Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El pecado social


Las estructuras de pecado se manifiestan como un "poder extraño" que domina sobre nosotros y multiplica el mal en el mundo, por lo que encontramos en él mayor maldad de la que debería resultar sumando las malas voluntades individuales.

por Pedro Trevijano

Opinión

El pecado social es una realidad que afecta a la sociedad, encarnándose en sus estructuras e impidiendo que los actos humanos alcancen sus dimensiones de verdad, bondad y comunión con los demás. Es un espíritu de egoísmo radical, de mentira y de falta de amor, que penetra en el tejido social y determina la vida de las personas y de la sociedad. Podemos decir que es la resultante y el fruto del pecado original, de las costumbres corrompidas, de las culturas alienadas, de la irresponsabilidad colectiva y de los pecados personales de cada generación humana. El pecado social “no debe inducir a nadie a disminuir la responsabilidad de los individuos, sino que quiere ser una llamada a la conciencia de todos para que cada uno tome su responsabilidad... La Iglesia cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios... sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Por lo tanto las verdaderas responsabilidades son de las personas" ( Exhortación Apostólica de San Juan Pablo II Reconciliatio et Paenitentia, 2-XII1984, nº 16).

Este pecado entra en la Historia con la libertad, y una vez entrado se instala, crece y prolifera en las relaciones interpersonales, oponiéndose al proyecto de Dios que quiere salvar a los hombres y, especialmente, tratando de impedir la transformación de la gente en Pueblo de Dios que camina hacia el Reino. Para ello intenta sustituir a Dios con los ídolos del tener, poder y placer, no teniendo en cuenta el valor y la dignidad de la persona humana y oponiéndose al amor de caridad.

Y es que el pecado social tiene unas estructuras que "se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas que las introducen y hacen difícil su eliminación". Pero al cristalizar los pecados sociales en "estructuras de pecado" surge algo cualitativamente distinto de la suma de dichos pecados. Las estructuras de pecado se manifiestan como un "poder extraño" que domina sobre nosotros y multiplica el mal en el mundo, por lo que encontramos en él mayor maldad de la que debería resultar sumando las malas voluntades individuales.

Está claro que ante esta situación hemos de juzgar y actuar críticamente en la vida social y en las relaciones políticas, económicas e ideológicas, intentando luchar contra las costumbres sociales que supongan injusticia y pecado, es decir tenemos obligación de combatir los pecados estructurales, tanto a nivel personal como de comunidad de creyentes, pues estos pecados, aunque con su fuerza contribuyan a la expansión del mal en el mundo, no son un destino ciego insuperable que impida la realización del Reino de Dios en la Historia, por lo que hemos de aceptar nuestras responsabilidades ante el bien común y evitar las faltas de omisión.

Si el pecado es una realidad esencialmente negativa, una laguna o carencia, el pecado de omisión, del que uno con frecuencia no se da cuenta, porque está tan centrado en sí mismo que no se ocupa de los demás, aparece como especialmente importante.

Por su parte la Iglesia considera fundamental y urgente la edificación de estructuras menos opresivas y más justas, pero es consciente de que aún las mejores estructuras y sistemas, se convierten pronto en inhumanos si las malas inclinaciones del hombre no son saneadas, si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en estas estructuras y sobre todo por quienes las rigen. Pues así como hay una solidaridad en el bien, se es también solidario en el mal. Sin embargo no olvidemos que las raíces profundas de las faltas son individuales, incluso si tienen aspectos colectivos.

Cristo nos dice que del amor a Dios y al prójimo "penden la ley entera y los profetas" (Mt 22,40). El Bien está al servicio del Amor en sus dimensiones individual, social y trascendental. El Mal en cambio es lo que dificulta a estas relaciones. Jesús radicaliza este planteamiento y lo adopta en su mensaje sobre el Reino: Dios es sencillamente el Bien, y el que concede al hombre la salvación.
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