Uno puede darse coraje
La mediocridad y la cobardía pueden justificarse y recomendarse como una forma de prudencia, como una práctica de realismo, como un consejo para una vida tranquila. La figura de Don Abbondio en la novela Los novios, en el embarazoso diálogo con el cardenal Federigo, justifica su comportamiento en el ejercicio de su ministerio de párroco y en su responsabilidad pública: "Le repito, monseñor –respondió entonces–, que yo estaré equivocado... Uno no puede darse coraje".
Introducción
Celebramos la fiesta de San Ambrosio, patrón de la Iglesia ambrosiana, de la ciudad de Milán y de la Región de Lombardía, y considerando su vida buscamos inspiración para reaccionar ante la mediocridad y la resignación. Sentimos la responsabilidad de ser personas seguras en el desempeño de las tareas que se nos encomiendan y sentimos el deber de cuidar ese bien común que es la confianza.
Si bien Don Abbondio cree que es sabio pensar que uno no puede darse coraje, especialmente en un contexto difícil de acoso, de injusticias impunes y de falta de confiabilidad de las instituciones, creemos que es sabio darse razones y condiciones para tener coraje y practicar la confianza.
Para una comunidad, una ciudad, un país, la confianza es una condición indispensable para la coexistencia pacífica de personas, culturas y religiones. La confianza es una actitud necesaria para afrontar los desafíos del presente y avanzar hacia el futuro. La confianza es el antídoto deseable para contrarrestar el declive de nuestra civilización. La confianza es el remedio para la epidemia del miedo.
1.- La epidemia del miedo
Como una epidemia, el miedo se propaga por todas partes, infectando todas las edades y todos los entornos.
Es un virus bastante conocido, pero aún no se ha encontrado la vacuna para prevenir el contagio. El miedo es una forma de sentir, de mirar el presente y el futuro, de considerarnos a nosotros mismos y a los demás. El miedo recorre las calles con su cortejo de sospechas que aíslan, ira que ataca, desconfianza que impide decidir, emprender, dar.
Los preocupantes síntomas del miedo se reconocen en la precaución irracional.
Sientes la belleza y el encanto de una propuesta, pero al final rechazas la invitación: "¿Y si...? ¡Mejor no arriesgarse!" La cautela irracional alimentada por el miedo es uno de los factores que nos disuade de construir relaciones afectivas estables, vínculos matrimoniales en los que se desee la indisolubilidad, familias que vivan con naturalidad la sucesión de generaciones.
Pero el miedo a casarse y formar una familia es un principio de tristeza y soledad que contribuye a desolar la vida de la sociedad y genera un círculo vicioso que arraiga aún más el miedo.
El deseo de maternidad y paternidad de muchas mujeres y hombres es signo de la llamada a construir el futuro, a cumplir el deseo de vivir generando vida. El amor de un hombre y una mujer que se reconocen como confiables alimenta el deseo de tener hijos, como experiencia de madurez del amor.
Pero el virus del miedo desalienta el sueño compartido, lleva a posponer la decisión de tener hijos hasta que existan todas las garantías que prometen exorcizar el miedo, por lo tanto las condiciones de trabajo, de casa, de salud, de ingresos. La crisis demográfica que nos está haciendo envejecer y que tal vez contribuya al declive, si no a la desaparición, de nuestra civilización tiene una de sus raíces en el miedo.
La intuición de una misión por cumplir que alimenta los sueños y la alegría de muchos niños y niñas es uno de los signos más fascinantes de la juventud. Hay una predisposición a hacer el bien, a atender las necesidades de los demás, a compartir la propia fe y la esperanza que atrae hacia el futuro. Los discípulos de Jesús reconocen en él su voz invitándolos a seguirlo para cumplir sus promesas. Muchos jóvenes reconocen en él el encanto indescifrable y persuasivo de un ideal.
Pero la cautela impuesta por el miedo sugiere tomar caminos menos exigentes, reduciendo el hacer el bien a unos pocos compromisos con plazos. Que la vida es una "vocación" y por tanto que la vida tiene como cumplimiento deseable una consagración, mientras la vida, una dedicación para siempre, se presenta como una idea improbable y un camino impracticable o al menos temible, más que un motivo de alegría. El miedo, de hecho, sugiere sospechar que la vocación es una ilusión, que la respuesta es una imprudencia. "De hecho, ¿dónde está Dios? ¿Cómo creer que Él me llama y me acompaña a través de tantos peligros y conflictos previsibles y temibles?"; "De hecho, ¿cómo puedo hacerlo? ¿Dónde podré encontrar la fuerza y la serenidad de la perseverancia, siendo tan frágil e inconstante?”.
La asunción de responsabilidades en el ámbito social, en las administraciones locales, en la política, en la propia profesión puede considerarse como una de las formas de vida de hombres y mujeres adultos que ponen sus habilidades al servicio de la sociedad en la que viven. Llamados a un papel de responsabilidad en el trabajo, señalados como responsables de asociaciones, de iniciativas que hacen viva y generosa la sociedad y el campo, la ciudad y el pueblo, llamados a comprometerse en la administración municipal y regional, en el ámbito político, son un reconocimiento de talentos y también un atractivo para ambiciones personales legítimas.
Pero muchos eluden su responsabilidad, especialmente cuando se trata de áreas de la sociedad civil y de la comunidad cristiana que piden compromiso sin prometer poder o ganancias. Ante las responsabilidades, se cuela el miedo a los conflictos, al esfuerzo insostenible de mediación, a la agresividad de la crítica y la difamación. El miedo nos aconseja ser cautelosos en nuestra propia intimidad y dejar que otros se ocupen del bien común, de la vida comunitaria, de las innumerables obras solidarias y culturales que caracterizan nuestros entornos. "Con mucho gusto te echaré una mano si puedo, pero no tengo ganas de asumir la responsabilidad".
Quisiera expresar mi cercanía y comprensión hacia cuantos se sienten inquietos ante elecciones importantes y responsabilidades pesadas: en efecto, hay muchos factores que socavan la confianza, apagan el entusiasmo y debilitan el coraje.
El miedo y la desconfianza también tienen buenos argumentos cuando la experiencia está marcada por la decepción por expectativas legítimas frustradas, cuando la relación con los demás se rompe por traiciones y engaños, cuando la relación con las instituciones se vuelve desesperante por retrasos e incumplimientos.
Sin embargo, tengo buenas razones para invitarte a pensar, a reaccionar, a contrarrestar ese sentimiento de miedo que genera desconfianza. Con miedo invocamos la inmunidad, para defendernos de los demás. Con confianza invocamos a la comunidad, que es la defensa del otro.
2.- Sembradores de miedo
El miedo se propaga como una epidemia. Más que reconocerse como una enfermedad, se justifica como una forma de realismo. ¿Quién convence de que tener miedo es una forma de sentido común?
No es correcto culpar de manera generalizada a categorías o comportamientos. Pero creo que es legítimo abordar la cuestión y pedir cuentas a quienes trafican el miedo. La creación de un "clima" no es un acontecimiento "natural", sino más bien el resultado de elecciones, hábitos y tal vez incluso de una planificación interesada. Por lo tanto, para contrarrestar la desconfianza, también se pueden tomar otras decisiones, interrumpir hábitos, cambiar la programación.
La “visión del mundo”, la percepción de la realidad, se configura como un proceso complejo en el que interactúan experiencias directas, noticias recibidas, estados de ánimo personales y charlas compartidas.
Una contribución decisiva para tener una idea de lo que sucede la dan las noticias y la comunicación.
Para hacernos una idea de lo que pasa en el mundo, pero también en la ciudad, las noticias que los medios eligen y difunden son determinantes. Si los medios de comunicación, de todo lo que sucede, comunican preferentemente noticias de episodios trágicos, de comportamientos peligrosos, de problemas aterradores, de perspectivas preocupantes, es comprensible que la imagen de la realidad que se comparte, la actitud personal y el clima que se respira están enfermos de miedo.
Existe, por tanto, una responsabilidad imborrable de quienes trabajamos en el campo de la comunicación.
Incluso las conversaciones cotidianas, las charlas con familiares, amigos y en el entorno laboral contribuyen a "crear el clima" que se respira. Si cuando los padres hablan entre sí acumulan quejas, expresan descontento, expresan resentimiento por el ambiente de trabajo, las relaciones entre familiares, el comportamiento de los vecinos, ¿pueden los niños que escuchan evitar tener miedo del ambiente de trabajo y de las relaciones con las personas?
Por lo tanto, hay una responsabilidad de cada uno en contribuir a transmitir mensajes aterradores y promover su difusión.
Si quienes tienen responsabilidades educativas en ámbitos escolares, eclesiales y en formas difundidas de actividad social y cultural profesan un pesimismo habitual, un mal humor muy arraigado, una desconfianza generalizada, una sospecha sistemática, es comprensible que niños y niñas, chicos y chicas se contagien de mal humor, de desconfianza, de miedo.
Por tanto, existe una responsabilidad específica de los educadores de todos los ámbitos a la hora de aumentar el contagio del miedo.
No podemos evitar preguntar quién se beneficia al difundir el miedo: ¿qué comportamientos se pretende promover sembrando miedo y desconfianza? Quizás haya intereses que sugieran pensar primero en nosotros mismos para defendernos de un contexto peligroso. Quizás la acumulación de bienes, la elusión de responsabilidades, la convicción de que la política es una cosa sucia, que dedicarse al bien común es exponerse a peligros y linchamientos mediáticos, en definitiva, estos hábitos congeniables con un individualismo arraigado benefician a los mercantes y a las ambiciones autoritarias.
En nuestros días, ante los dramáticos acontecimientos que conmocionan a muchas partes del mundo, se podría pensar que la guerra es la reacción al miedo de los demás, es el resultado del pesimismo sobre la posibilidad de convivir en paz. Como cualquier persona sensata puede reconocer, la guerra es ruinosa para todos. Los únicos que se benefician son los traficantes de armas.
3.- La humanidad merece confianza, vive de la confianza
Aunque la amenaza del miedo es un asedio continuo y amenazador, hay que reconocer que la vida cotidiana es posible gracias a una confianza que la comunicación, el chat diario y los discursos públicos no llegan casi a nombrar.
Por lo tanto, en este momento solemne quiero declarar que la humanidad merece confianza. Por ejemplo, confío en quienes conducen el transporte público. Sé que me llevarán a mi destino. Confío en el panadero y en el verdulero: sé que me venderán productos saludables. Confío en el chef y en el camarero, sé que me prepararán y servirán un excelente risotto milanés. Tengo fe en la policía, sé que dedican tiempo, inteligencia y esfuerzo para garantizar el orden y la seguridad en la ciudad. Confío en el alcalde y el técnico municipal, sé que se ocupan de que la ciudad funcione. Confío en los sacerdotes, sé que se dedican a cuidar de las personas que les han sido confiadas. Confío en los transeúntes y turistas con los que me cruzo en Piazza Duomo, sé que pasan quizás sin sonreír ni saludar, tienen mucha prisa, pero también sin molestar. Confío en las personas y si no conozco una ruta y les pido información, sé que, si saben responder, lo harán con amabilidad y precisión.
Toda la humanidad merece confianza. No soy ingenuo. También sé que hay tramposos y estafadores vagando por la tierra, gente perturbada que puede molestar, gente deshonesta que dedica su tiempo a planear robos y travesuras, gente estúpida que escribe en las paredes y arruina los carteles. Sí, ellos también están ahí. Pero tal vez ellos también merezcan atención para que puedan volver a las reglas de la buena educación y la honestidad.
En cualquier caso hay que decir que vivimos, esencialmente, de la confianza. Entonces, ¿por qué hay tanta gente desconfiada?
4.- ¿Habrá sembradores de confianza?
Recordamos a San Ambrosio, recordamos a hombres y mujeres que han marcado la historia de nuestra tierra y nos parece escuchar una provocación, una invitación que proviene de rostros amigos, de acontecimientos familiares, de historias de santidad y heroísmo, de una vida seria y vida serena, de ingenio con visión de futuro que cultiva la sustancia más que la imagen.
Miramos con admiración el testimonio de los hombres de nuestro tiempo que son palabra y ejemplo de confianza y, primero entre todos, al Papa Francisco y recogemos sus palabras de aliento, de llamada a la responsabilidad.
Es como si nos llegara una palabra coral para llamarnos: "¿Habrá todavía en Milán hombres y mujeres que se adelantan para sembrar confianza? ¿Habrá todavía en Milán hombres y mujeres que siembran confianza porque la merecen? ¿Habrá hombres y mujeres que ayuden a la ciudad a cambiar de aire porque son honestos, sinceros, dedicados al bien común, confiables en las palabras, transparentes en sus acciones, virtuosos sin exhibicionismo, constantes sin terquedad, dispuestos a la responsabilidad sin arribismo?¿Habrá hombres y mujeres dispuestos a contribuir al presente y al futuro de la ciudad en su dimensión metropolitana practicando y promoviendo un humanismo de la confianza, que no se preocupan ante todo por hacer atractiva la ciudad dando confianza a los inversores, sino que están convencidos de que la ciudad tendrá futuro si tiene habitantes, si tiene hijos, si mantiene relaciones de solidaridad, de buena vecindad, de corresponsabilidad?”.
Y nosotros estamos aquí esta tarde para decir: "¡Sí, estamos aquí! Sí, estamos deseosos de asumir la tarea de sembrar confianza, ¡ante todo mereciendo confianza! Sí, avanzamos con orgullo y modestia, con una especie de alegría unida a un vivo sentido de responsabilidad. ¡Sí, estamos aquí, nos encargamos de ser sembradores de confianza!"
Por eso, con inmensa gratitud reconozco en vosotros aquí presentes, dirigentes de las instituciones regionales, provinciales, municipales y metropolitanas, hombres y mujeres que se han acercado para decir: "¡Sí, estamos aquí! Nos presentamos voluntariamente para ser sembradores de confianza y contrarrestar a los comerciantes que trafican con miedo, desánimo y depresión en nuestra tierra. Damos un paso adelante y le decimos a la ciudad metropolitana y a toda nuestra tierra: puedes contar con nosotros. ¡Seremos sembradores de confianza!"
5.- Confianza, coraje, esperanza: las virtudes y deberes de quien tiene responsabilidades
Vivimos de la confianza. La obstinación del miedo y de quienes lo propagan y nos convencen de que la sospecha es más sabia que la confianza, que la soledad es más tranquilizadora que el compromiso con la comunidad, que el resentimiento es más motivado que la gratitud y el perdón, que es mejor ser indiferente e incluso abstenerse de juzgar y votar, en lugar de involucrarse y presentarse.
¿Cómo puedes vivir con confianza? No basta con recoger buenas noticias, no basta con tomar buenos propósitos, no basta con decir unas palabras de aliento a quienes están pasando por un momento especialmente difícil. Se trata más bien de adoptar una visión realista de la realidad que dé buenas razones para darnos el coraje necesario para vivir con confianza.
Una base trascendente para la confianza
La confianza tiene un fundamento indispensable en la confianza en Dios: el fundamento trascendente de la vida de cada persona y de los acontecimientos históricos es censurado como una molestia por la presunción ingenua de un pensamiento que se presenta como crítico, pero que debe ser reconocido como reductivo. La referencia a Dios ha sido decisiva para hombres y mujeres de cada religión y de cada credo que han marcado la historia de los pueblos. La confianza requiere una base trascendente. Sabios y atentos observadores de la historia y la mentalidad europeas han reconocido un principio de desesperación y desconfianza en la voluntad de poder y en la presunción de autosuficiencia que declaran la referencia a Dios inútil y, de hecho, mortificante.
Son muchos los hombres y mujeres que, animados por una fe convencida y sostenidos por la oración constante, han contribuido de manera muy significativa a infundir la confianza necesaria para que los países destruidos por la guerra pudieran reconstruir condiciones de libertad, solidaridad y pasos prometedores hacia la futuro.
Para los cristianos, la referencia a Jesús, a su misión y a su mensaje debe inspirar una confianza que puede ser invencible, si la práctica cristiana no es demasiado superficial y convencional. Jesús acompaña a sus discípulos incluso en las tormentas de la vida con su presencia que infunde coraje y confianza: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!" (Mt 14,27; Mc 6,50).
La razonabilidad del diálogo entre personas razonables
La confianza, que hace posible la colaboración, se concreta, reconoce los límites y las dificultades, vislumbra caminos practicables en el enfrentamiento entre las personas, tanto como individuos como representantes de organizaciones, partidos, formas asociadas de presencia social. Quienes tienen responsabilidades experimentan que el diálogo, la negociación, los encuentros, sobre la base del respeto mutuo, permiten comprender las razones de quienes están de acuerdo y de quienes se oponen. En realidad no hay otra alternativa que buscar una solución a los conflictos. El desolador espectáculo de las guerras, con su destrucción de vidas y países, del odio y los resentimientos que se vuelven inerradicables, debe convencer a todas las personas con sentido común de persistir en el diálogo y la negociación.
Muchas veces el camino es menos arduo de lo que se pueda imaginar. El arte de la mediación, la buena disposición a comprenderse, las elevadas y nobles motivaciones que animan a la mayoría de las personas con responsabilidades, permiten buscar soluciones a los conflictos y, sobre todo, encontrar respuestas a los desafíos. A veces la solución es un compromiso con el que debemos contentarnos, otras veces es un paso adelante fascinante y prometedor.
Quienes ocupan puestos de responsabilidad, ya sea en la administración municipal o en la administración de un condominio, saben lo difícil que a veces resulta dialogar y discutir: de hecho, hay dinámicas que desencadenan agresiones irrazonables. Sin embargo, nunca se puede abandonar definitivamente el diálogo, con la confianza de que la razonabilidad, tarde o temprano, se reactiva incluso en las personalidades menos disponibles.
Alianzas constructivas
La responsabilidad frente a las situaciones complejas y los problemas inquietantes de nuestro tiempo es una carga que nadie puede llevar solo, a pesar de las tentaciones de protagonismo que socavan a las personas en el poder y las tentaciones de delegación que socavan a las personas que no quieren problemas.
Las alianzas constructivas son una buena práctica que involucra a personas y organismos intermedios y hace habitual compartir pensamientos, recursos y actividades en la lógica de la subsidiariedad y la solidaridad. Lo que hace que los aliados sean buenos no es necesariamente compartir el punto de partida, las ideologías o los intereses, sino más bien la persuasión de tener desafíos comunes que enfrentar. Si coincidimos en el objetivo a alcanzar en un área específica, encontraremos la manera de ser aliados y construir una respuesta juntos.
6.- Abordar situaciones, emergencias y desafíos con confianza
Animados por la confianza, cultivando el respeto mutuo, respetando las diferentes habilidades, podemos declararnos aliados para afrontar las situaciones en las que nos encontramos y de las que tenemos responsabilidad. Por este motivo me permito unas palabras generales de aliento para algunos ámbitos que me parecen especialmente significativos. La elección de tres ámbitos es un recurso práctico, pero la lista podría ser mucho más detallada y precisa. No debemos, por ejemplo, descuidar los capítulos decisivos de la salud, el trabajo, la paz y el medio ambiente. En la reciente publicación Siete cartas para Milán, mencioné áreas de gran importancia para la vida de la ciudad y del territorio en general y también he alegado algunas reflexiones que alientan al sistema bancario a ser promotor del desarrollo, dando confianza, a través del crédito, en proyectos e iniciativas prometedoras para toda la comunidad.
La crisis demográfica
Si hay un aspecto de nuestra ciudad y de nuestra sociedad que todo el mundo reconoce es que se está convirtiendo en una sociedad vieja, una ciudad donde no se pueden encontrar jóvenes, con un estilo de vida que no está al alcance de quienes quieren tener hijos.
La confianza de las personas que desempeñan funciones de responsabilidad debe motivarnos a afrontar juntos la cuestión, a invertir con valentía en una política de hogar, maternidad y escuela. Para que haya una mentalidad abierta a la generación y deseosa de futuro, por tanto para los hijos e hijas, no basta con crear condiciones favorables, sino que es necesaria una verdadera "revolución cultural". Por otro lado, la responsabilidad de los administradores es crear condiciones favorables, con la esperanza de que una revolución cultural salve a nuestra sociedad del declive que ahora parece inevitable. Tenemos fe en que se puedan abrir nuevas estaciones para esta Europa vieja, sabia, rica y estéril.
El problema educativo
Las relaciones entre la generación adulta y la generación joven parecen interrumpidas. Parece que los adultos ya no son capaces de transmitir a las generaciones más jóvenes los valores en los que creen, las conductas recomendadas, la sabiduría adquirida a través de la experiencia. En realidad, no es imposible y tal vez los adultos necesiten cuestionarse para saber si tienen algo que enseñar, si tienen un testimonio que ofrecer, si sostienen valores en los que creen hasta el punto de inspirar su comportamiento.
Quien tiene responsabilidades, en todos los ámbitos de la vida, debe tener motivos de confianza: no un optimismo ingenuo, sino la determinación de establecer relaciones, de favorecer el encuentro, de escuchar y ser escuchado. Las alianzas educativas son el camino a seguir para que no se apague la esperanza en quienes custodian el futuro de nuestra tierra y de nuestra sociedad y que se afiance la convicción de que la vida es una vocación y que el futuro es una responsabilidad que afrontar, no una amenaza que temer.
El factor “migración”
Las migraciones se interpretan como un fenómeno global imparable. Los lugares comunes y los sentimientos generalizados, la información parcial y las ideologías tienden a reducir a los inmigrantes a refugiados, una multitud indistinta de gente pobre a la que hay que temer como invasores o acoger como gente miserable y necesitada de todo.
En realidad, se trata de un fenómeno complejo estudiado y analizado de muchas maneras. La tragedia de las guerras que devastan muchos países alrededor del mundo es una de las razones más dramáticas de la migración. La dificultad que experimenta Europa para abordar la cuestión es una señal preocupante. De hecho, la cuestión es inevitable para muchos países de los continentes africano, asiático y americano. Europa podría tener el orgullo y el genio de un camino más sabio y con visión de futuro. Las naciones de Europa tienen recursos y habilidades para trabajos incisivos por la paz, para promover el desarrollo humano y las alianzas internacionales, para contribuir a hacer posible el derecho a quedarse y el derecho a salir y contrarrestar esa migración desesperada que expone a sufrimientos inimaginables. Quisiéramos ser ciudadanos de una Europa protagonista de la obra de paz y desarrollo de los pueblos. Por eso sentimos el deber de vivir también con participación responsable la cita electoral de la próxima primavera.
Quienes tienen responsabilidades están llamados a afrontar con confianza el factor migratorio para procesar pensamientos y no sólo emociones y miedos, para favorecer el encuentro entre personas que, conociéndose, pueden respetarse y ayudarse, mientras que temiéndose pueden sólo evitarse y rechazarse.
Conclusión
Volviendo a las páginas de Manzoni, podemos inspirarnos en el acto de compasión y generosidad de Renzo, un fugitivo: “Al salir vio, junto a la puerta, con la que casi tropezó, tendidas en el suelo, en lugar de sentadas, a dos mujeres, una mayor, otra más joven, con un niño... y de pie junto a ellas, un hombre. Los tres extendieron las manos hacia el hombre [Renzo] que salía [de la taberna] con paso franco y con aspecto reanimado: nadie hablaba. «¡Existe la Providencia!» dijo Renzo; y, metiendo inmediatamente la mano en el bolsillo, lo vació de aquel poco dinero; los colocó en la mano que tenía más cerca y continuó su camino. El almuerzo y el buen trabajo (ya que estamos compuestos de alma y cuerpo) habían reconfortado y alegrado todos sus pensamientos. Naturalmente, al despojarse así de su último dinero, había adquirido más confianza para el futuro que la que le habría proporcionado haber obtenido diez veces más dinero. Porque, si ese día para sostener a los pobres que quedaban en el camino, la Providencia había reservado precisamente el último dinero de un extraño, de un fugitivo, también inseguro de cómo viviría, ¿quién podría creer que entonces querría dejar abandonado a aquel a quien había utilizado para esto y a quien había dado un sentimiento de sí misma tan vivo, tan eficaz, tan decidido?" (Los novios, capítulo XVII).
Vale la pena escuchar nuevamente las palabras programáticas con las que San Juan Pablo II inauguró su pontificado: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengas miedo! Cristo sabe «lo que hay dentro del hombre». ¡Solo Él lo sabe! Hoy muchas veces el hombre no sabe lo que lleva dentro, en lo más profundo de su alma, de su corazón. Muchas veces no está seguro del significado de su vida en esta tierra. Lo invade una duda que se convierte en desesperación. Permitid, pues -os lo ruego, os imploro con humildad y confianza-, permitid que Cristo hable al hombre. Sólo él tiene palabras de vida, ¡sí! de vida eterna".
En conclusión, reconocemos que la confianza es la virtud necesaria de quien interpreta la vida como una vocación. Es un deber de todos nosotros y especialmente de quienes tienen responsabilidad por el bien común. La confianza es un regalo que pide ser ofrecido mutuamente. Significa mirar con benevolencia hacia el otro. Confiar, acercándose al otro, poner la propia esperanza en manos del otro. Expresar gratitud, creer en la promesa de que el otro es para ti.
Y yo agradezco a todos los que estáis aquí presentes y a todos los que representáis, y nos sentimos unidos al decir: "Aquí estamos, estamos dando un paso adelante. ¡Seremos sembradores de confianza!"
Mario Delpini es el arzobispo de Milán. Este artículo reproduce el tradicional discurso a la ciudad en la solemnidad de San Ambrosio, pronunciado el 6 de diciembre de 2023.
Publicado en Chiesa in Milano.
Traducción de don Andrea Mardegan.