Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Las bellezas del bautismo (1): El sacramento


El Bautismo es nada menos que el fundamento de la vida cristiana, puesto que nos permite ser hijos de Dios, sacándonos del pecado y de la muerte.

por Pedro A. Mejías

Opinión

En este tiempo pascual, tiempo bautismal en sí mismo, dirigimos nuestra mirada a los tesoros bautismales que se entregan a los catecúmenos: la cruz, el credo, el agua, el aceite, la luz, la túnica...
Me propongo penetrar un poco, desde mi experiencia, como siempre, en la mistagogia del sacramento bautismal, el significado de los signos rituales tan bellos que lo acompañan. Ciertamente, a veces se nos escapan, no somos conscientes de esta belleza que acompañan a los ritos bautismales, antiguos y profundos con lo es la propia Iglesia.
 
Pero, antes que nada, ¿qué es el Bautismo? Vemos con frecuencia que acuden a la parroquia personas, provistas de muy buena voluntad pero de poco sentido de lo que es el bautismo (no entro en la cantidad de fe que posean), y desean que sus hijos sean bautizados apoyados en ideas como “la tradición familiar”, “para que sea buena persona”, “porque mis padres lo hicieron”, etc.
 
Sin embargo, el Bautismo es nada menos que el fundamento de la vida cristiana, puesto que nos permite ser hijos de Dios, sacándonos del pecado y de la muerte. Y en eso se resume toda la espiritualidad cristiana. Dice la oración infantil, y ella lo explica todo: “Dios es mi Padre, ¡qué feliz soy!¡soy hijo suyo, hijo de Dios!”. Por él pasamos de ser criaturas de Dios a hijos suyos, por tanto hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo. La Trinidad entera, un solo Dios, habita dentro del bautizado. Por consiguiente, pasamos a ser miembros de la Iglesia y herederos de la Vida Eterna, a pertenecer a una verdadera familia. Somos “alguien”, tenemos dignidad de cristianos. Con una casa propia donde habitar, una herencia que nos pertenece, y unas relaciones filiales y fraternas para poder vivir.
 
Me parece estar escuchando aún a mi querido P. Alfonso, de feliz memoria, decir: “mi madre me enseñó desde pequeño lo más importante que me podía enseñar, que Dios es mi Padre ¡que soy hijo de Dios!”. ¿Me puedo creer de verdad esta maravilla? Eso es lo que se nos da en el Bautismo. Un nacer de nuevo. Una regeneración total, muriendo al hombre viejo, al pecado.
 
En el Bautismo se inicia también la vida en el Espíritu, y es la puerta para poder recibir los demás sacramentos.
 
Hoy, al bautizar a los niños a edad temprana, no se les puede impartir el catecumenado previamente. Intentamos salvar esta circunstancia con dos medidas: la catequesis pre-bautismal a padres y padrinos, donde se les explica bien durante unos días lo que se va a realizar, catequesis del todo necesaria y que no se debe omitir alegremente, y el catecumenado post-bautismal de adultos, que la Iglesia recomienda vivamente, recibido en una parroquia o en un recorrido formativo dentro de alguna asociación de fieles, movimiento apostólico o verdadera comunidad eclesial.

Demos gracias a Dios en este tiempo pascual por nuestro propio bautismo, meditemos en él, descubrámoslo y vigilemos cada día, puesto que, como dice San Cesáreo, “el bautismo nos libró de todos los pecados, pero con la Gracia de Dios, debemos cumplir con todo lo bueno, para que no vuelva el espíritu inmundo y traiga consigo siete espíritus más malos que él…”.
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