Feliz Navidad a los sufrientes y perplejos
por Carmen Castiella
¡Feliz Navidad!
Ha nacido Jesús, mi Señor. Ha venido a salvarnos de nosotros mismos, de nuestras oscuridades, nuestras perplejidades, nuestras dudas, enfermedades y pecados. Son días de inmenso gozo para mí, pero no todas mis navidades fueron así en el pasado, así que imposible no llevar en el corazón los que sufren, dudan o están perplejos. “Confiaré en Él. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle; si estoy perplejo, mi perplejidad puede servirle. Él no hace nada en vano. Puede quitarme los amigos. Puede arrojarme entre desconocidos. Puede hacer que sienta desolación, que mi corazón se deprima, que no vea claro el futuro. Sin embargo, Él sabe lo que hace" (Meditaciones y devociones de John Henry Newman).
Pero hoy no quiero escribir yo sino transcribir, con su permiso, la felicitación de Navidad que me llegó ayer de un amigo muy querido. La dedico especialmente a quienes vivan estos días sufrientes o perplejos.
Me habría gustado escribirla para vosotros, así que al menos os la regalo ahora con su permiso y junto al villancico que escucho estos días en bucle y nunca me cansa: Emmanuel, Dios con nosotros.
Ahí van sus letras:
Querida Carmen,
Perder y ganar es el título de una novela autobiográfica del beato inglés John Henry Newman. En 1845, que «una especie de príncipe de la Iglesia, un caballero victoriano, un miembro arquetípico del establishment, un intelectual prestigioso y escuchado» se convirtiera al catolicismo -religión de los menospreciados irlandeses-, supuso «un escándalo social y religioso; un acto de demencia, un desafío y una deshonra, por mucho que intentara dar el paso con discreción». Una pérdida. El escándalo se convirtió, con el tiempo, en el inicio de una pequeña revolución en el Reino Unido con un gran número de conversiones. Por ello, en muchas ocasiones se le ha considerado un gran apologeta.
Al entrar en la Iglesia, el futuro cardenal también trajo “otro aire”, que no gustó a todos.
Perdía y ganaba. ¿Qué era lo que perdía y qué era lo que ganaba? Antes de convertirse, Newman era una persona de enorme prestigio, admirada y reconocida y todo lo perdió dentro de ese establishment cuando se hizo católico. Y al hacerse católico, ¿qué ganó? Ganó la incomprensión de la jerarquía católica inglesa; sufrió envidia, desazón…su paso por la Iglesia no fue un camino de rosas. ¿Qué ganó entonces? Creo que ganó a Cristo…ganó en el camino de la Verdad, el Bien, la Bondad y la Belleza, esa belleza que no es cosmética ni esteticismo barato sino una belleza salvadora profunda que “si la comprendes no es Dios” (San Agustín).
Reflexionando en el misterioso plan divino que se realizaba en su vida, Newman llegó a la profunda y permanente convicción de que "Dios me ha creado para que le preste un servicio determinado. Me ha encomendado una tarea que no ha dado a ningún otro. Yo tengo mi misión" (Meditaciones y devociones).
La contemplación apasionada de la verdad lo llevó a una aceptación liberadora de la autoridad, que tiene sus raíces en Cristo, y al sentido de lo sobrenatural que abre la mente y el corazón humanos a toda la gama de posibilidades reveladas en Cristo. "Guíame, luz amable, en medio de la oscuridad que me envuelve, guíame tú", escribió Newman en El pilar de la nube. Para él, Cristo era la luz en medio de cualquier tipo de oscuridad. Para su tumba eligió como epígrafe: “Ex umbris et imaginibus in veritatem”; al final del camino de su vida fue evidente que Cristo era la verdad que había encontrado.
Pero la búsqueda de Newman estuvo siempre marcada por el dolor. Cuando comprendió plenamente la misión que Dios le había confiado, declaró: "Por tanto, confiaré en Él... Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle; si estoy perplejo, mi perplejidad puede servirle... Él no hace nada en vano... Puede quitarme los amigos. Puede arrojarme entre desconocidos. Puede hacer que sienta desolación, que mi corazón se deprima, que no vea claro el futuro. Sin embargo, él sabe lo que hace" (Meditaciones y devociones).
Todas las pruebas que experimentó durante su vida, más que abatirlo o destruirlo, paradójicamente fortalecieron su fe en el Dios que lo había llamado, y robustecieron su convicción de que Dios "no hace nada en vano". Por eso, al final, lo que resplandece en Newman es el misterio de la cruz del Señor: éste fue el centro de su misión, la verdad absoluta que contempló, la "luz amable" que lo guió.
Desde que el Verbo de Dios se ha hecho carne, es decir, se ha manifestado a la humanidad, la vocación de cada hombre consiste en conocerle, al conocer a esa Persona, el misterio de esa Persona.
Los primeros testigos de Cristo estaban literalmente impregnados del deseo y la urgencia de conocer a Jesús. San Pablo escribe a los Filipenses: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”.
Todo es pérdida si no se conoce a Jesús. La finalidad de la vida de aquel que se ha encontrado con Cristo es conocerle, es decir, la relación con Él, porque conocer a una persona es relacionarse con ella. Lo único que vale es lo que nos ayuda a conocer a Jesucristo en el sentido bíblico del término: conocimiento como relación, como relación de amor, como amistad.
La vocación fundamental de cristiano, sea cual sea su estado de vida, es conocer a Jesucristo, es decir, amarle cada vez más.
Hoy nace el Niño Dios, el Salvador del mundo.
Mis mejores deseos de felicidad y mi plena disposición para ti y para los tuyos,
Mi abrazo más cordial,
Cor ad cor loquitur.
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