Animalismo
Todo derecho exige una obligación correlativa; y los animales, como seres carentes de razón y de libertad, no pueden ser sujetos de derechos y obligaciones.
Para quienes consideramos que el respeto a los animales es una obligación humana irrenunciable, las reivindicaciones de los llamados ´animalistas´ o defensores de los derechos de los animales constituyen una constante interpelación. Según el movimiento animalista, los animales no sólo merecen un trato ético y una protección legal, sino que deben ser sujetos de derechos. Tal vez el primer animalista fuese el filósofo Jeremy Bentham, quien escribió en su ´Introducción a los principios de la moral y la legislación´ (1789): «Un caballo o un perro adulto es, más allá de toda comparación, un animal más racional y más comunicativo que un niño de un día, o de una semana, o incluso de un mes. Pero incluso suponiendo que fuese de otra forma, ¿qué importaría? La cuestión no es si los animales pueden razonar ni tampoco si pueden hablar, sino si pueden sufrir». Y, en época mucho más reciente, el australiano Peter Singer, en su obra ´Liberación animal´ (1975), ha postulado que la resistencia a reconocer derechos a los animales es equiparable a fenómenos históricos tan reprobables como la esclavitud racial o la discriminación sexual. Singer se opone a lo que denomina «especismo»; esto es, a que un ser vivo sea titular de derechos por el mero hecho de pertenecer a la especie humana. Para Singer, debe tratarse con igual consideración a todos los seres capaces de sufrir; de ahí que, a su juicio, la vida de un feto o la de un niño con problemas cerebrales no sea más valiosa que la vida de un chimpancé. Esta es la razón por la que casi todos los animalistas son defensores más o menos entusiastas del aborto.
El animalismo se cimentaría, pues, en una ética radicalmente empirista, que convierte en sujeto de derechos a cualquier ser con capacidad para sufrir, independientemente de que sea o no racional. No entraremos aquí a discutir si el sufrimiento tal como humanamente lo entendemos se puede experimentar en igual grado sin conciencia racional; pues a nadie se le escapa que una reacción instintiva al dolor (que es la que puede experimentar un animal) en nada se parece al sufrimiento del hombre, que hace del dolor una experiencia moral. La falla filosófica del animalismo es mucho más evidente: sólo puede ser titular de derechos quien posee una correlativa capacidad para obligarse. Cuando proclamamos que al hombre lo asiste un inalienable derecho a la vida estamos proclamando también que lo obliga el deber de respetar la vida de los demás hombres; cuando defendemos el derecho a la propiedad estamos condenando el hurto, y así sucesivamente. Todo derecho exige una obligación correlativa; y los animales, como seres carentes de razón y de libertad, no pueden ser sujetos de derechos y obligaciones. Esto no significa, por supuesto, que los animales deban quedar fuera de la esfera de protección jurídica. El hombre tiene derecho a ´dominio justo´ sobre la naturaleza, puesto que es el único ser que puede aprovechar racionalmente sus recursos; y, al mismo tiempo, tiene el deber de proteger esa naturaleza y a los seres vivos que la pueblan.
Aquí se puede oponer que tampoco los niños gestantes, o las personas con minusvalías psíquicas, pueden asumir obligaciones. Pero en ellos reconocemos a unos miembros de nuestra especie a quienes cubrimos con el mismo manto de la protección que otorgamos a los humanos plenamente conscientes. Para Singer esto es «especismo»; y, desde una lógica puramente materialista, su razonamiento es congruente. Pues lo que el animalismo pretende, en última instancia (utilizando muy astutamente coartadas compasivas ante el sufrimiento de los animales), es negar la unicidad del ser humano, al que se considera el resultado aleatorio de una evolución natural, y borrar los rasgos distintivos que lo erigen en una criatura única, misteriosamente singular, entre todas las criaturas que pueblan la Tierra. Esa singularidad es la que permite al hombre justo mirar a los animales que pueblan la tierra y descubrir que son ´buenos´, esforzándose en consecuencia por protegerlos; esa singularidad se denomina alma.
Cuando esa singularidad que existe entre el hombre y el resto de criaturas se elude o escamotea (casi siempre por complejitis y respetos humanos) es imposible defender cabalmente ciertas causas; pues la lógica materialista se acaba imponiendo, implacable. Por miedo a defender la existencia del alma se ha perdido la batalla contra el aborto, por ejemplo; y por la misma razón se impondrán, inevitablemente, las tesis animalistas.
Publicado en XLSemanal.
El animalismo se cimentaría, pues, en una ética radicalmente empirista, que convierte en sujeto de derechos a cualquier ser con capacidad para sufrir, independientemente de que sea o no racional. No entraremos aquí a discutir si el sufrimiento tal como humanamente lo entendemos se puede experimentar en igual grado sin conciencia racional; pues a nadie se le escapa que una reacción instintiva al dolor (que es la que puede experimentar un animal) en nada se parece al sufrimiento del hombre, que hace del dolor una experiencia moral. La falla filosófica del animalismo es mucho más evidente: sólo puede ser titular de derechos quien posee una correlativa capacidad para obligarse. Cuando proclamamos que al hombre lo asiste un inalienable derecho a la vida estamos proclamando también que lo obliga el deber de respetar la vida de los demás hombres; cuando defendemos el derecho a la propiedad estamos condenando el hurto, y así sucesivamente. Todo derecho exige una obligación correlativa; y los animales, como seres carentes de razón y de libertad, no pueden ser sujetos de derechos y obligaciones. Esto no significa, por supuesto, que los animales deban quedar fuera de la esfera de protección jurídica. El hombre tiene derecho a ´dominio justo´ sobre la naturaleza, puesto que es el único ser que puede aprovechar racionalmente sus recursos; y, al mismo tiempo, tiene el deber de proteger esa naturaleza y a los seres vivos que la pueblan.
Aquí se puede oponer que tampoco los niños gestantes, o las personas con minusvalías psíquicas, pueden asumir obligaciones. Pero en ellos reconocemos a unos miembros de nuestra especie a quienes cubrimos con el mismo manto de la protección que otorgamos a los humanos plenamente conscientes. Para Singer esto es «especismo»; y, desde una lógica puramente materialista, su razonamiento es congruente. Pues lo que el animalismo pretende, en última instancia (utilizando muy astutamente coartadas compasivas ante el sufrimiento de los animales), es negar la unicidad del ser humano, al que se considera el resultado aleatorio de una evolución natural, y borrar los rasgos distintivos que lo erigen en una criatura única, misteriosamente singular, entre todas las criaturas que pueblan la Tierra. Esa singularidad es la que permite al hombre justo mirar a los animales que pueblan la tierra y descubrir que son ´buenos´, esforzándose en consecuencia por protegerlos; esa singularidad se denomina alma.
Cuando esa singularidad que existe entre el hombre y el resto de criaturas se elude o escamotea (casi siempre por complejitis y respetos humanos) es imposible defender cabalmente ciertas causas; pues la lógica materialista se acaba imponiendo, implacable. Por miedo a defender la existencia del alma se ha perdido la batalla contra el aborto, por ejemplo; y por la misma razón se impondrán, inevitablemente, las tesis animalistas.
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