La belleza de la Iglesia en sus procesiones
La penitencia, la oración silenciosa en una esquina… Todo eso forma parte de una belleza propia de una fe mezclada con historia, con vida.
por Pedro A. Mejías
En la liturgia del Bautismo hay un bello rito, a veces desapercibido, pero que se suele celebrar alegremente en mi parroquia: la procesión de catecúmenos. Una vez preguntados éstos (en los padres y padrinos) por sus intenciones, y habiéndoles signado con la cruz, emprenden una procesión con cantos, desde el atrio, donde han sido recibidos por la Iglesia adulta (presbítero y catequistas), hasta el interior del templo donde les espera la Asamblea, el útero que les dará a luz.
Al estar a las puertas de una nueva Semana Santa, esta procesión bautismal nos habla de otras muchas que recorren ciudades y pueblos de Andalucía y España entera, así como de toda la Cristiandad, con sus peculiaridades, devociones y tradiciones tan diversas como cada rincón donde llega la fe.
Pocas procesiones estrictamente litúrgicas (no puramente devocionales) posee la Iglesia: la de las palmas, el Domingo de Ramos, es una. También la de la Luz en la noche pascual. Incluso la que se hace en torno a la fiesta del “Corpus”.
Pero todas ellas, todas, incluso las que inundan estos días nuestras calles, llenándolas de incienso y devoción, son una “derivación”, una consecuencia, de “La Procesión” de la Iglesia en sus fieles, esa que emprenden los catecúmenos hacia las aguas bautismales, originariamente en la Vigilia Pascual, y que generarán al hombre nuevo, al cristiano.
Son imagen, una auténtica catequesis plástica y práctica, de lo que ES la Iglesia: un camino, una peregrinación. Un avanzar hacia lo alto.
La procesión, de penitencia o alabanzas, sale del templo, formando un solo cuerpo, detrás de la Cruz; y la cierra también una imagen de Cristo (o de sus santos), como queriendo decirnos que el recorrido de los cristianos trae a Cristo al mundo. Esa precisamente es la esencia misma de la Iglesia.
Complejo mundo el de las Hermandades. Pero muy bello, pues su carisma es precisamente el del culto a Dios, en sus imágenes y en la calle, en el templo y fuera de él.
Mundo cofrade no siempre comprendido ni apoyado. Muy mezclado desgraciadamente, a veces, con la rudimentaria religiosidad natural, pero con un potencial enorme de humanismo, valores y piedad.
La belleza y cadencia de nuestros “pasos”, portados por hombres fervorosos. La expresión barroca de imágenes, llevadas con amor. La música, el olor y el color de nuestra Semana Santa. La penitencia, la oración silenciosa en una esquina… Todo eso forma parte de una belleza propia de una fe mezclada con historia, con vida. Una fe que se pasea, que camina, como expresión de una Iglesia universal, de un pueblo, hacia la Pascua, cruzando el mar de este mundo, como Moisés con su pueblo cruzó el Mar Rojo, hacia otra tierra, a otro mundo… “¡Al Cielo!”.
Al estar a las puertas de una nueva Semana Santa, esta procesión bautismal nos habla de otras muchas que recorren ciudades y pueblos de Andalucía y España entera, así como de toda la Cristiandad, con sus peculiaridades, devociones y tradiciones tan diversas como cada rincón donde llega la fe.
Pocas procesiones estrictamente litúrgicas (no puramente devocionales) posee la Iglesia: la de las palmas, el Domingo de Ramos, es una. También la de la Luz en la noche pascual. Incluso la que se hace en torno a la fiesta del “Corpus”.
Pero todas ellas, todas, incluso las que inundan estos días nuestras calles, llenándolas de incienso y devoción, son una “derivación”, una consecuencia, de “La Procesión” de la Iglesia en sus fieles, esa que emprenden los catecúmenos hacia las aguas bautismales, originariamente en la Vigilia Pascual, y que generarán al hombre nuevo, al cristiano.
Son imagen, una auténtica catequesis plástica y práctica, de lo que ES la Iglesia: un camino, una peregrinación. Un avanzar hacia lo alto.
La procesión, de penitencia o alabanzas, sale del templo, formando un solo cuerpo, detrás de la Cruz; y la cierra también una imagen de Cristo (o de sus santos), como queriendo decirnos que el recorrido de los cristianos trae a Cristo al mundo. Esa precisamente es la esencia misma de la Iglesia.
Complejo mundo el de las Hermandades. Pero muy bello, pues su carisma es precisamente el del culto a Dios, en sus imágenes y en la calle, en el templo y fuera de él.
Mundo cofrade no siempre comprendido ni apoyado. Muy mezclado desgraciadamente, a veces, con la rudimentaria religiosidad natural, pero con un potencial enorme de humanismo, valores y piedad.
La belleza y cadencia de nuestros “pasos”, portados por hombres fervorosos. La expresión barroca de imágenes, llevadas con amor. La música, el olor y el color de nuestra Semana Santa. La penitencia, la oración silenciosa en una esquina… Todo eso forma parte de una belleza propia de una fe mezclada con historia, con vida. Una fe que se pasea, que camina, como expresión de una Iglesia universal, de un pueblo, hacia la Pascua, cruzando el mar de este mundo, como Moisés con su pueblo cruzó el Mar Rojo, hacia otra tierra, a otro mundo… “¡Al Cielo!”.
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