países como España ya esta fase llegó. En Colombia y otros países, está muy próxima.
El propósito de esta fase es estrangular todo intento de disenso, haciendo uso de tres recursos principales: el señalamiento público, la aplicación de normas draconianas contra los disensores, y finalmente la fuerza bruta.
El señalamiento público es lo que hemos vivido quienes nos hemos atrevido a decir algo contra la publicidad de normalización de aquel banco colombiano. Se trata en esencia de una catarata de insultos y maldiciones que tiene por objeto que uno se asuste y corra a su refugio, con el propósito firme de no volver a hablar sobre temas tan “complejos.” Y no es que sean temas complejos; es que son temas en los que nos están prohibiendo opinar. La atmósfera de miedo produce frutos inmediatos: pocos se atreven a gastar tanto tiempo, en redes sociales, por ejemplo, sólo para que los maldigan y ataquen. Muchos de esos ataques, huelga decirlo, son completamente ajenos al tema y completamente ad hominem: por ejemplo, en mi caso, puesto que soy sacerdote católico, sigue habiendo mucha gente que cree que con escupir la expresión “curas pedófilos” ya uno se va a quedar callado.
La clave central del señalamiento público es denunciar como odio todo lo que no se amolde al pensamiento único que nos quieren imponer.
Pronto se pasa a otras acciones, como las que lleva un tiempo sufriendo el Colegio Juan Pablo II en Aclorcón, España. Se trata de una maniobra repugnante que quiere caer sobre este colegio con un castigo ejemplar que neutralice toda su capacidad de operación. Es pura tiranía pero el común de la gente no lo siente así.
Ya se sabe lo que viene después, y muy pronto: fuerza bruta. Agresiones, primero contra las cosas, luego contra las personas. Las pintadas ya se ven aquí y allá, siempre con el estilo de la Guerra Civil española: “La única iglesia que ilumina es la que arde.”
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Si a usted le parece que esto tiene semejanzas con el comunismo de Stalin o con el nacionalsocialismo de Hitler: felicitaciones. Ha acertado. Aunque en esta nueva versión de la persecución hay algo que a toda costa tratan de evitar los tiranos, los cuales algo han aprendido de la Historia: intentan que no haya mártires. Intentan que los que sean castigados parezcan castigados según la ley y por su sola culpa y obstinación.
Duros tiempos nos han tocado. Quizás aquellos que Cristo anunció al final de su Evangelio: días que, si no se acortaran, no quedaría fe en la tierra (Lucas 18,8).
Y sin embargo, no tenemos miedo: nuestros valientes hermanos cristianos de Aleppo, Mosul, Bagdad, Nigeria, Egipto, nos alientan. Y nada impedirá nuestro grito enamorado: ¡Viva Cristo Rey!
Publicado en el blog del autor.