Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

¿Darwin habría colocado consignas ateas en los autobuses?


Creo que, con el tiempo, la teoría general de Darwin se derrocará o se modificará de forma radical, como se hizo con la de Newton o con la relatividad de Einstein. A diferencia de sus seguidores integristas, a Darwin no le asustaba el cambio, aunque este probase que estaba equivocado en algunas cosas.

por George Weigel

Cuanto más observo las debilidades del mundo intelectual, más admiro la verdad que dijo G.K. Chesterton: «Cuando la gente deja de creer en Dios, no es que dejen de creer, sino que creen en cualquier cosa». Una de las tragedias humanas consiste en que el desarrollo intelectual pocas veces aparece acompañado de criterio, moderación escéptica o, incluso, el sentido común. Hoy en día el vacío aparecido por la retirada de la religión formal suele verse ocupado por todo tipo de formas de panteísmo. Los zelotes dedican sus vidas a «salvar» las selvas tropicales, desiertos o hábitat de las especies en vías de extinción. Creen fervientemente en mitos seudocientíficos como el cambio climático, el calentamiento global o el efecto invernadero. Algunos veneran la ciencia como una forma de vida. Otros la odian. De vez en cuando en las colinas de Quantock veo a hombres jóvenes y fieros con equipos semi-militares, a menudo armados de forma rudimentaria, que incluyen entre sus actividades atacar físicamente a los que utilizan perros de caza y asediar a los laboratorios que utilizan animales para realizar experimentos. El aspecto y el comportamiento de estos grupos se parecen a los Zelotes o Sicarios originarios de los tiempos de Cristo, quienes encontraron su castigo en Masada. No podría decir que les tengo miedo, no más que el que tengo de los terroristas suicidas musulmanes a los que tanto se parecen. Pero el aspecto que presentan en el monte que en su día recorrieron los amantes de la naturaleza y delicados Coleridge, Dorothy y William Wordsworth incrementa mi preocupación por lo que está pasando en el mundo. Los panteístas ateos a los que ahora les ha dado por publicitar sus creencias en los autobuses se parecen a los que desean deificar a Charles Darwin, quienes han aprovechado la oportunidad para intentarlo en el ducentésimo aniversario de su nacimiento. Por supuesto, no han sido los primeros. Leslie Stephen, un ex clérigo que había perdido la fe como consecuencia de El Origen de las Especies, admiraba a Darwin como a un Dios y algunas de las cosas que escribió sobre la centralidad en la historia moderna intelectual tenía una visión apocalíptica. Se está publicando mucha basura sobre Darwin el «súper científico» y «el profeta sobrenatural del triunfo humanista» (dos expresiones que anoté la semana pasada, una de ellas de la BBC). No le están dado la justicia que se merece a un pobre hombre, ya que no solo era un científico excelente, sino también un hombre de una decencia y dignidad singulares que habría encontrado su actual apoteosis repelente y alarmante. Si hubiese que salvar a un hombre de sus seguidores, sin duda sería él. Es importante darse cuenta de que Darwin era un hombre de emociones extremadamente fuertes, aunque era capaz de mantener, en su trabajo, un razonamiento sereno. El acontecimiento central de su vida emocional no consistía en el desarrollo de su teoría de la selección natural, aunque ello le proporcionó una gran alegría y satisfacción. La muerte de su hija de diez años, Annie, debido a una enfermedad en 1850 sí fue el acontecimiento central de su vida. Annie era su hija favorita y su gran afecto por ella era recíproco. Dijo que nunca había tenido que reprocharla nada, ni siquiera una pequeña falta; era un «ángel». Cuando se volvió una enferma crónica a los nueve años debido a algún tipo de gastroenteritis o fiebre tiroidea, Darwin sustituyó la preocupación por la culpabilidad, ya que él había sufrido una dolencia similar durante toda su vida y creyó que ella lo había heredado. La atendió durante su larga enfermedad, caracterizada por fases de recuperación seguida de recaídas, y solía quedarse junto a ella durante toda la noche. La descripción del sufrimiento de su hija (y del suyo propio) es una lectura desgarradora. Cuando finalmente murió, tan escuálida que parecía un esqueleto, no pudo asistir a su conmovedor funeral. Torturado por el remordimiento y la cólera, citó la obra In Memoriam de Tennyson: Are God and Nature then at strife, That Nature lends such evil dreams? So careful of the type she seems, So careless of the single life? (¿Dios y la naturaleza están en guerra, y por ello la Naturaleza nos arroja estos sueños tan malvados? Parece tan cuidadosa al elegirlos, pero parece que no le preocupa la vida solitaria.) Durante su agonía, Annie hizo dos conmovedores esfuerzos para intentar cantar y Darwin consideró que su perdición supuso un acto de una maldad tan desconsiderada que destruyó su fe en un universo benévolo para siempre. Estaba a punto de escribir en El origen del hombre: «El mayor grado posible de cultura moral es cuando nos percatamos de que debíamos dominar nuestros pensamientos». Pero eso fue algo que Darwin nunca pudo hacer. Sus pensamientos se centraban en la muerte de su amada hija. Nunca pudo superarlo. Dio muerte a su creencia en Dios y en la eternidad de manera total y absoluta, y finalmente también acabó con todo lo que no fuese demostrado por sus investigaciones científicas. Las circunstancias en las que acabó perdiendo la fe confirman el punto de vista que atestiguan mi experiencia y observación: que la creencia en lo sobrenatural es una cuestión de emoción, no de razón. Darwin nunca olvidó a Annie: su suerte ensombreció el resto de su vida y empañó sus ideas de forma indeleble. Seis años después de la muerte de Annie escribió una carta que decía: «¡Qué libro escribiría un capellán del diablo sobre el trabajo torpe, derrochador, primitivo y horriblemente cruel de la naturaleza!» Esta cita ilustra lo que yo considero que es un punto débil de la teoría de la selección natural de Darwin y también la sufren la mayoría de sus seguidores, especialmente los más entusiastas. Todos ellos tienen la tendencia de atribuir cualidades morales al proceso que, por su naturaleza, debería ser completamente impersonal. La naturaleza no es, y no puede ser, cruel. El punto débil es esclarecedor porque señala otro más fundamental. A pesar de que la selección natural acabase con el diseño (y de este modo también con Dios el Creador), Darwin parece reacio a desprenderse completamente del diseño. A menudo insinúa que la Naturaleza diseña cosas. Me es difícil creer que Darwin elaboró una explicación perfecta sobre el origen de las especies, tal y como algunos de sus seguidores parecen creer hoy en día. Al contrario, las obras de Darwin plantean tantas preguntas como las que responden. Por ejemplo, ¿por qué la selección natural conduce a la complejidad sin límites? Los organismos complejos son más frágiles que los simples. Son menos capaces de arreglarse a sí mismos cuando las cosas van mal. Si la selección natural tiene un propósito, seguro que consiste en la durabilidad en lugar de la complejidad. ¿Cómo puede hacerse más duradero volviéndose más complejo? Puede que en un principio la selección conduzca a la complejidad, pero a largo plazo debería tender a la simplicidad, ya que esta es más duradera. De nuevo, parece que no hay mecanismo que establezca una unión entre los cambios en la vida de los fenotipos y la variación genética. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué los organismos adquirieron la habilidad de transmitir las caracteristicazas adquiridas mediante la genética en el proceso de la selección natural? Existen muchas otros enigmas. Creo que, con el tiempo, la teoría general de Darwin se derrocará o se modificará de forma radical, como se hizo con la de Newton o con la relatividad de Einstein. A diferencia de sus seguidores integristas, a Darwin no le asustaba el cambio, aunque este probase que estaba equivocado en algunas cosas. Entendía la ciencia como algo progresivo. Continuó practicándola en su vejez. Estudió la fisonomía de los gusanos de tierra y descubrió que eran sorprendentemente inteligentes. Convirtió su sala de billares en un laboratorio para poder tener más espacio para examinarlos y estudiar cómo respondían a los estímulos. Los guardaba en tarros de cristal llenos de tierra. Durante la noche, dirigía la luz de faroles, velas y lámparas de queroseno hacia los tarros. Descubrió que la luz intensa asustaba a los gusanos, pero que no tenía ningún efecto sobre ellos. Organizó la casa para poder comprobar cómo reaccionaban al ruido. Una vez tocó el piano, otra vez lo intentó con el fagot, también gritó e hizo sonar un silbato de estaño. Les echó perfumes y caladas de tabaco. Ojalá que sus seguidores y panegiristas de hoy en día se dedicasen a realizar actividades tan entretenidas y posiblemente útiles como éstas en lugar de tratarlo como a un dios. Ojalá que el espíritu de Darwin les prohíba dedicarse a realizar actividades tan vulgares como publicitar el ateísmo en los autobuses. * George Weigel, escritor y politólogo católico estadounidense, es autor de la biografía autorizada de Juan Pablo II «Testigo de esperanza» (Plaza&Janés), «el coraje de ser católico» (Planeta) y «Política sin Dios: Europa y América, el cubo y la catedral» (Ed. Cristiandad), entre otros.
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