Martes, 15 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Ante la confusión, discernimiento

Pedro Pablo Rubens, 'Gloria de San Ignacio de Loyola' (1616, detalle).
Pedro Pablo Rubens, 'Gloria de San Ignacio de Loyola' (1616, detalle): San Ignacio de Loyola (1491-1556) es el gran maestro del discernimiento de espíritus, al que dedicó espacio en sus escritos y tiempo y método en los 'Ejercicios Espirituales'.

por Irene Martín

Opinión

Sí, el discernimiento no es una cosa que se aplique únicamente a la reflexión vocacional, sino que lo necesitamos permanentemente, y más en nuestro tiempo. Discernir en nuestro día a día, las decisiones pequeñas, las grandes, ¡y hasta los problemas mundiales!

Buscar la verdad

Los cristianos, para mantenernos firmes en la fe y amor de Dios recibidos, necesitamos tener la doctrina y la moral claras. Pero no solo eso, además debemos vivir de la Palabra de Dios, “tener los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5). Cumplir los preceptos del Señor va unido al discernimiento de espíritus: "El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Amados, no creáis a todo espíritu, sino examinad los espíritus para ver si vienen de Dios" (1 Jn 3,24 - 4,1).

Ese examen, ese análisis de si las cosas son buenas o malas, de si vienen de Dios o del Maligno, se realiza a través del discernimiento. Y cuando hablamos de ello enseguida pensamos en vocación, o en la experiencia de San Ignacio de Loyola (que ciertamente ha pasado a la historia de la espiritualidad de Occidente por la “especialización” en el discernimiento de espíritus). Sin embargo, el discernimiento ha estado presente en el cristianismo desde siempre, desde los Evangelios. En sus acciones, en su trato con los pobres, con el ciego, con Zaqueo, con los servidores de la ley… Jesús da criterios de discernimiento.

El discernimiento lo que busca es la verdad, la luz. Es un ejercicio espiritual cuyo objetivo es la búsqueda de la verdad, la búsqueda de Dios de una manera verdadera (y habitual), contando con que el hombre está capacitado para poder buscar y –lo sorprendente, milagroso y maravilloso– hallar a Dios. 

Discernir en lo cotidiano… y en lo internacional

Cómo responder a nuestros familiares, ir a tal o cual actividad, qué estudiar, hacer más o menos oración, estas u otras prácticas de piedad, cómo descansar… Todas nuestras cosas, por pequeñas que sean, hay que discernirlas, buscar la voluntad de Dios. Pero también las grandes cuestiones de la vida hay que verlas bajo su luz: qué pensar de los problemas mundiales, cómo posicionarnos ante un escándalo, qué actitud tomar frente a las cuestiones que nos rodean (consumismo, pobreza, género, sobreinformación, adicciones, desigualdades…), cómo actuar (o no-actuar) ante cada noticia.

Esto es un arte. Y viéndolo así puede dar hasta agobio y vértigo. Pero no es así, uno va empapándose de los criterios de Dios poco a poco. Siempre hay que volver a refrescar los criterios, pero desde la serenidad de las cosas del Cielo. No se trata de códigos de conducta según eslóganes espirituales, o de un pensamiento cristiano único (porque Dios puede pedir a personas distintas respuestas distintas ante situaciones similares). Se trata de la sencillez del corazón, de abandonar nuestra lógica para dejarnos llevar por la lógica de Dios. Reconocer el Espíritu Santo en lo que vivimos, incluso también en las cosas que puede que no entendamos. 

Tres espíritus

Podemos decir con San Ignacio que el discernimiento de espíritus es la ayuda para no dejarse engañar por el diablo y vivir iluminados por la fe y no por el propio espíritu. En primer lugar tenemos que reconocer que en nosotros hay influencia de distintos espíritus, y en segundo, que son tres: el bueno, el malo y el propio. Se trata de frenar al malo y encauzar al nuestro para que escuche al bueno. ¿Pero cómo hacerlo?

Hay que emprender la ascesis continua de la vigilancia de los espíritus. No dejarse llevar sólo por mis deseos de hablar, decir, juzgar, reír, etc., sino darle un espacio a Dios para que pueda proponer Él nuestra respuesta ante las situaciones. No dejar entrar en el corazón cualquier estímulo, sino examinarlo. Los Padres del desierto decían “Pon un portero en tu corazón, preguntando a cada pensamiento que te asalta: ¿Eres de los nuestros o vienes del Adversario?”

Esto no significa que perdamos naturalidad, sino que viviremos cada vez más espontáneamente en la presencia del Espíritu, iremos aprendiendo poco a poco dónde le encontramos. Se nos dará la capacidad de comprender cuándo está sugiriéndonos el Demonio y cuándo es la alegría de Dios la que nos guía

Especialmente necesario hoy en día

El hábito del discernimiento se ha hecho más necesario que nunca. Antes todo era más sencillo, menos enrevesado: al mal se le llamaba mal, y todo el mundo, aunque no lo hiciera, sabía lo que estaba bien. Ahora se necesita un esfuerzo especial para mantenerse en el espíritu de Dios frente al ambiente exterior. “La vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento” (Papa Francisco).

La única forma de saber si algo viene del Espíritu Santo o si viene del espíritu del diablo es el discernimiento. Y esta sabiduría requiere sentido común, la ayuda de la gracia y un gran esfuerzo de ascesis. Es casi como una batalla. “El combate que la Iglesia libra ‘bajo el estandarte de la Cruz’, a imagen del gran combate redentor y en continuidad con él, es un ‘combate espiritual’ y cada uno debe librarlo por su parte en primer lugar y siempre en secreto. Cada uno debe conquistar incesantemente su propia libertad interior frente a las Fuerzas adversas» (Henri de Lubac).

Pidamos el don del discernimiento. Aprovechemos las oportunidades de formación, leamos sobre el tema, preguntemos a nuestros sacerdotes de confianza y personas de referencia.

Seamos valientes para la batalla.

Irene Martín es directora de la Fundación Maior.

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