Amistades auténticas y verdaderas en la adolescencia
Con el ímpetu y generosidad de su edad, el joven descubre una nueva clase de relación con Dios, el Dios con nosotros, el Dios Amigo.
por Pedro Trevijano
Hay muchos adolescentes que saben enfocar correctamente su vida afectiva. La amistad íntima con alguien del mismo sexo permite reforzar la identidad sexual. Este vínculo es meramente afectivo y no genital. A partir de los 16 ó 17 años la amistad se hace más estable. Las pandillas se van disolviendo, se selecciona más y mejor a los amigos y éstos se convierten en confidentes. Los compañeros de infancia se transforman en auténticos amigos, con amistades que se apoyan en la mutua simpatía y comprensión y llegan en ocasiones a perdurar toda la vida. Podemos considerar como signos de esta buena amistad el que no obstaculicen el trabajo y los demás deberes, sino más bien les ayuden a querer a los otros sabiendo abrirse a ellos, dejándose ayudar pero también sabiendo ayudar, sin que por ello se engendren envidias entre los amigos.
Esa amistad puede darse en forma singular o de grupo. La amistad singular entre dos o más adolescentes es relativamente frecuente, y se distingue del simple compañerismo, en cuanto exige una gran intimidad de mente y corazón, así como una gran confianza mutua. Esta amistad excluye la mentira, la sensualidad y el egoísmo, supone un corazón limpio, plena donación y abnegación, lo que es un primer paso muy importante en el camino hacia la madurez espiritual y la apertura generosa hacia los demás. Pero si exige mucho, da todavía más y es de gran valor.
La amistad colectiva en pequeños grupos de 5 a 6 amigos es también óptima, si el grupo es bueno. Entre ellos surgen espontáneamente conocimientos, colaboraciones y amistades que les ayudan a encontrar respuestas satisfactorias a sus problemas personales. Se encuentra no raras veces en las asociaciones piadosas, si saben evitar el peligro de quedarse aislados. La fe es un don de Dios, pero un don frágil que necesita del apoyo y ayuda de los demás. Por ello, aunque nace muchas veces en la familia, crece, se profundiza y educa en un grupo que es con frecuencia lo que da estabilidad a sus convicciones religiosas. Por causa del ideal que mueve a estos jóvenes y los buenos ejemplos mutuos, puede promover grandes exigencias y ayudarles en su perfeccionamiento, así como de auxilio en sus momentos de tristeza y depresión. El tener un buen o buenos amigos facilita indudablemente la apertura hacia los otros y la maduración personal. Los buenos amigos son una de las maneras con las que Dios cuida de nosotros. A los amigos se les cuentan muchas cosas que no se cuentan a los padres o adultos, no porque sean en sí malas, sino porque el adolescente piensa que el adulto no le va a entender, mientras el amigo o amiga sí. En cambio, la amistad cerrada entre unos pocos no es buena, porque impide las relaciones normales con los demás y provoca rivalidades que dañan al bien común.
Pero como el avance hacia la heterosexualidad es algo común y habitual, sí han de tener en cuenta estas amistades entre personas del propio sexo, que, por ley de vida, son menos importantes y han de pasar a segundo plano cuando surja el complemento de la pareja. Ello a veces es duro y difícil, pues el otro era tu íntimo confidente, un primer plato y pasar a segundo plano, a ser postre, no es fácil; ahora bien, a lo largo de la vida generalmente ninguna amistad es mejor que la surgida en la infancia o adolescencia y por ello quien está emparejado no debe cometer el error de abandonar sus amistades anteriores, pues vale la pena saber sacrificarse para mantenerlas. No hacerlo así supone en todo caso un empobrecimiento de la personalidad y en bastantes ocasiones exponerse al desastre del aislamiento y de la soledad.
Dado que nuestra personalidad no se hace a base de compartimentos estancos, sino que hay relación entre sus diversos aspectos, qué duda cabe de que quien practica y valora la amistad, se prepara para ser un miembro responsable de su familia, un profesional competente y un buen ciudadano. Pero también es indiscutible que, aunque se mueva en un plano distinto que el de la amistad entre coetáneos, es muy bueno para el adolescente contar con un adulto de confianza con el que hablar y que le pueda ayudar en sus problemas personales. Además, el buen consejero y la experiencia de amistades verdaderas acerca a Dios, nos enriquece humanamente y es la mejor preparación para el amor. Con el ímpetu y generosidad de su edad, el joven descubre una nueva clase de relación con Dios: no sólo el Dios que nos supera y transciende, sino también el Dios con nosotros, el Dios Amigo.
En cuanto a Cristo, recordemos que nuestra fe es creer en Jesús resucitado, es decir en quien no sólo vivió y murió hace dos mil años, sino en Alguien vivo, que tiene una presencia íntima y activa en nosotros, con quien hablo y me habla en la oración y en los sacramentos, y que nos enseña cómo vivir y ejercer la amistad. Por ello hay una doble relación entre la amistad humana y la de Cristo: la amistad humana nos acerca a Jesús, pero si queremos de verdad a Cristo, Él también nos ayuda a querer más y mejor a nuestros amigos y a los demás, como nos muestra la experiencia de cada día de tantas personas que han visto su vida transformada porque el amor a Cristo es la fuente de inspiración de su vida.
Esa amistad puede darse en forma singular o de grupo. La amistad singular entre dos o más adolescentes es relativamente frecuente, y se distingue del simple compañerismo, en cuanto exige una gran intimidad de mente y corazón, así como una gran confianza mutua. Esta amistad excluye la mentira, la sensualidad y el egoísmo, supone un corazón limpio, plena donación y abnegación, lo que es un primer paso muy importante en el camino hacia la madurez espiritual y la apertura generosa hacia los demás. Pero si exige mucho, da todavía más y es de gran valor.
La amistad colectiva en pequeños grupos de 5 a 6 amigos es también óptima, si el grupo es bueno. Entre ellos surgen espontáneamente conocimientos, colaboraciones y amistades que les ayudan a encontrar respuestas satisfactorias a sus problemas personales. Se encuentra no raras veces en las asociaciones piadosas, si saben evitar el peligro de quedarse aislados. La fe es un don de Dios, pero un don frágil que necesita del apoyo y ayuda de los demás. Por ello, aunque nace muchas veces en la familia, crece, se profundiza y educa en un grupo que es con frecuencia lo que da estabilidad a sus convicciones religiosas. Por causa del ideal que mueve a estos jóvenes y los buenos ejemplos mutuos, puede promover grandes exigencias y ayudarles en su perfeccionamiento, así como de auxilio en sus momentos de tristeza y depresión. El tener un buen o buenos amigos facilita indudablemente la apertura hacia los otros y la maduración personal. Los buenos amigos son una de las maneras con las que Dios cuida de nosotros. A los amigos se les cuentan muchas cosas que no se cuentan a los padres o adultos, no porque sean en sí malas, sino porque el adolescente piensa que el adulto no le va a entender, mientras el amigo o amiga sí. En cambio, la amistad cerrada entre unos pocos no es buena, porque impide las relaciones normales con los demás y provoca rivalidades que dañan al bien común.
Pero como el avance hacia la heterosexualidad es algo común y habitual, sí han de tener en cuenta estas amistades entre personas del propio sexo, que, por ley de vida, son menos importantes y han de pasar a segundo plano cuando surja el complemento de la pareja. Ello a veces es duro y difícil, pues el otro era tu íntimo confidente, un primer plato y pasar a segundo plano, a ser postre, no es fácil; ahora bien, a lo largo de la vida generalmente ninguna amistad es mejor que la surgida en la infancia o adolescencia y por ello quien está emparejado no debe cometer el error de abandonar sus amistades anteriores, pues vale la pena saber sacrificarse para mantenerlas. No hacerlo así supone en todo caso un empobrecimiento de la personalidad y en bastantes ocasiones exponerse al desastre del aislamiento y de la soledad.
Dado que nuestra personalidad no se hace a base de compartimentos estancos, sino que hay relación entre sus diversos aspectos, qué duda cabe de que quien practica y valora la amistad, se prepara para ser un miembro responsable de su familia, un profesional competente y un buen ciudadano. Pero también es indiscutible que, aunque se mueva en un plano distinto que el de la amistad entre coetáneos, es muy bueno para el adolescente contar con un adulto de confianza con el que hablar y que le pueda ayudar en sus problemas personales. Además, el buen consejero y la experiencia de amistades verdaderas acerca a Dios, nos enriquece humanamente y es la mejor preparación para el amor. Con el ímpetu y generosidad de su edad, el joven descubre una nueva clase de relación con Dios: no sólo el Dios que nos supera y transciende, sino también el Dios con nosotros, el Dios Amigo.
En cuanto a Cristo, recordemos que nuestra fe es creer en Jesús resucitado, es decir en quien no sólo vivió y murió hace dos mil años, sino en Alguien vivo, que tiene una presencia íntima y activa en nosotros, con quien hablo y me habla en la oración y en los sacramentos, y que nos enseña cómo vivir y ejercer la amistad. Por ello hay una doble relación entre la amistad humana y la de Cristo: la amistad humana nos acerca a Jesús, pero si queremos de verdad a Cristo, Él también nos ayuda a querer más y mejor a nuestros amigos y a los demás, como nos muestra la experiencia de cada día de tantas personas que han visto su vida transformada porque el amor a Cristo es la fuente de inspiración de su vida.
Comentarios
Otros artículos del autor
- Los conflictos matrimoniales y su superación
- Cielo, purgatorio, infierno
- Los hijos del diablo, según Jesucristo
- Iglesia, nacionalismo y bien común
- El Antiguo Testamento y la elección de Israel
- Creo en la Comunión de los Santos
- Familia, demonio y libertad
- Los días más especiales en una vida humana
- Sin Dios ni sentido común
- Conferencia episcopal e ideología de género