El martirio del General Prim
Prim no fue plato que gustara a todos, y quién sabe si en su juventud no estuvo entre los asaltantes de Poblet. Pero lo de que su cuerpo esté incorrupto (momificado, dicen, por pudor y corrección política) es muy llamativo, así que tal vez sigamos oyendo más sobre el asunto
Estuve en el homenaje al General Prim. Se descubrió una lápida, montaron guardia dos voluntarios catalanes vestidos de migueletes y otros dos subieron a poner una corona de laurel. Fue un acto sencillo y digno, como debieran serlo siempre las cosas públicas.
Aunque España está mal clasificada y por detrás de otros países más civilizados, en el ranking mundial de jefes de estado ejecutados o asesinados, y solo podemos presentar el modesto récord de dos príncipes herederos muertos en prisión, seguramente tenemos la plusmarca mundial de jefes de gobierno asesinados con Prim, Cánovas, Dato, Canalejas y Carrero Blanco. Son crímenes que darían mucho que hablar (y especialmente el de Carrero, a cuyos asesinos premió la Transición con la amnistía), pero el que realmente es noticia en estos días por muy distintas razones, es el de Don Juan Prim y Prats, el General Conspirador o más bien conspirador a secas, que murió a resultas del atentado que sufrió siendo Jefe del Ejecutivo cuando salía de las Cortes.
Uno de estos días estuve con un sacerdote español que es además doctor en Medicina, y comentábamos las últimas sorpresas que ha deparado el cadáver de Prim, que no solo ha aparecido perfectamente incorrupto tras siglo y medio de sepelio en ambiente húmedo y salobre a 10 kilómetros del mar, sino además con la evidencia de haber sido estrangulado con un cinturón. Dos sorpresas que añadir al cúmulo de misterios que rodearon su muerte.
La noticia ha causado un modesto revuelo, aunque seguramente no tanto como si hubiera sido otro muerto ilustre. La muerte de Prim es un enigma, rodeado de misterios, noche y nieve, expedientes perdidos y documentos sin firma. Uno puede leer en la red que hay incluso quien afirma seriamente que el culpable de tanto ocultamiento ¡fue nada menos que el franquismo!, culpable sin duda de todos nuestros males pasados presentes y futuros.
Le decía a mi amigo que cuando yo era pequeño las niñas cantaban que "En la calle del Turco le mataron a Prim, sentadito en su coche con la Guardia Civil"; la canción decía también que fueron cuatro trabucos, pero luego se ha hablado de seis y de ocho. Una vez que me ocupé por encima del tema creí saber que Prim tenía cuatro heridas de posta, y solo una de ellas con pérdida de masa muscular; pero después he leído que fueron cinco, seis, ocho, y que tenía hasta doce agujeros en el capote.
A mi bisabuelo, Melchor Sánchez de Toca, que era entonces el primer cirujano del reino, tardaron en llamarlo cuatro días, y al salir declaró: "Me han traído ustedes a ver a un cadáver", una frase que en la familia siempre habíamos creído que era la muestra del disgusto de mi bisabuelo, hombre de excepcional independencia de criterio nada dado al disimulo, de que lo hubieran llamado demasiado tarde para salvarlo, pero que a la vista del estrangulamiento se ve que no era nada más que la constatación sin tapujos de lo que acababa de ver, por impolítico que fuese decirlo.
Le comentaba también a mi amigo cómo estos días apenas se ha dicho, y solo de refilón, que Prim se había negado a asistir a la comida (cena, dicen otros) de hermandad masónica que se celebró ese día, a la que le había invitado el Gran Oriente Morayta. Tampoco he visto nunca escrito lo que hace sesenta años se decía en Madrid: que a Prim le mataron los masones porque no quiso pisar un crucifijo en una ceremonia masónica; una cosa que no he visto escrita jamás, pero que recuerdo haber oído varias veces antes de llevar pantalones largos.
Mi amigo, el sacerdote médico misionero en Brasil, que escuchaba atentamente estas historias viejas de casi siglo y medio, me sorprendió a su vez diciéndome:
-"Si le mataron por no querer pisar un crucifijo, Prim ha sido mártir".
Y ahí queda la opinión del doctor en Medicina y en Sagrada Teología. No tengo la menor confianza en que la Iglesia docente vaya a ocuparse de este martirio cuando todavía tiene pendientes los miles de atroces martirios de cristianos de las Alpujarras, de los mártires de la francesada, y de los jesuitas y franciscanos mártires en las asonadas de 1834 y 1835. Para que se ocuparan de los mártires del 36 tuvo que venir a empujar el propio Papa Juan Pablo II, y aún así. 77 años después, el obispo de Sigüenza que fue apaleado, tirado de un coche en marcha, ametrallado y quemado vivo, todavía no es ni Venerable; y recuerdo la época en que era imposible conseguir copia de la tesis de Montero sobre la persecución religiosa en España. Así que no será de extrañar si la cosa queda en el olvido.
Prim no fue plato que gustara a todos, y quién sabe si en su juventud no estuvo entre los asaltantes de Poblet. Pero lo de que su cuerpo esté incorrupto (momificado, dicen, por pudor y corrección política) es muy llamativo, así que tal vez sigamos oyendo más sobre el asunto.
Aunque España está mal clasificada y por detrás de otros países más civilizados, en el ranking mundial de jefes de estado ejecutados o asesinados, y solo podemos presentar el modesto récord de dos príncipes herederos muertos en prisión, seguramente tenemos la plusmarca mundial de jefes de gobierno asesinados con Prim, Cánovas, Dato, Canalejas y Carrero Blanco. Son crímenes que darían mucho que hablar (y especialmente el de Carrero, a cuyos asesinos premió la Transición con la amnistía), pero el que realmente es noticia en estos días por muy distintas razones, es el de Don Juan Prim y Prats, el General Conspirador o más bien conspirador a secas, que murió a resultas del atentado que sufrió siendo Jefe del Ejecutivo cuando salía de las Cortes.
Uno de estos días estuve con un sacerdote español que es además doctor en Medicina, y comentábamos las últimas sorpresas que ha deparado el cadáver de Prim, que no solo ha aparecido perfectamente incorrupto tras siglo y medio de sepelio en ambiente húmedo y salobre a 10 kilómetros del mar, sino además con la evidencia de haber sido estrangulado con un cinturón. Dos sorpresas que añadir al cúmulo de misterios que rodearon su muerte.
La noticia ha causado un modesto revuelo, aunque seguramente no tanto como si hubiera sido otro muerto ilustre. La muerte de Prim es un enigma, rodeado de misterios, noche y nieve, expedientes perdidos y documentos sin firma. Uno puede leer en la red que hay incluso quien afirma seriamente que el culpable de tanto ocultamiento ¡fue nada menos que el franquismo!, culpable sin duda de todos nuestros males pasados presentes y futuros.
Le decía a mi amigo que cuando yo era pequeño las niñas cantaban que "En la calle del Turco le mataron a Prim, sentadito en su coche con la Guardia Civil"; la canción decía también que fueron cuatro trabucos, pero luego se ha hablado de seis y de ocho. Una vez que me ocupé por encima del tema creí saber que Prim tenía cuatro heridas de posta, y solo una de ellas con pérdida de masa muscular; pero después he leído que fueron cinco, seis, ocho, y que tenía hasta doce agujeros en el capote.
A mi bisabuelo, Melchor Sánchez de Toca, que era entonces el primer cirujano del reino, tardaron en llamarlo cuatro días, y al salir declaró: "Me han traído ustedes a ver a un cadáver", una frase que en la familia siempre habíamos creído que era la muestra del disgusto de mi bisabuelo, hombre de excepcional independencia de criterio nada dado al disimulo, de que lo hubieran llamado demasiado tarde para salvarlo, pero que a la vista del estrangulamiento se ve que no era nada más que la constatación sin tapujos de lo que acababa de ver, por impolítico que fuese decirlo.
Le comentaba también a mi amigo cómo estos días apenas se ha dicho, y solo de refilón, que Prim se había negado a asistir a la comida (cena, dicen otros) de hermandad masónica que se celebró ese día, a la que le había invitado el Gran Oriente Morayta. Tampoco he visto nunca escrito lo que hace sesenta años se decía en Madrid: que a Prim le mataron los masones porque no quiso pisar un crucifijo en una ceremonia masónica; una cosa que no he visto escrita jamás, pero que recuerdo haber oído varias veces antes de llevar pantalones largos.
Mi amigo, el sacerdote médico misionero en Brasil, que escuchaba atentamente estas historias viejas de casi siglo y medio, me sorprendió a su vez diciéndome:
-"Si le mataron por no querer pisar un crucifijo, Prim ha sido mártir".
Y ahí queda la opinión del doctor en Medicina y en Sagrada Teología. No tengo la menor confianza en que la Iglesia docente vaya a ocuparse de este martirio cuando todavía tiene pendientes los miles de atroces martirios de cristianos de las Alpujarras, de los mártires de la francesada, y de los jesuitas y franciscanos mártires en las asonadas de 1834 y 1835. Para que se ocuparan de los mártires del 36 tuvo que venir a empujar el propio Papa Juan Pablo II, y aún así. 77 años después, el obispo de Sigüenza que fue apaleado, tirado de un coche en marcha, ametrallado y quemado vivo, todavía no es ni Venerable; y recuerdo la época en que era imposible conseguir copia de la tesis de Montero sobre la persecución religiosa en España. Así que no será de extrañar si la cosa queda en el olvido.
Prim no fue plato que gustara a todos, y quién sabe si en su juventud no estuvo entre los asaltantes de Poblet. Pero lo de que su cuerpo esté incorrupto (momificado, dicen, por pudor y corrección política) es muy llamativo, así que tal vez sigamos oyendo más sobre el asunto.
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