Religión en Libertad
El obispo Munilla propone como misión para el año jubilar 'dejar el purgatorio vacío'. Ludovico Carracci (1555-1619), 'Un ángel libera las almas del purgatorio' por intercesión de la Virgen y los santos.

El obispo Munilla propone como misión para el año jubilar 'dejar el purgatorio vacío'. Ludovico Carracci (1555-1619), 'Un ángel libera las almas del purgatorio' por intercesión de la Virgen y los santos.

Creado:

Actualizado:

El Jubileo 2025, con su correspondiente indulgencia plenaria, nos recuerda, creo, nuestra condición de pecadores y que, ante esta miseria de nuestra naturaleza que nos inclina a pecar de modo irremisible, tenemos que ser miseri-cordiados por Dios; es decir, dejar que nuestra miseria sea envuelta por la cordura divina (cor, cordis, en latín, significa "corazón"), por su miseri-cordia.

De modo que esta vida es un poco contradictoria o paradójica, porque, a la vez, es tiempo de hacer buenas obras que superen nuestra "natural" miseria o tendencia al pecado; es tiempo también de que, lamentable (pero casi inevitablemente) esa miseria o tendencia al pecado se manifieste en obras que suponen pecados personales (muchos de ellos graves, mortales); y, por ello mismo, es tiempo también (esto, a veces, se nos olvida) de pedir a Dios miseri-cordia, perdón, por esos pecados, que, no lo olvidemos, son ofensas personales contra Él, que le duelen el cor, cordis (el corazón); que, si bien son perdonadas cuando hay verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, merecen, en estricta justicia, una reparación o un cierto pago que restablezca aquella, porque el perdón no exime de que se cumpla la justicia (al menos, en un cierto grado). Es decir, merecen la satisfacción o pena (que es temporal, no eterna -como en el infierno-) del purgatorio.

En este sentido, la indulgencia es ya el colmo de la misericordia de Dios, quien no solo perdona los pecados en el sacramento de la confesión, sino que también es capaz de ir más allá de la estricta justicia que mereceríamos por nuestras ofensas o pecados y nos libra del justo pago debido por ellos en el purgatorio; todo ello, gracias a una serie de actos establecidos por la Iglesia, entre los cuales la celebración de un año jubilar viene a dar mayores facilidades para obtener la remisión total de dicha pena, con la indulgencia plenaria que conlleva asociada, si cumplimos bien con las condiciones requeridas (comunión y confesión días antes o después del acto lucrado con indulgencia, pedir por las intenciones del Papa, hacer un acto expreso de rechazo o desapego total y perfecto a todo pecado, incluido el pecado venial; si este desapego o rechazo no es pleno o perfecto, en lugar de la indulgencia plenaria se consigue solo una indulgencia parcial).

Por lo tanto, creo que el Jubileo nos recuerda de modo intenso que esta vida es tiempo de gracia, de misericordia, de aprovechar todos los medios que Dios y su Iglesia nos dan (confesión, sacramentos, oración, obras buenas, indulgencias plenarias o parciales....) para llegar lo más limpios posibles ante la presencia de Dios el día de nuestra muerte. Si no hemos sabido o querido aprovechar esos medios de gracia, si no hemos querido pasar por la Miseri-cordia, obligamos a Dios a aplicarnos, con dolor inmenso de Su Corazón, la estricta Justicia que nuestros pecados merecen. Él respeta de modo exquisito nuestra libertad. Es un caballero.

Dios es bueno, muy bueno, pero precisamente porque es bueno, en algún momento tiene que ser justo, porque alguien que es injusto no puede ser bueno; eso sí, la prueba de que Dios es, por decirlo así, más bueno que una aplicación implacable de la justicia (equiparable a un "aquí te pillo, aquí te mato") es el largo tiempo de gracia y misericordia que nos da en esta vida, la paciente oportunidad que nos da para limpiarnos del todo y llegar un día, incluso, impolutos ante su presencia, sin necesidad de que, por nuestra necedad, nos aplique la Justicia.

Se cumple, una vez más, aquel pasaje evangélico: "Dijo entonces al viñador: 'Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?'. Pero el viñador respondió: 'Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar'" (Mt 13, 7-9). El Señor, por lo tanto, espera con paciencia nuestra conversión, que nos limpiemos, que demos fruto.

La prueba también de que Dios es muy bueno y va más allá, con su misericordia, de una aplicación estricta e implacable de la justicia es que podemos aplicar la indulgencia por cualquier difunto (ya sea la del jubileo o la que ganemos por otros medios establecidos por la Iglesia). De hecho, me ha llamado la atención cómo el obispo de Orihuela-Alicante, monseñor José Ignacio Munilla, ha hecho una invitación en este jubileo a ser "misioneros de la misericordia divina" con las almas del purgatorio, animando a dejarlo vacío por la aplicación de las indulgencias ganadas a los difuntos. Así lo dijo en su programa Sexto Continente de Radio María del pasado 30 de diciembre. Sin duda, es una buena misión.

Por parte de Dios, el mismo día de nuestra muerte estaríamos en el cielo, si le dejáramos; pero queda otra parte, la nuestra, hecha de entera libertad, que Dios, consecuente con habernos hecho libres, respeta por completo. Por lo tanto, no podemos discutir la profunda y maravillosa bondad de Dios, mientras que, en cambio, sí podemos poner al descubierto la tozuda necedad humana, comparable a rechazar un millón de euros regalados, sin motivo alguno más que la pereza o la tontaina.

Por todo ello, el Jubileo 2025 tiene que ser un año de júbilo, de gracia, de arrimarnos más, si cabe, a la miseri-cordia de Dios, tanto en el sacramento de la confesión que perdona los pecados como obteniendo a menudo la indulgencia plenaria (para uno mismo o aplicándola por algún difunto), que nos libra de la pena temporal o purgatorio debida, en estricta justicia, por nuestros pecados. No seamos necios y aprovechémoslo; aprovechemos la maravillosa bondad de Dios que se nos ofrece y evitemos aquella dolida expresión divina de la Sagrada Escritura: "No endurezcáis el corazón" (Hebreos 3, 15).

Comentarios
tracking