Una de masones
Incluso Federico Jiménez Losantos estuvo machacando el asunto con el estilo combativo que le es propio, en su programa matinal de Es Radio, que rebota Intereconomía TV, dando origen a un cierto escandalete
Tenía ya escrito el artículo sobre la revelación que hizo Fernando Ledesma, ministro de Justicia (19821986) en los primeros gobiernos de Felipe González, que tanto él como Pascual Sala compartían la común pertenencia a la masonería. Esa revelación –difundida por “El Confidencial Digital” de José Apezarena- se hizo en los brindis, al final de una comida celebrada discretamente en una sala reservada del Casino de Madrid el 18 de mayo pasado, con asistencia de una centenar de personas convocadas de manera personal, en homenaje a Pascual Sala, próximo a jubilarse como presidente del Tribunal Constitucional.
Otros medios, entre ellos este en el que escribo, reprodujeron aquella información, que permaneció en “cartelera” unas cuantas jornadas, sin que nadie se diera por aludido. Incluso Federico Jiménez Losantos estuvo machacando el asunto con el estilo combativo que le es propio, en su programa matinal de Es Radio, que rebota Intereconomía TV, dando origen a un cierto escandalete.
Sin embargo, el viernes último por la tarde, veo que tanto Fernando Ledesma como Pascual Sala habían difundido sendos comunicados personales desmintiendo rotundamente que perteneciesen a la orden de la escuadra y el compás. En definitiva, que mi artículo anterior, escrito con mucho cuidado, quedaba invalidado.
Parto de la base que si los aludidos desmienten lo que sí se dijo en aquella comida, aunque según ellos en tono jocoso, habrá que aceptar sus palabras, pero el mentís no despeja ciertas dudas que permanecen en el aire. Por ejemplo, a la comida sí asistió algún masón manifiesto, como el asturiano Álvaro Cuesta, ex diputado nacional por el PSOE, y acaso Francisco Fernández Marugán, también ex diputado socialista y actualmente adjunto primero al Defensor del Pueblo. En todo caso, los masones están autorizados a negar su filiación masónica si con ello favorecen a su orden.
En cuanto a Fernando Ledesma, las dudas aumentan. Perteneció al sector socialista que Alfonso Guerra llamaba “vaticanista”, encabezado por Gregorio Peces Barba. Éste apareció en política ya avanzado y envejecido el franquismo, bajo el paraguas de Joaquín Ruiz Giménez en la revista “Cuadernos para el Diálogo”. De ahí que quienes estábamos en el secreto del sumario, tuviéramos a Peces Barba y sus amigos como demócrata-cristianos, pero en cuanto se abrió la veda política se incorporaron en bloque al socialismo. Andando el tiempo, sospechamos que Gregorio debía de pertenecer a la masonería, como ya había pertenecido su padre durante la masonizada Segunda República.
Al ser nombrado ministro de Justicia, Ledesma nombró directores generales a una serie de juristas pertenecientes al mismo grupo, de filiación más que sospechosa. Entre ellos figuraba Enrique Miret Magdalena, al que designó presidente de la Obra de Menores, y con el que me unía una vieja amistad dada nuestra común pertenencia a la Acción Católica, de la que yo nunca he renegado. Mi amistad y afecto por Miret duraron hasta su muerte (1210-2009), aunque en los últimos años dejamos de relacionarnos. Él había tomado un rumbo –en el que no esta dispuesto a seguirle- extremadamente crítico con la jerarquía y la Iglesia en general, a partir de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, de la que era uno de sus principales directivos, junto con el ex sacerdote Juan José Tamayo, a su vez peón de Peces Barba en la Universidad Carlos III, y por consiguiente asimismo masón, si no estoy muy equivocado. Ello explicaría la animosidad que mantiene con la Iglesia. Lo extraño es que haya todavía parroquias y centros eclesiales que de vez en cuando lo inviten a perorar contra la propia institución eclesial.
Tras la defunción de Enrique, he reflexionado mucho sobre su trayectoria político-religiosa, y he llegado a la conclusión que se hizo masón, en aquel entorno de Fernando Ledesma, que tuvo como jefa del gabinete del ministro a María Teresa Fernández de la Vega, de cuya pertenencia masónica yo tengo pocas dudas, aunque naturalmente ninguna certeza absoluta. Son la dificultades con las que tropieza todo aquel que desea saber algo de los entresijos de esta sociedad opaca. Por consiguiente, los desmentidos de Pascual Sala y Fernando Ledesma no me dejan muy convencido.
Otros medios, entre ellos este en el que escribo, reprodujeron aquella información, que permaneció en “cartelera” unas cuantas jornadas, sin que nadie se diera por aludido. Incluso Federico Jiménez Losantos estuvo machacando el asunto con el estilo combativo que le es propio, en su programa matinal de Es Radio, que rebota Intereconomía TV, dando origen a un cierto escandalete.
Sin embargo, el viernes último por la tarde, veo que tanto Fernando Ledesma como Pascual Sala habían difundido sendos comunicados personales desmintiendo rotundamente que perteneciesen a la orden de la escuadra y el compás. En definitiva, que mi artículo anterior, escrito con mucho cuidado, quedaba invalidado.
Parto de la base que si los aludidos desmienten lo que sí se dijo en aquella comida, aunque según ellos en tono jocoso, habrá que aceptar sus palabras, pero el mentís no despeja ciertas dudas que permanecen en el aire. Por ejemplo, a la comida sí asistió algún masón manifiesto, como el asturiano Álvaro Cuesta, ex diputado nacional por el PSOE, y acaso Francisco Fernández Marugán, también ex diputado socialista y actualmente adjunto primero al Defensor del Pueblo. En todo caso, los masones están autorizados a negar su filiación masónica si con ello favorecen a su orden.
En cuanto a Fernando Ledesma, las dudas aumentan. Perteneció al sector socialista que Alfonso Guerra llamaba “vaticanista”, encabezado por Gregorio Peces Barba. Éste apareció en política ya avanzado y envejecido el franquismo, bajo el paraguas de Joaquín Ruiz Giménez en la revista “Cuadernos para el Diálogo”. De ahí que quienes estábamos en el secreto del sumario, tuviéramos a Peces Barba y sus amigos como demócrata-cristianos, pero en cuanto se abrió la veda política se incorporaron en bloque al socialismo. Andando el tiempo, sospechamos que Gregorio debía de pertenecer a la masonería, como ya había pertenecido su padre durante la masonizada Segunda República.
Al ser nombrado ministro de Justicia, Ledesma nombró directores generales a una serie de juristas pertenecientes al mismo grupo, de filiación más que sospechosa. Entre ellos figuraba Enrique Miret Magdalena, al que designó presidente de la Obra de Menores, y con el que me unía una vieja amistad dada nuestra común pertenencia a la Acción Católica, de la que yo nunca he renegado. Mi amistad y afecto por Miret duraron hasta su muerte (1210-2009), aunque en los últimos años dejamos de relacionarnos. Él había tomado un rumbo –en el que no esta dispuesto a seguirle- extremadamente crítico con la jerarquía y la Iglesia en general, a partir de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, de la que era uno de sus principales directivos, junto con el ex sacerdote Juan José Tamayo, a su vez peón de Peces Barba en la Universidad Carlos III, y por consiguiente asimismo masón, si no estoy muy equivocado. Ello explicaría la animosidad que mantiene con la Iglesia. Lo extraño es que haya todavía parroquias y centros eclesiales que de vez en cuando lo inviten a perorar contra la propia institución eclesial.
Tras la defunción de Enrique, he reflexionado mucho sobre su trayectoria político-religiosa, y he llegado a la conclusión que se hizo masón, en aquel entorno de Fernando Ledesma, que tuvo como jefa del gabinete del ministro a María Teresa Fernández de la Vega, de cuya pertenencia masónica yo tengo pocas dudas, aunque naturalmente ninguna certeza absoluta. Son la dificultades con las que tropieza todo aquel que desea saber algo de los entresijos de esta sociedad opaca. Por consiguiente, los desmentidos de Pascual Sala y Fernando Ledesma no me dejan muy convencido.
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