Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Su Inmaculada Majestad: la otra reina de Inglaterra


por Joseph Pearce

Opinión

Pocas personas en la Inglaterra pagana de hoy han oído hablar de Nuestra Señora de Walsingham. Pero hubo un tiempo en que era conocida y venerada en toda la cristiandad, hasta el punto de decir que fue Ella la que puso a Inglaterra en el mapa, al menos en términos espirituales.

Durante la Edad Media, el santuario de Nuestra Señora de Walsingham fue uno de los principales centros de peregrinación del mundo, al nivel de Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela. Era el santuario principal de la Santísima Virgen, el lugar por encima de todos al que acudían los cristianos para rendir homenaje a la Madre de Dios. Y los peregrinos que llegaban al santuario eran tantos que al Camino de Walsingham le llamaban la Vía Láctea, sugiriendo poéticamente que el número de peregrinos era comparable al número de estrellas en el cielo. Una serie de monarcas ingleses hizo peregrinaciones a este lugar, y los peregrinos llegaban de toda Europa. Un poema anónimo titulado As Ye Came from the Holy Land, que en alguna ocasión ha sido atribuido a Sir Walter Raleigh, no sólo hace referencia a Jerusalén, sino también a “la tierra santa de Walsingham”.

La importancia de Walsingham se debe a las apariciones marianas a una piadosa noble inglesa en 1061, en una época gloriosa de la historia de Inglaterra, cuando en el país reinaba un santo, Eduardo el Confesor. La noticia de las apariciones se extendió y la reputación de Walsingham creció, como también la devoción de los ingleses a la Santísima Virgen María. A mediados del siglo XIV, y probablemente mucho antes, la gente consideraba que Inglaterra era la “dote de Nuestra Señora” y que Ella era, de alguna manera, la protectora de los ingleses.

En 1350, un predicador mendicante afirmó que “comúnmente se cree que Inglaterra es la dote de la Virgen”. Un retablo de finales del siglo XIV retrata al rey Ricardo II ofreciéndole a la Virgen un orbe en el que hay pintado un mapa en miniatura de Inglaterra con la inscripción Dos tua Virgo pia haec est [Esta es tu dote, Santísima Virgen].

El Díptico de Wilton, una de las obras maestras del arte tardomedieval, fechado alrededor de 1395, retrata a Ricardo II arrodillándose delante de la Virgen y el Niño, acompañada por dos reyes ingleses canonizados: San Edmundo Mártir y San Eduardo el Confesor. Este último era generalmente aceptado como santo patrono de Inglaterra hasta que los cruzados volvieron de Tierra Santa trayendo consigo el culto a San Jorge. En lo que respecta a San Jorge, está representado en el díptico por una bandera con la cruz de san Jorge, la bandera de Inglaterra sostenida por un ángel.

A finales del siglo XIV, el arzobispo de Canterbury, Thomas Arundel, escribió de la Santísima Virgen lo siguiente: “Nosotros, ingleses, al ser tu dote, como se nos conoce habitualmente, debemos superar a los demás en el fervor de nuestras oraciones y devociones”. A principios del siglo XV, el títulos dos Mariae [dote de María] se aplicaba a Inglaterra en los textos latinos y, en vísperas de la Batalla de Agincourt, en 1415, los sacerdotes ingleses rezaban por la intercesión de “la Virgen, la protectora de su dote”.

Todo fue bien hasta que el monstruo, Enrique VIII, destruyó el santuario en 1538, quemando públicamente la estatua de la Virgen de Walsingham que tantas generaciones habían venerado. El dolor que esto causó a la gente de Inglaterra está expresado en un poema anónimo, La balada de Walsingham, que retrata las ruinas del santuario varias décadas después de su destrucción:

Qué amargura,

oh qué amargura contemplar

la hierba crecer

en el lugar donde los muros de Walsingham

majestuosos se erguían.

Tal era la riqueza de Walsingham

 mientras Ella allí permaneció,

tal son las ruinas ahora

de esta tierra santa.

A nivel del suelo

yacen las Torres,

esas cuyas cimas, doradas y resplandecientes,

hasta el cielo se elevaban.

Donde había puertas,

puertas ya no hay,

por ellas pasaban,

viniendo de caminos desconocidos,

la multitud de los iguales

cuando su fama lejos llegaba.

Los búhos chillan donde los himnos más dulces

antaño se cantaban,

los sapos y las serpientes anidan

donde los peregrinos se apiñaban.

Llora, llora, oh Walsingham,

cuyos días son noches,

donde las bendiciones en blasfemias se tornaron,

y los actos sagrados en desprecios.

El pecado está ahora donde Nuestra Señora se sentó,

el cielo en el infierno se convirtió,

Satanás se sienta donde nuestro Señor influyó,

oh, Walsingham, ¡adiós!

 

Este lamento lo hizo suyo un santo inglés unos siglos más tarde, John Henry Newman, en su poema sobre la Reina Peregrina de Inglaterra:

“Aquí me siento, desolada”,

dijo con dulzura:

“Aunque soy Reina

y mi nombre es María,

los ladrones desvalijaron

mi jardín y mi hacienda,

y los enemigos robaron

a mi Hijo de mi propia morada”.

La Reina Peregrina sigue explicando cómo los protestantes le dijeron que “mejor que yo podían ellos cuidarlo” poniendo a Su Hijo en un puritano “palacio de hielo, duro y frío como ellos”. Después, este palacio protestante “se derritió sin remedio” y el pueblo de Inglaterra, su pueblo, vendió a su Hijo cambiándolo por “el lujo” y “el oro sacado del río”, eligiendo el materialismo mercantilista a la perla de mayor valor:

“Y me dejaron andando

entre la maleza y sola,

en esta tierra verde y alegre

que antaño fue mía”.

Este triste y lamentable escenario parecería ser el final infeliz de Inglaterra, de este país lleno de angustia que ha mandado al exilio a su verdadera Reina. Y, sin embargo, hay signos de vida después de la muerte, algo que no sorprendería a quienes adoran a un Dios que salió de la tumba, usando las palabras de Chesterton. En los últimos dos años, la réplica de la estatua medieval de Nuestra Señora de Walsingham ha recorrido Inglaterra visitando cada una de las catedrales católicas del país. La Reina Peregrina, en exilio durante muchos años, ¡ha vuelto!

Conocido como el Circuito de la Dote, en reconocimiento al nombre tradicional dado a Inglaterra, la visita real de la Reina Peregrina a las cuatro esquinas de su reino culminará el 29 de marzo con la reconsagración de Inglaterra a María, que se llevará a cabo simultáneamente en la catedral de Westminster de Londres, en el santuario de Walsingham, en todas las catedrales católicas de Inglaterra y en muchas parroquias y hogares.

Esta noticia alegra el corazón de todos los verdaderos hijos e hijas de Albión, y es la respuesta a las oraciones de San John Henry Newman, el último santo canonizado de Inglaterra, que profetizó en los últimos versos de su poema El regreso de la Reina:

Miré a la Señora

y en sus ojos vi

el azul brillante

del cielo italiano;

alzó la cabeza

y sonrió como una Reina,

suave y serena al ser coronada.

Dijo: “Tan sólo un momento

y revivirá lo muerto;

los gigantes caen,

los santos se alzan,

vengo a rescatar

mi hogar y mi reino

y Pedro y Felipe

vienen conmigo”.

 

Tomado de Infovaticana.

Publicado en inglés en  The Catholic World Report.

Traducción de Verbum Caro para Infovaticana.

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