Es hora de que los «conservadores» se atrevan a atacar el aborto
por Grégor Puppinck
Cada año, en la Marcha por la Vida, decenas de miles de jóvenes franceses se manifiestan por las calles de París para proclamar su amor por la vida y su fe en el futuro. El Papa y numerosos obispos les apoyan, pero va siendo hora de que también los responsables políticos crucen ese Rubicón del pensamiento único.
En la mayor parte de los países europeos, al igual que en Estados Unidos, los partidos conservadores no temen comprometerse a favor de la natalidad y contra el recurso masivo al aborto.
En Europa, pero también en Estados Unidos, todos los gobiernos conservadores han tomado medidas para apoyar a las familias y la natalidad y para ayudar a evitar el aborto. Es el caso, actualmente, de Italia, que se inspira en Hungría, donde el número anual de abortos pasó de 40.500 en 2010 a 28.500 en 2017. En el mismo periodo, el número anual de divorcios pasó de 24.000 a 18.600, mientras que el de matrimonios pasó de 35.520 a 50.600. Hungría gasta actualmente el 4,8% de su PIB en política familiar, frente al 2,55% de media de los países de la OCDE. Polonia hace lo mismo. En Estados Unidos, el número de abortos nunca ha sido tan bajo. Donald Trump y Mike Pence se han comprometido firmemente en este sentido, apoyados por la mayoría de la población y ahora también por la del Tribunal Supremo. En Rusia, Vladimir Putin hace lo mismo, adoptando una serie de medidas de ayuda a las familias. Hay que decir que Rusia viene de lejos: todavía hubo 850.000 abortos en 2015, contra los 2.140.000 en 2000.
En Francia, contrariamente a los vecinos europeos, el recurso al aborto no decrece; es incluso el doble de alto que en Alemania e Italia, y seguimos promoviéndolo como una “gran libertad”, una “condición indispensable para la construcción de la igualdad real entre mujeres y hombres y de una sociedad de progreso” (resolución del 26 de noviembre de 2014). Este partidismo ideológico es suicida. ¿Por qué este empeño? Quizá simplemente por desesperación, porque para transmitir vida hay que creer en el futuro. No es casualidad que sean los pueblos, las comunidades y las familias más vinculados a su cultura los que tienen más hijos. Parece que también hay que creer en Dios para creer en el futuro. Las familias judías, católicas y musulmanas practicantes son las que tienen más hijos.
Una gran parte de la izquierda sigue hundida en el empeño ideológico. Así, el ex ministro Yves Cochet aboga por que los subsidios familiares sean regresivos y desaparezcan “a partir del tercer nacimiento”, porque, como se atrevió a declarar, “el primer gesto ecológico consiste en no hacer hijos de más”. Esta tesis universalista, ecologista y neo-maltusiana es desde hace un siglo un leit motiv de los movimientos ateos librepensadores. Yves Cochet recomienda igualmente a los franceses “tener menos hijos” para “acoger mejor a los inmigrantes que llaman a nuestra puerta”.
Frente a esta izquierda suicida que parece no amar ni la vida ni Francia, hay todavía un pueblo para quien Francia es la primera riqueza, que no quiere resignarse a desaparecer y cuya única y sencilla aspiración es llevar una vida decente de generación en generación. Ese pueblo se ha manifestado con los chalecos amarillos.
También hay una juventud que quiere que Francia viva. Ama lo bastante para no resignarse a la desesperación. Todavía tiene razones para vivir y transmitir la vida… Por eso ha desfilado este domingo, con alegría, en la Marcha por la Vida. Es una juventud hermosa y culta, cada año más numerosa, que junto con la gracia de la esperanza ha recibido la del coraje.
Publicado en Boulevard Voltaire.
Traducción de Carmelo López-Arias.