Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La doble visión de Santa Hildegarda


Seguí con la costumbre de contar algunas veces cosas del futuro, y otras veces dictarlas. Y si alguna vez estaba completamente invadida por la visión, decía muchas cosas que mis oyentes encontraban muy raras

por José María Sánchez de Toca

Opinión

La vida de Hildegarda está claramente dividida en dos etapas: La segunda mitad de su vida, desde que en 1136 sus compañeras la eligieron abadesa a la muerte de su maestra Judit (Yuta, Jutta es la versión germánica de Judit) fue muy activa, pero en la primera fue una sencilla monja de clausura enfermiza. Hasta ese año no existe una línea ni una carta de Santa Hildegarda. Estaba aquejada por una dolencia contraída con la leche materna. Tanto su biógrafo como ella misma afirman expresamente que no tuvo estudios. A veces tan débil que no podía hablar, no estaba para estudios ni para investigaciones científicas como a veces se ha escrito.

Hildegarda tuvo visiones desde antes de nacer:
"Cuando Dios me despertó a la vida en el seno de mi madre, puso en mi alma este don de la visión desde el primer momento en que me formaba", pero solo lo fue descubriendo progresivamente. En su autobiografía (conservada en parte por el monje Güiberto) escribió:
"Soy un ser humano encerrado en un claustro desde mi niñez, [...] sigo mirando en mi alma la visión ininterrumpidamente hasta ahora que tengo más de 70 años".

Explicaba así la forma en que recibía las visiones: "Desde mi infancia, desde los cinco años hasta el presente, he sentido prodigiosamente en mí la fuerza y el misterio de las visiones secretas y admirables, y la siento todavía. Y estas cosas no las he confesado a nadie, salvo a unas pocas personas que, como yo, también han emprendido la vida religiosa. He guardado silencio [...] hasta el día en que el Señor [...] quiso que las anunciara [...] las visiones nunca las percibí ni durante el sueño, ni en el reposo, ni en el delirio. Ni con los ojos de mi cuerpo, ni con los oídos del hombre exterior, ni en lugares apartados [...] las he recibido despierta, absorta con la mente pura, con los ojos y oídos del hombre interior, en espacios abiertos, según quiso la voluntad de Dios".

La Luz Viva la exigía que repitiese las visiones con absoluta fidelidad, sin una brizna de cosecha propia:
"La luz de la caridad que me enseñó la sabiduría me ordena contar cómo me han venido estas visiones. Lo que sigue no lo digo con mis propias palabras, sino con las que me pone en la boca la sabiduría verdadera para que me exprese sobre mí; y me dice así:
Escucha estas palabras, ser humano, e informa de ellas, no desde tu punto de vista, sino desde el Mío. Habla sobre tí misma como Yo te enseño".

En otra ocasión explicó así las visiones de toda su vida:
"Desde que tenía tres años ví una llamarada de luz tan grande que temblé hasta dentro de mi alma, pero yo era demasiado pequeña para poderme expresar. A los ocho años fui entregada a Dios en una comunidad conventual".

"Hasta los 15 miré mucho, y en mi sencillez, de ello fue mucho también lo que conté, de modo que los que me oían se preguntaban maravillados de dónde venía y por quién lo tenía. Entonces caí en la cuenta [...] que los demás seres humanos no tenían este don y en adelante escondí lo mejor que pude estas miradas a mi alma.
De las cosas de la vida exterior no sabía mucho porque frecuentemente padecía una enfermedad que me llegó con la leche materna, que me adelgazaba la carne y disminuía mis fuerzas. Lo llevaba mal y pregunté a mi educadora [Judit] si ella también veía algo además de las cosas exteriores, pero no me pudo contestar porque no veía nada. Entonces me acometió una gran angustia y ya no me atreví a manifestarme a nadie".

"A pesar de todo, seguí con la costumbre de contar algunas veces cosas del futuro, y otras veces dictarlas. Y si alguna vez estaba completamente invadida por la visión, decía muchas cosas que mis oyentes encontraban muy raras. [...] me avergonzaba mucho y lloraba mucho, y si hubiera podido me hubiera callado muy a gusto. [...] no me atrevía a contar a nadie cómo miraba. Solo lo supo aquella noble mujer a quien estaba confiada para educarme, quien informó a un monje de los que estaban contiguos".

Hildegarda describe un estado de visión continua e independiente de la realidad física, una visión doble y simultánea, una física y otra espiritual, que en alemán se llama Doppelschauung, y para la que en español no se que haya palabra, seguramente porque entre nosotros no haya hecho falta. Era un don involuntario que día y noche ponía "visiones" ante su "mirada interior" a lo que por cierto no llama "ver" (sehen) sino "mirar" (schauen). A Hildegarda no se la conocieron fenómenos místicos como estigmas o levitación. Procuraba esconder sus visiones, no entraba en éxtasis y no tenía ni arrobos ni sueños.

Escrito por José María Sánchez de Toca y Rafael Renedo
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Más en www.hildegardiana.es
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