Mi querida Radio María
Radio María ha prestado en estos últimos años un servicio espléndido a un sector de la sociedad española que, por diversas razones, no encuentra respuesta en la radio generalista, de audiencia heterogénea.
Las declaraciones a ReL de Alfredo Dagnino. presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, sobre su cometido adicional de «apagafuegos» de Radio María, me sugieren algunas consideraciones desde mi identificación con su mensaje, mi experiencia profesional y mi afecto por la emisora.
Radio María no forma parte del Estudio General de Medios lo que hace difícil conocer su grado de penetración social: el número de oyentes. Hay pistas, sin embargo, para intuir que la audiencia es abundante: gente que vive sola, ancianos, enfermos, impedidos… Unos encuentran en Radio María la compañía maravillosa de una voz que comparte su visión trascendente de la vida; otros descubren, al jugar con el dial, que las palabras que llegan a sus oídos son del todo nuevas, distintas, atractivas por sí mismas. Y es que, tal vez saturados de tanta palabrería y de tanto discurso vacío, piden algo más. Algo que les haga pensar o recordar su infancia, algo que les devuelva a sus fundamentos vitales. Quieren otra cosa y están en su derecho de encontrar lo que quieren.
En este sentido, me atrevo a hacer notar a los responsables del espacio radioeléctrico, cuyo objetivo prioritario es trabajar por el bien común, que Radio María cumple una función social. No hay que discriminar a las emisoras por el tipo de audiencia a la que se dirigen sino, por el contrario, favorecer las diversas iniciativas. Se trata de no poner obstáculos a las necesidades que espontáneamente surgen de la ciudadanía.
Por ello, creo que Radio María ha prestado en estos últimos años un servicio espléndido a un sector de la sociedad española que, por diversas razones, no encuentra respuesta en la radio generalista, de audiencia heterogénea. El oyente de Radio María no busca en la emisora tertulias animadas sobre cuestiones políticas, ni retransmisiones deportivas de especial importancia, ni programas del corazón… Quiere cosas más sencillas. Tan sencillas como rezar en compañía de unas voces amigas; conocer la vida de la Iglesia de la que se siente hijo muy querido, hija muy querida, recibir ideas claras, criterios sólidos y permanentes; abrirse a los nuevos vientos de la historia para, desde su dolor o desde su soledad, desde su ayuda espiritual contribuir a que el mundo sea cada vez más bueno y sonriente.
Hoy en día hay una sensibilidad especial por las necesidades materiales de los ancianos y es de justicia que se atiendan, pero la gente mayor –y la menor- necesita más que la comida o la higiene –supuestas ambas- otro tipo de ayuda: la de su relación con Dios, que le dé sentido a su vida. Es una obra de misericordia superior a las demás.
Ignoro las dificultades que atraviesa Radio María. Las intuyo porque estas empresas son de difícil gestión. Trabajan, hombro con hombro, gentes diversas unidas por un fin especialmente noble. Pero hombres y mujeres, no ángeles.
Además, por imponderables de la estructura y planteamiento editorial del organismo en que se halla incardinada -Familia Mundial- rechaza las fuentes de financiación imprescindibles en una empresa radiofónica convencional, como puede ser la publicidad. Me ha sorprendido que Alfredo Dagnino dijera en la citada entrevista que en Radio María no hay problemas de tipo económico. Sin publicidad y en un momento como el actual de profunda crisis económica, es doblemente meritorio que la empresa no sufra problemas financieros. Respetando la opinión contraria, no entiendo que se huya de la publicidad –una publicidad bien seleccionada- para hacer menos onerosas las cargas de financiación. Me suena mejor una buena y prudente publicidad que la petición de ayuda económica a los oyentes Otra cosa distinta es que los oyentes cooperen por medio de donativos, cuanto más generosos mejor.
La nueva etapa de Radio María puede ser una empresa apasionante para quienes la realicen y, lo que más importa, para sus directos beneficiarios: los oyentes, que se distinguen, más en cualquier otra emisora, por su fidelidad y lealtad. Ahora que estas virtudes no se viven con especial entusiasmo, la existencia de un público tan fiel es un estímulo para todo el mundo. Conectan la radio –tienen el dial fijo, sin moverlo- y su vida se llena o se hace menos dura con los mensajes positivos de esas ondas que les llegan. Después de todo, la radio es un misterio.
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