Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Jachu y María

Jachu y María.
Jachu (izquierda) y María, dos adolescentes que entregaron a Dios sus dolores y dieron así significado a su vida antes de morir.

por Álvaro Fernández Texeira Nunes

Opinión

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A los viejos nos ocurre algo muy parecido a lo que le ocurría a nuestros padres con nosotros: miramos la ropa con la que se visten los jóvenes, la “música” con la que se entretienen, los dialectos en que se comunican, y tendemos a pensar que todo está perdido… Es cierto, objetivamente hablando, que la decadencia viene avanzando de generación en generación, desde hace décadas. Siglos, quizá. Sin embargo, como dice un bellísimo poema de mi tierra, “¡Sigue dando criollos, muy lindos criollos el tiempo!”

Existen, en efecto, ejemplos de adolescentes de distintas orígenes y edades que han muerto “en olor de santidad”. En España, la Venerable Montse Grases (17 años) y Alexia González-Barros (14 años). En Italia, el Beato Carlo Acutis (15 años). Y en Uruguay, el país más laicista de América, Jacinta (“Jachu”) Otegui Gastaldi, fallecida a mediados de 2020 a la edad de 12 años, y María Flores Jourdán, fallecida hace pocos días, a la edad de 19 años. No dudo ni por un segundo que merecen estar en esa lista…

Jachu y María se conocieron en el colegio. Y a pesar de la diferencia de edad, eran amigas. Jachu enfermó de cáncer a los 8 años (sarcoma de Ewing, la misma enfermedad de la que murieron Montse y Alexia). A María, a los 12 años, le diagnosticaron síndrome de Ehlers-Danlos, una enfermedad en la que la deficiencia de colágeno provoca múltiples problemas de articulaciones, piel, huesos, vasos sanguíneos y órganos internos.

En el libro Jachu: con los ojos en el cielo, su mamá escribió: “Solo por compartir algo de lo que estábamos viviendo con Jachu, tantas personas descubrieron la fe, o encontraron la paz, o el dulce consuelo de Dios”. Y afirma que se decidió a escribir el libro porque comprendió que su testimonio puede ser como los cinco panes y dos peces del Evangelio: “Es todo lo que tengo, pero es todo de Jesús; que Él haga el resto”.

En vida de Jachu -quien de alguna forma “veía” a Jesús, al punto de describirlo-, muchas personas se acercaron a Dios contagiadas por su fe y por su incomparable alegría. Tras su partida, son muchos los que le rezan, incluida alguna monja de clausura.

El libro sobre la vida de María todavía está por escribirse. Su historia es tan tremenda como repleta de lecciones para el alma. Al poco tiempo de nacer, María perdió a su papá, y siendo muy pequeña, su madre y sus hermanos se trasladaron a Nico Pérez, un pequeño pueblo del interior del Uruguay, donde su tío, Pablo Jourdán, era párroco. Años más tarde la familia se mudó a la capital del país. Poco tiempo después, los siguió su tío, con motivo de su nombramiento como obispo auxiliar de Montevideo en 2018.

Cuando María estaba en sexto año de escuela, empezó a tener unos desmayos inexplicables. Hasta cinco veces por día se desmayaba. Con frecuencia se golpeaba la cabeza en el suelo, y padecía además, fuertes jaquecas. Pasó bastante tiempo antes de tener el diagnóstico correcto. La trataron con medicamentos y la operaron en Estados Unidos, pero la enfermedad siguió su curso.

Mientras tanto, María, que increíblemente estaba siempre alegre, ofrecía todos sus dolores -que eran muchos y muy fuertes- por los sacerdotes. El día que ingresó al centro de tratamiento intensivo del que ya no saldría, Jachu habría cumplido 15 años. María murió rezando y ofreciendo sus padecimientos por el clero de su patria.

La juventud no está perdida. A veces, quizá, mal encaminada. Pero como la naturaleza humana no cambia, hoy también hay jóvenes capaces de enamorarse de Nuestro Señor Jesucristo y de buscar la santidad en medio del sufrimiento. Los adolescentes mencionados arriba no sólo parecen haber encontrado el buen camino, sino la vía rápida para llegar al Cielo. Han sabido aprovechar muy bien su corto tiempo de vida, entregándoselo al Señor. Quizá por eso, Él ha querido recibirlos cuanto antes en su seno, para colmarlos de felicidad. Como aquel jardinero del que hablaba San Josemaría, que corta la rosa en su mejor momento…

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