La Paz
No nos olvidemos que somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos entre nosotos. Tener esta mentalidad es la mejor prevención contra esa monstruosa barbaridad que es la guerra, o simplemente del terrorismo.
por Pedro Trevijano
Los acontecimientos de estos días en Francia con los criminales actos terroristas yihadistas, y lo que está sucediendo en otros países, como Siria, Irak, y algunos países de África en los que hay que hablar más que de terrorismo, de verdadera guerra, pueden llevar a preguntarnos sobre lo que es la Paz.
Ya en el Antiguo Testamento el profeta Isaías nos indica: “La obra de la justicia será la paz, su fruto reposo y confianza para siempre” (32,17). Es decir, si queremos paz de verdad, la paz que deseamos es la paz basada en la Justicia, aunque también podemos decir es la señal del amor hecho realidad. En cambio no es la paz de los cementerios, ni la basada en una feroz represión, como aquel famoso parte de guerra en el siglo XIX, en el que los ejércitos zaristas, tras aplastar una rebelión polaca, anunciaron: “El Orden reina en Varsovia”. Y es que la paz y la violencia no pueden habitar juntos; donde hay violencia, no puede estar Dios (cf. 1 Cr 22,8-9).
Isaías nos presenta al futuro Mesías como “Príncipe de la paz” (Is 9,6). En el nacimiento de Jesús, en la aparición a los pastores de los ángeles, éstos dicen: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombre de buena voluntad” (Lc 2,14). Una de las bienaventuranzas va dedicada a “los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Tras la resurrección Jesús saluda a sus discípulos diciéndoles “Paz a vosotros” (Jn 20,21) y Pablo en Efesios nos dice de Jesús “Él es nuestra paz” (2,14) y “vino a anunciar la paz” (2,17).
El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. Ésta no puede ser la mera ausencia de guerra, ni una situación de equilibrio de fuerzas adversas, sino que se funda en una correcta concepción de la persona humana y requiere la realización de un orden según la justicia y la caridad. Luchar por la paz es esforzarse para que haya más verdad, respeto mutuo, justicia y amor, así como tratar de erradicar la injusticia, tanto más cuanto que ante muchos problemas, es necesaria la cooperación internacional. La paz ha de fraguarse en el corazón del hombre y supone el respeto a los acuerdos alcanzados, la renuncia al egoísmo nacionalista y a las acciones de dominio, al cambio de mentalidad de la gente sobre sus posibles adversariois y el diálogo como solución a los posibles conflictos. No nos olvidemos que somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos entre nosotos. Tener esta mentalidad es la mejor prevención contra esa monstruosa barbaridad que es la guerra, o simplemente del terrorismo.
La construcción de la paz como consecuencia de la justicia y el amor, nos obliga a utilizar ante todo los medios pacíficoa en defensa de nuestros derechos. Por muy justa que sea una causa, hay que emplear en primer lugar los métodos legales. Si éstos no son posibles, los métodos no violentos. Y sólo cuando se trate ya de legítima defensa, podría recurrirse a ella, e incluso a la guerra justa, en la que sin embargo hay que seguir guardando la debida proporción, porque siguen vigentes los principios de la Ley Natural , no excusando la obediencia ciega a los que quebrantan los principios del derecho de gentes.
Las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz. Quienes custodian con ese espíritu la seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz. Cuando en el evangelio de Lucas unos soldados preguntan al Bautista, qué es lo que deben hacer, no les dice que tiren sus armas, sino: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con vuerta paga” (Lc 3,14). Por su parte Jesús elogia la fe del centurión (Mt 8,10; Lc 7,9).
Ya en el Antiguo Testamento el profeta Isaías nos indica: “La obra de la justicia será la paz, su fruto reposo y confianza para siempre” (32,17). Es decir, si queremos paz de verdad, la paz que deseamos es la paz basada en la Justicia, aunque también podemos decir es la señal del amor hecho realidad. En cambio no es la paz de los cementerios, ni la basada en una feroz represión, como aquel famoso parte de guerra en el siglo XIX, en el que los ejércitos zaristas, tras aplastar una rebelión polaca, anunciaron: “El Orden reina en Varsovia”. Y es que la paz y la violencia no pueden habitar juntos; donde hay violencia, no puede estar Dios (cf. 1 Cr 22,8-9).
Isaías nos presenta al futuro Mesías como “Príncipe de la paz” (Is 9,6). En el nacimiento de Jesús, en la aparición a los pastores de los ángeles, éstos dicen: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombre de buena voluntad” (Lc 2,14). Una de las bienaventuranzas va dedicada a “los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Tras la resurrección Jesús saluda a sus discípulos diciéndoles “Paz a vosotros” (Jn 20,21) y Pablo en Efesios nos dice de Jesús “Él es nuestra paz” (2,14) y “vino a anunciar la paz” (2,17).
El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. Ésta no puede ser la mera ausencia de guerra, ni una situación de equilibrio de fuerzas adversas, sino que se funda en una correcta concepción de la persona humana y requiere la realización de un orden según la justicia y la caridad. Luchar por la paz es esforzarse para que haya más verdad, respeto mutuo, justicia y amor, así como tratar de erradicar la injusticia, tanto más cuanto que ante muchos problemas, es necesaria la cooperación internacional. La paz ha de fraguarse en el corazón del hombre y supone el respeto a los acuerdos alcanzados, la renuncia al egoísmo nacionalista y a las acciones de dominio, al cambio de mentalidad de la gente sobre sus posibles adversariois y el diálogo como solución a los posibles conflictos. No nos olvidemos que somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos entre nosotos. Tener esta mentalidad es la mejor prevención contra esa monstruosa barbaridad que es la guerra, o simplemente del terrorismo.
La construcción de la paz como consecuencia de la justicia y el amor, nos obliga a utilizar ante todo los medios pacíficoa en defensa de nuestros derechos. Por muy justa que sea una causa, hay que emplear en primer lugar los métodos legales. Si éstos no son posibles, los métodos no violentos. Y sólo cuando se trate ya de legítima defensa, podría recurrirse a ella, e incluso a la guerra justa, en la que sin embargo hay que seguir guardando la debida proporción, porque siguen vigentes los principios de la Ley Natural , no excusando la obediencia ciega a los que quebrantan los principios del derecho de gentes.
Las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz. Quienes custodian con ese espíritu la seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz. Cuando en el evangelio de Lucas unos soldados preguntan al Bautista, qué es lo que deben hacer, no les dice que tiren sus armas, sino: “No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con vuerta paga” (Lc 3,14). Por su parte Jesús elogia la fe del centurión (Mt 8,10; Lc 7,9).
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