Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

En la muerte de Fandiño


España ya no sabe honrar a un torero muerto porque ha renunciado a la tragedia, porque ya no tiene arte ni teología para entender el misterio de un hombre que se pasea tranquilamente entre el más acá y el Más Allá.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

A Iván Fandiño lo vi, en una de sus tardes de gloria en Las Ventas, entrando a matar al toro sin muleta, como si quisiera fundirse con él, hasta hacerse minotauro. En el toreo de Fandiño había una visceralidad que lo llevó a especializarse en ganaderías duras, de las que las estrellitas no quieren ni oír hablar. Así, toreando toros imposibles, hizo faenas memorables, de las que salía hecho un eccehomo, con los caireles tintineando sangre y la mirada apuñalada de muerte. De Fandiño, vasco de Orduña que había sido pelotari antes de acariciar el percal, escribió muy bellamente Rosario Pérez que "sus arrugas encierran el vernos machadiano del hombre que vive en paz con el mundo y en guerra con sus propias entrañas"; y esta guerra íntima lo obligaba a vivir en un desafío constante. "Después de muchas faenas -confesó a Rosario Pérez-, puedes llegar a sentir el dolor de perder a alguien; todo se quebranta en el alma cuando afloran tantos sentimientos: la soledad, el vacío, el sentirte realizado y a la vez hundido".
 
En toda faena hay una prefiguración de la muerte y de la gloria eterna; y esta es la razón por la que el torero, como describía Fandiño, se siente a la vez tan realizado y hundido. En el toreo hay una catequesis bestial de las realidades más dolorosas y gloriosas de la vida. Y Fandiño, muriendo a manos de un torno, nos acaba de dar la lección más cruda y esencial de esa catequesis que ya casi nadie entiende en España. Escribía Foxá que los toros son "el espectáculo de un pueblo religioso acostumbrado por su sangre a pasearse tranquilamente entre el más acá y el Más Allá". Esta aceptación serena de la tragedia, este pasearse tranquilamente entre el más acá y el Más Allá, es lo que daba al español de antaño su gravedad honda, su aplomo honrado y sufriente, su firmeza ante la adversidad. El español de antaño sabía que el más acá es un valle de lágrimas que hay que caminar con entereza, para ser digno acreedor de un Más Allá de caricias encendidas y venas vibradoras. Pero esto ocurría antaño, cuando el español medio era un bendito de Dios que nacía con el arte y la teología aprendidos por ciencia infusa; hogaño, el español medio está maldito de Dios y nace envuelto en un olor a caquita que es el hábitat en el que aprende a vivir, aferradito a su más acá de bienestar y pamplinas, lleno de miedo al Más Allá. Miedo de blando y de cagón.
 
España huele a miedo y retambufa, España es un patético desfile de eunucos y locazas que tienen miedo a la muerte y se abanican con un dengue aspaventero. España ya no sabe honrar a un torero muerto porque ha renunciado a la tragedia, porque ya no tiene arte ni teología para entender el misterio de un hombre que se pasea tranquilamente entre el más acá y el Más Allá. Y las alimañas que celebran la muerte de Fandiño en la cochiquera de Twitter son la vanguardia temblona de ese miedo con olor a caquita, disfrazado de ideología animalista. Pero uno se pone a rascar en esa bazofia y siempre termina encontrando un castañeteo de dientes, una sangre de horchata, un alma floja y barbilinda. La cobardía de esta España maldita de Dios puede recurrir a los subterfugios más miserables y canallescos, puede incluso reír como ríen las hienas. Pero detrás de su risa desdentada sólo hay olor a caquita.
 
En el cuerpo muerto de Fandiño, lleno de costurones que son mordiscos de Dios, está la supervivencia de una España que se pasea tranquilamente entre el más acá y el Más Allá. Y eso amedrenta a la chusma con olor a caquita, que ya la daba por enterrada; por eso defecan su cagalera de insultos en Twitter. Pero algún día esa España resucitará, como el cuerpo muerto de Fandiño, y os cobrará vuestras burlas, mamarrachos.

Publicado en ABC el 19 de junio de 2017.
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