La vida de Charlie vale menos que la del perro Iceberg
El otro Charle es, obviamente, un perro, para ser exactos un dogo argentino, que el chef italiano Giuseppe Perna se llevó consigo incorrectamente a Copenhague, donde trabaja.
por Rino Cammilleri
Incluso el Papa Francisco ha reprendido al pueblo, cuando se ha dado cuenta de que algunos perros y gatos reciben más atención y cuidado que los niños. Más bien las mascotas han sustituido hoy a los niños en el corazón de muchos. Y Bergoglio no es ciertamente alguien a quien guste ir contra lo políticamente correcto. Pero esta vez dio en la diana. Cuando hace falta, hace falta. Estamos tan gangrenados por el hedonismo del “momento volátil” (disfruta del hoy, mañana ya se verá) que nos conmovemos hasta las lágrimas por la suerte de un perrito mientras que no nos importa lo más mínimo, incluso resoplamos con fastidio, por la de un niño gravemente enfermo.
Hablamos de Charlie Gard, el niño inglés que padece una rara enfermedad genética y a quien sus padres, Chris y Connie, querían someter a un tratamiento experimental en Estados Unidos; pero el hospital inglés donde está ingresado queria desconectarlo. Los siete jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, a quienes se habían dirigido los padres contra el hospital (el Great Ormond Street Hospital), les han quitado la razón y ahora el pequeño puede ser eliminado tranquilamente. En este caso, los únicos que han gritado “todos somos Charlie” han sido los creyentes, sobre todo los católicos, que establecieron una cadena de oración en internet y dirigieron una súplica al Santo Padre para que dijese algo.
También se dirigieron al presidente de la República italiana, para que concediese al niño la ciudadanía, para tener al menos un apoyo en el artículo de nuestra Constitución que habla del derecho a la salud. Pero hay Charlies y Charlies, como había temido proféticamente el pontífice.
El otro Charle es, obviamente, un perro, para ser exactos un dogo argentino, que el chef italiano Giuseppe Perna se llevó consigo incorrectamente a Copenhague, donde trabaja. Allí las autoridades danesas confiscaron el animal, que pertenece a una raza peligrosa que está prohibido introducir en Dinamarca. Dejando de lado que no está claro cómo pudo el hombre introducir a su perro en el país (¿no sabían los agentes de aduana que está prohibido el ingreso de esa raza?), la ley es la ley también en Dinamarca, y en virtud de esa ley el perro debía ser sacrificado.
Para qué quieres más…
Las organizaciones animalistas pusieron en marcha un tam-tam internacional que, solo en Italia, recogió en pocos días 340.000 firmas; la embajada danesa fue asediada; la inevitable Michela Vittoria Brambilla [líder animalista italiana, ex ministra con Silvio Berlusconi] se llevó las manos a sus pelirrojos cabellos y se movilizó enseguida; la cantante Noemi lanzó un anuncio suplicando por la vida de Iceberg (el nombre del perro, que los informativos no han dejado de mostrarnos jugando afectuosamente con su dueño).
También nuestro ministro de Asuntos Exteriores, llegado ese punto, tuvo que ponerse en marcha y… ya está, finalmente el embajador danés Erik Lorenzen levantó el pulgar hacia arriba. El gobierno danés ha decidido suspender la ejecución del perro italiano y todos abren botellas de champán. Efectivamente, algo huele a podrido en Dinamarca: si el dogo italoargentino no hubiese protagonizado una brutal pelea con otro animal, las autoridades (al igual que los agentes de aduana) ni siquiera se habrían enterado.
Pero todo está bien si termina bien, aunque no se sepa cómo concluirá la historia. ¿Habrá que repatriar el perro? ¿Podrá el dueño conservarlo praeter legem [más allá de la ley]? ¿Se hacinarán en la frontera danesa los perros prohibidos?
Todo eso da igual. Lo que nos interesa es que la advertencia-profecía del Papa se ha verificado completamente en este caso: la llamada opinión pública se agita de mejor grado por la vida de un perro que por la de un niño enfermo.
Estamos ya a los postres. ¿Qué digo? Estamos en el café. Tras el cual hay que rendir cuentas…
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Hablamos de Charlie Gard, el niño inglés que padece una rara enfermedad genética y a quien sus padres, Chris y Connie, querían someter a un tratamiento experimental en Estados Unidos; pero el hospital inglés donde está ingresado queria desconectarlo. Los siete jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, a quienes se habían dirigido los padres contra el hospital (el Great Ormond Street Hospital), les han quitado la razón y ahora el pequeño puede ser eliminado tranquilamente. En este caso, los únicos que han gritado “todos somos Charlie” han sido los creyentes, sobre todo los católicos, que establecieron una cadena de oración en internet y dirigieron una súplica al Santo Padre para que dijese algo.
También se dirigieron al presidente de la República italiana, para que concediese al niño la ciudadanía, para tener al menos un apoyo en el artículo de nuestra Constitución que habla del derecho a la salud. Pero hay Charlies y Charlies, como había temido proféticamente el pontífice.
El otro Charle es, obviamente, un perro, para ser exactos un dogo argentino, que el chef italiano Giuseppe Perna se llevó consigo incorrectamente a Copenhague, donde trabaja. Allí las autoridades danesas confiscaron el animal, que pertenece a una raza peligrosa que está prohibido introducir en Dinamarca. Dejando de lado que no está claro cómo pudo el hombre introducir a su perro en el país (¿no sabían los agentes de aduana que está prohibido el ingreso de esa raza?), la ley es la ley también en Dinamarca, y en virtud de esa ley el perro debía ser sacrificado.
Para qué quieres más…
Las organizaciones animalistas pusieron en marcha un tam-tam internacional que, solo en Italia, recogió en pocos días 340.000 firmas; la embajada danesa fue asediada; la inevitable Michela Vittoria Brambilla [líder animalista italiana, ex ministra con Silvio Berlusconi] se llevó las manos a sus pelirrojos cabellos y se movilizó enseguida; la cantante Noemi lanzó un anuncio suplicando por la vida de Iceberg (el nombre del perro, que los informativos no han dejado de mostrarnos jugando afectuosamente con su dueño).
También nuestro ministro de Asuntos Exteriores, llegado ese punto, tuvo que ponerse en marcha y… ya está, finalmente el embajador danés Erik Lorenzen levantó el pulgar hacia arriba. El gobierno danés ha decidido suspender la ejecución del perro italiano y todos abren botellas de champán. Efectivamente, algo huele a podrido en Dinamarca: si el dogo italoargentino no hubiese protagonizado una brutal pelea con otro animal, las autoridades (al igual que los agentes de aduana) ni siquiera se habrían enterado.
Pero todo está bien si termina bien, aunque no se sepa cómo concluirá la historia. ¿Habrá que repatriar el perro? ¿Podrá el dueño conservarlo praeter legem [más allá de la ley]? ¿Se hacinarán en la frontera danesa los perros prohibidos?
Todo eso da igual. Lo que nos interesa es que la advertencia-profecía del Papa se ha verificado completamente en este caso: la llamada opinión pública se agita de mejor grado por la vida de un perro que por la de un niño enfermo.
Estamos ya a los postres. ¿Qué digo? Estamos en el café. Tras el cual hay que rendir cuentas…
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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