Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Homosexualidad y Adopción


En un país como el nuestro, donde hay muchísimos más matrimonios que desean adoptar niños que niños que puedan ser adoptados, creo que siempre hay que conceder la primacía a un matrimonio normal.

por Pedro Trevijano

Entre los debates que hay en torno a la homosexualidad, uno de los más importantes es si las parejas homosexuales, tanto de un sexo como de otro, tienen o no derecho a adoptar niños. Pienso así: En un país como el nuestro, donde hay muchísimos más matrimonios que desean adoptar niños que niños que puedan ser adoptados, creo que siempre hay que conceder la primacía a un matrimonio normal. La sociedad debe velar para que un niño sea acogido, protegido y educado en las mejores condiciones posibles. El niño tiene un derecho inalienable a ser educado por un padre y una madre, pues los necesita, siendo antinatural privarle de uno de ellos, pues de lo que estamos tratando aquí es de una relación de filiación, siendo lo más conveniente para él lo que debe prevalecer. La pareja homosexual puede ofrecer el afecto necesario, pero no los esquemas básicos de desarrollo de la personalidad. En efecto, no puede discutirse la transcendencia del entorno familiar para la personalización del nuevo ser. El niño necesita los referentes materno y paterno, como nos lo recuerda el sentido común, siendo distintas las funciones de cada uno en este cometido. Un hijo adoptado ha de educarse en un ambiente estable en que se vea esa complementariedad, donde haya un padre y una madre, cada uno con su papel en la familia, que es lo que le va a permitir sentirse miembro de ella. Ya el Derecho Romano establecía que adoptar era imitar a la naturaleza, no tergiversarla. El niño recibe, a través de los mil detalles de la vida diaria, la distinción clara entre la persona del padre y de la madre, del varón y de la mujer, doble percepción que determina y configura su formación afectiva y humana, en las que aprende la mayor parte de las cosas por imitación de los mayores, hasta el punto de que la falta de cualquiera de estos dos referentes, no se sufre sin graves dificultades en el desarrollo de la personalidad, como pueden ser narcisismo, inmadurez y obsesiones. Casi todos los psicólogos reconocen la gran importancia de las imágenes paterna y materna en la construcción de la personalidad del niño y lo fundamental que éste posea en su ámbito más cercano un progenitor que le sirva de modelo de identificación y otro que le propone un modelo de complementación. Incluso en el caso de padres o madres viudos, en el que falta uno de los dos, para el niño no es lo mismo que falte porque ha muerto, porque en este caso el progenitor está presente de continuo, amorosamente, que no que no esté porque así se ha querido voluntariamente. El ambiente familiar homosexual no es el más adecuado para el crecimiento y desarrollo adecuado y completo del niño. Por todo ello y porque lo que está en juego es una persona humana, es incomparablemente mejor que cuide del niño un matrimonio y una familia normal que ese muy arriesgado modelo de adopción que una pareja homosexual puede proponer. No nos olvidemos además de la mayor promiscuidad y facilidad de ruptura de las uniones homosexuales, con las consiguientes consecuencias para estos niños que ya han sufrido un abandono y están muy necesitados de seguridad. En cuanto a sus tendencias sexuales futuras los niños así educados no están abocados fatalmente a la homosexualidad, aunque sí parece que se da en ellos con más frecuencia, porque el medio ambiente no es un determinante absoluto, pero sí poderoso. Todo ello hace que la Asociación Española de Pediatría sea contundente: “Un núcleo familiar con dos padres o dos madres es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo y adaptación social del niño”. La Congregación para la Doctrina de la Fe nos dice: “Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad. La integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano”(31-VII-2003, nº 7). Pero, como ya hemos dicho, el fin de la adopción es ofrecer al niño abandonado asistencia y afecto. Por ello y recordando que hay países como China, donde el destino de las niñas es con frecuencia el orfanato o el infanticidio; Brasil o Colombia donde uno de los grandes problemas nacionales, si no incluso el mayor, es el de los niños abandonados que pululan por las calles y que a los doce o catorce años empiezan a producir nuevos niños abandonados, es indudable que un niño de éstos está mejor en una casa, aunque lo atienda una pareja de homosexuales, que en la calle. Pero estos países no permiten la adopción a las parejas homosexuales, e incluso el que se permita en nuestro país esa adopción es otra nueva dificultad. En pocas palabras: con la adopción lo que se debe pretender es el bien del niño, poniendo a éste en las mejores condiciones posibles para que pueda desarrollarse plenamente como persona. Éste está mejor en una familia normal que en un hogar incompleto o pareja de personas del mismo sexo, pero está mejor con éstos que abandonado. Pedro Trevijano, sacerdote
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