Hombres contra corriente
La lucha por la igualdad que ha tenido como objetivo suprimir las diferencias naturales entre el hombre y la mujer ha llevado a muchas mujeres a renegar de su feminidad y ha logrado que varios hombres teman y hasta rechacen una virilidad que no pocos creen responsable de haber discriminado, por siglos, injustamente a la mujer. De ahí el esfuerzo en las últimas décadas, sutil primero y agresivo después, de mermar las características y tendencias propiamente masculinas a través, principalmente, de los medios de comunicación y los sistemas educativos. Así, al tiempo que a través de leyes, cuotas, propaganda y otros recursos se ha “empoderado” a la mujer, al hombre se le ha debilitado y adormecido.
Paradójicamente, al tiempo que se culpabiliza al varón por siglos de opresión y violencia contra la mujer, se fomenta su irresponsabilidad. El libertinaje sexual y el desprecio por la institución matrimonial así como el fomento de la anticoncepción y las leyes abortistas han promovido que el hombre utilice a la mujer como un mero objeto de placer, siempre y cuando sea con el consentimiento de ésta; contribuyendo de esta manera a que el hombre tenga cada vez menos dominio de sí mismo.
Aunado a esto, los varones cada vez tienen menos ejemplos de heroísmo, mucho menos de santidad, capaces de inspirar y despertar los más bellos y sublimes anhelos. Durante las últimas décadas, los medios de comunicación han promovido la imagen de un hombre afeminado que al tiempo que teme el compromiso, desdeña la virtud. De un eterno niño cuya única aspiración es conseguir cierta holgura económica. Los héroes de antaño ha sido sustituidos por unos superhéroes cuyo carácter extraordinario se encuentra únicamente en sus “poderes excepcionales”, y el lugar de modelos ejemplares ha sido ocupado por populares artistas, deportistas e influenciadores que basan su fama en la exposición de una vida frívola y superficial, en la cual, a pesar de la abundancia, una cosa falta, la virtud. De ahí que la mayoría de los varones carezca de grandes ideales y que las únicas batallas que estén dispuestos a enfrentar son aquellas que se libran atrás de una pantalla, controles de vídeo en mano.
Actualmente, varios hombres se encuentran confundidos, pues al tiempo que se les conmina a rechazar una masculinidad calificada de “tóxica”, privándoles del desarrollo de las mejores características masculinas, nuestra sociedad, que si de alguna virtud hace especial escarnio es la de la pureza, les invita a comportarse de manera innoble. Por ello es cada vez más común ver a hombres que, navegando entre el complejo y la indolencia, pasean impúdicamente a su esposas e hijas cual si fuesen trofeos. Si el feminismo a la mujer le ha robado el pudor, al hombre le ha robado su integridad y hasta el sentido común. Y es que así como el hombre, por naturaleza, crece en virtud con las dificultades, los retos y la exigencia, éste se debilita con los placeres, con la abundancia, con las comodidades y con el exceso de entretenimiento.
Muchos hombres, desde hace décadas, decidieron callar y aceptar, a fin de avenirse a los nuevos tiempos, una liberación femenina que rompió la sagrada alianza entre el hombre y la mujer. Sí, en cierto grado, el hombre es responsable de la situación actual de la sociedad. Mas, contrariamente a lo que postulan las feministas, el hombre es culpable no por ejercer su autoridad, sino por su silencio y pasividad ante el ataque de los principios morales. Ha sido el escarnio de la masculinidad lo que ha facilitado el ataque a una familia que, sin padres fuertes y valientes, gime en la orfandad.
Como suele hacer, el dragón infernal se ha disfrazado de luz y ha presentado como liberador y permisible la impureza, pecado predominante hoy en día en una sociedad que se ahoga en la inmundicia. Por ello, necesitamos más que nunca recurrir a San José, “más valiente que David y más sabio que Salomón”, símbolo por excelencia de pureza y modelo de castidad viril. San José, protector de vírgenes y terror de los demonios. Varón casto y humilde, justo y prudente, fuerte y fiel, obediente y paciente, modelo de las más excelsas virtudes. Esas que el día de hoy necesitan nuestros hombres para poder recobrar todo lo bueno, bello y verdadero que, en nombre de siniestras ideologías, hemos perdido.
Afortunadamente, como revive el fuego en las cenizas que se creían apagadas, está resurgiendo con fuerza y valentía esa figura, que se creía a punto de la extinción, del caballero cristiano. Y hoy, esos hombres, siguiendo el ejemplo de San José, le están demostrando al mundo entero que la verdadera autoridad tiene su fundamento en la obediencia y confianza absoluta a Dios Padre, y por ello han decidido proteger la virtud de la pureza en un mundo que promueve la promiscuidad y hace escarnio de la virtud, defender el sacramento del matrimonio en un mundo donde la cohabitación y el divorcio se han convertido en norma, proteger la inocencia de los más jóvenes en un mundo que busca corromper a los niños desde la más tierna edad. Porque esos hombres saben que, entre sus muchas responsabilidades, hay una que es superior a todas, custodiar las almas que les fueron encomendadas por Dios.
Dice Chesterton que “a cada época la salva un puñado de hombres que tienen la valentía de ser inactuales”. En esta época en la cual, parafraseando a León XIII, la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, ha disminuido en muchas almas, la caridad se ha enfriado, la sociedad entera acepta y promueve costumbres e ideologías cada vez más depravadas, la Iglesia de Jesucristo es atacada por fuera y por dentro y los fundamentos mismos de la religión cristiana están siendo socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad, estos hombres saben que, ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.
Por ello, sin miedo a ser tachados de retrógrados y cual caballeros de lanza en ristre, estos hombres, que han ido creciendo tanto en número como en fortaleza, se han levantado para defender todo aquello que es sagrado, noble y puro. Rodilla en tierra y rosario en mano, este pequeño ejército libra, confiando en el poder de la oración y la penitencia, y en la belleza de la verdad, la más hermosa de las batallas, esa que se libra a fin de conquistar el Cielo.