Hay que actuar
Habrá que actuar sin ponerse nerviosos, pero actuar; habrá actuar colaborando con los poderes públicos, con los Estados y gobiernos que correspondan, pero actuar sin más dilaciones y paliar esta situación hasta que se encuentren soluciones globales y verdaderas
Nada verdaderamente humano puede dejar indiferente al seguidor de Jesucristo. Y uno de los tres o cuatro asuntos en que se juega el destino del hombre sobre la tierra en los próximos decenios es este que nos interpela como una verdadera emergencia mundial. La emigración es un derecho que no se puede negar. Hay que reaccionar ante este hecho, mostrar sensibilidad especial hacia él. Habrá que darle sus cauces, innegablemente; reclamará muchas reformas y cambios en la sociedad mundial y favorecer, sobre todo, en los países de origen nuevas condiciones de vida; habrá que posibilitar un nuevo orden internacional justo y humano; los países receptores de emigrantes habrán de cumplir con el deber de ordenar la inmigración para evitar confl ictos y evitar que, en un plazo no lejano, pierdan su identidad y su unidad.
En todo caso es necesario que las legislaciones sean generosas y equitativas, promotoras de la justicia y la paz y atentas a la solidaridad real y efectiva. ¿Qué se hace en los países de origen y con los países de origen? ¿Cuáles son las motivaciones y las causas que están produciendo esta catástrofe mundial? ¿Quiénes están dentro o detrás de estos movimientos que no son casuales?¿Cuál es, aunque sea una pregunta políticamente incorrecta, el juego de, digamos, el «estado islámico», el yihadismo u otros movimientos que favorecen esta situación tan dramática?¿Qué se espera del futuro de Europa, de los países europeos, que sea dentro de pocos años?
Hemos de ser lúcidos y prudentes, que no significa, en modo alguno, desatender ya y sin más demora a nuestros hermanos que nos llegan y que claman y gritan buscando justamente una situación distinta a la que están soportando, sufriendo con gran sufrimiento, en su origen.
No podemos pasar de largo y dar un rodeo con comentarios que señalan culpables o dan soluciones para que las solucionen los que tienen el poder de los pueblos. Habrá que actuar sin ponerse nerviosos, pero actuar; habrá actuar colaborando con los poderes públicos, con los Estados y gobiernos que correspondan, pero actuar sin más dilaciones y paliar esta situación hasta que se encuentren soluciones globales y verdaderas; habrá que actuar denunciando, pero la denuncia sola no soluciona las cosas, hay que atender a los que nos llegan sabiendo que aquí los vamos a recibir como hermanos: «Obras quiere el Señor », diría santa Teresa de Jesús. Para eso hay que reconocer que no estamos preparados: que no tenemos la sufi ciente fe, ni somos capaces de mayor caridad, heroica caridad, ni de mayor misericordia y nos coge sin saber qué hacer y cómo hacer: pero hay que hacer algo. Nuestra comunidad eclesial, por lo que a mí respecta, la Iglesia que está en Valencia, la diócesis de Valencia, como cuando la multiplicación de los panes aquel chico con cinco panes y dos peces –poco, muy poco para lo que se necesitaba– puso todo a disposición del Señor, así también ahora cuanto tenemos y pueda ayudar está puesto en manos de los que nos llegan, con el debido discernimiento, para ayudarles: pisos, viviendas, locales, ropas, alimentos, ayudas económicas, servicios jurídicos,..., todos y todo para ayudar, con valentía, firmeza, decisión, confianza.
Por eso he pedido a los organismos de Cáritas, a la Delegación de Migraciones, a las instituciones, a las congregaciones de vida consagrada, a las parroquias,..., a todos, que nos movilicemos, y hagamos posible el gran milagro que en estos momentos necesitamos en el mundo, en Europa y en España. Para eso es urgentísimo avivar nuestra fe en Dios: y ahí tenemos la oración. Sepan quienes están la responsabilidad pública y política en nuestros pueblos y ciudades, Comunidad Autonómica y responsables estatales que nos tienen a disposición, dispuestos a colaborar y a buscar juntos soluciones conjuntas justas, sin olvidar que esta realidad tan dolorosa no puede oscurecer la lucidez necesaria para salvaguardar nuestra patria común que tiene unas raíces que hacen posible esta acogida: las raíces cristinas, que son de caridad, justicia y misericordia; si desaparecen estas raíces todo se vendrá abajo.
Me permito añadir que no podemos olvidar que esta emergencia es una llamada a la comunidad internacional, a un nuevo orden justo, y una exigencia de reciprocidad, sobre todo, en países del área cultural y religiosa con suficientes medios de la que nos llegan estos hermanos nuestros. Todos hemos de aportar lo que esté en nuestras manos.
Es necesario que las legislaciones sean generosas y equitativas. Habrá que posibilitar un nuevo orden mundial justo y humano.
© La Razón
En todo caso es necesario que las legislaciones sean generosas y equitativas, promotoras de la justicia y la paz y atentas a la solidaridad real y efectiva. ¿Qué se hace en los países de origen y con los países de origen? ¿Cuáles son las motivaciones y las causas que están produciendo esta catástrofe mundial? ¿Quiénes están dentro o detrás de estos movimientos que no son casuales?¿Cuál es, aunque sea una pregunta políticamente incorrecta, el juego de, digamos, el «estado islámico», el yihadismo u otros movimientos que favorecen esta situación tan dramática?¿Qué se espera del futuro de Europa, de los países europeos, que sea dentro de pocos años?
Hemos de ser lúcidos y prudentes, que no significa, en modo alguno, desatender ya y sin más demora a nuestros hermanos que nos llegan y que claman y gritan buscando justamente una situación distinta a la que están soportando, sufriendo con gran sufrimiento, en su origen.
No podemos pasar de largo y dar un rodeo con comentarios que señalan culpables o dan soluciones para que las solucionen los que tienen el poder de los pueblos. Habrá que actuar sin ponerse nerviosos, pero actuar; habrá actuar colaborando con los poderes públicos, con los Estados y gobiernos que correspondan, pero actuar sin más dilaciones y paliar esta situación hasta que se encuentren soluciones globales y verdaderas; habrá que actuar denunciando, pero la denuncia sola no soluciona las cosas, hay que atender a los que nos llegan sabiendo que aquí los vamos a recibir como hermanos: «Obras quiere el Señor », diría santa Teresa de Jesús. Para eso hay que reconocer que no estamos preparados: que no tenemos la sufi ciente fe, ni somos capaces de mayor caridad, heroica caridad, ni de mayor misericordia y nos coge sin saber qué hacer y cómo hacer: pero hay que hacer algo. Nuestra comunidad eclesial, por lo que a mí respecta, la Iglesia que está en Valencia, la diócesis de Valencia, como cuando la multiplicación de los panes aquel chico con cinco panes y dos peces –poco, muy poco para lo que se necesitaba– puso todo a disposición del Señor, así también ahora cuanto tenemos y pueda ayudar está puesto en manos de los que nos llegan, con el debido discernimiento, para ayudarles: pisos, viviendas, locales, ropas, alimentos, ayudas económicas, servicios jurídicos,..., todos y todo para ayudar, con valentía, firmeza, decisión, confianza.
Por eso he pedido a los organismos de Cáritas, a la Delegación de Migraciones, a las instituciones, a las congregaciones de vida consagrada, a las parroquias,..., a todos, que nos movilicemos, y hagamos posible el gran milagro que en estos momentos necesitamos en el mundo, en Europa y en España. Para eso es urgentísimo avivar nuestra fe en Dios: y ahí tenemos la oración. Sepan quienes están la responsabilidad pública y política en nuestros pueblos y ciudades, Comunidad Autonómica y responsables estatales que nos tienen a disposición, dispuestos a colaborar y a buscar juntos soluciones conjuntas justas, sin olvidar que esta realidad tan dolorosa no puede oscurecer la lucidez necesaria para salvaguardar nuestra patria común que tiene unas raíces que hacen posible esta acogida: las raíces cristinas, que son de caridad, justicia y misericordia; si desaparecen estas raíces todo se vendrá abajo.
Me permito añadir que no podemos olvidar que esta emergencia es una llamada a la comunidad internacional, a un nuevo orden justo, y una exigencia de reciprocidad, sobre todo, en países del área cultural y religiosa con suficientes medios de la que nos llegan estos hermanos nuestros. Todos hemos de aportar lo que esté en nuestras manos.
Es necesario que las legislaciones sean generosas y equitativas. Habrá que posibilitar un nuevo orden mundial justo y humano.
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