¿Y, ahora, a quién debemos odiar?... y por qué no pienso jugar
por Juan Cadarso
Desde hace un tiempo para acá, cada vez que veo un medio de comunicación convencional -no este, por supuesto, cuya misión es, como bien dice su director, "ser notario de las obras extraordinarias del Creador"- me sale, instintivamente, formularme la siguiente cuestión: ¿y, ahora, a quién tenemos que odiar? No hay un minuto de descanso. Es una insufrible constante. Como si, en su delirio, algunos dijeran, o hinchas o haters. Súbitos forofos de causas remotas… contra terribles detractores que vienen de cuota. Un "conmigo o contra mí", en el que siempre, siempre, siempre, nos tendremos que posicionar.
Hombres contra mujeres, pro ucranianos contra pro rusos -¿y los de Tolstoi? ¡a la hoguera!, ¡por rojos!-, vacunados contra los que no lo hicieron, los de Rubiales enfrentados a los de Hermoso, creyentes del cambio climático contra los que lo niegan, los amigos de Nagorno Karabaj contra los de Azerbaiyán, los que comen carne contra los que "sacrificar un recental es asesinar" y, desde hace semanas, como si fuera la Kings League, el maniqueísmo más clásico de todos: "¿Tú eras de Netanyahu o de Hamás?". ¡Y yo que sé! ¡Qué pesadilla, por Dios!
Vivimos un bombardeo insufrible, que, me atrevería a decir, es burdo, sectario y, en ocasiones, profundamente totalitario. Cualquier persona interesada en la actualidad, con un mínimo de criterio personal, se dará cuenta de que no basta con sentir cierta piedad por la víctima oficial, o, quizá, no desearle ningún mal. ¡¡¡Nooooo!!! Deberás subirte desnudo a la carroza municipal… ¡si no quieres convertirte en un proscrito social! ¡Queremos un mundo de activistas 24/7!, se salivan unos a otros. Ositos, manitas, corazoncitos, velitas, ¡eso, que se llene Instagram de velitas! ¿Y si no publicas nada? ¡Equidistante! ¡Colaboracionista! ¡Te vamos hacer escarmentar!
Y yo me pregunto: ¿será que nos quieren ayudar? ¿que no sabremos elegir? ¿o se esconde algo más allá? Y empiezo a sospechar que lo que quieren es tenernos divididos, mejor dicho, nítida y constantemente divididos. ¡Enfrentados los unos con los otros, y los otros con los unos! ¡Que se distinga fácilmente en qué bando hemos de estar! ¿Para qué? ¿Para que no nos volvamos contra él? Chi lo sa… Solo sé que, en 1984, en una manifestación callejera, todos clamaban contra el enemigo y, a la orden del Gran Hermano, el malo se volvió bueno y el bueno profundamente malo. Tiren del hilo, que no digo más.
Señoras, señores, sospecho que alguien disfruta viéndonos odiar. Emponzoñados en odios tutelados que hacen, al jueguecito de los extremos, cada día funcionar. Odiantes unos de otros y tan odiados "como a uno mismo" que, un día, achacosos ya por no ser capaz de odiar más, exijamos por compasión hacernos aniquilar. Pues yo, en verdad, en verdad les digo que no hagan caso de los bandos, que herodianos y fariseos, tanto monta monta tanto, eran la cara de una misma moneda. Por eso, cuando el mundo diga a quién debemos odiar, ¡no se dejen llevar!, vayan a la Biblia y, allí, en lo secreto, se preguntarán... ¿y, ahora, a quién tenemos que amar?
'Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames'.
Que así sea.
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