El vídeo de Verónica (y II)
Analizábamos en un artículo anterior la libertad viciada que condujo a Verónica a grabar o permitir que alguien le grabase un vídeo escabroso. Pero no quisiéramos dejar de aludir a la responsabilidad subsidiaria que en el suicidio de Verónica pudieran tener quienes divulgaron ese vídeo, que el lugarcomunismo ambiental ha pintado como una patulea de machistas depredadores que refuerzan su masculinidad escarneciendo a una mujer indefensa; ignorando, por supuesto, que en la empresa de Verónica trabajan también muchas mujeres que participaron muy activamente en el escarnio.
Este episodio luctuoso me ha pillado leyendo El Reino, de Emmanuel Carrère, uno de los santones máximos del culturetismo mundial, en el que se nos propone una «desmitificación» de la figura de San Pablo, mediante el refrito descarado de Ernest Renan y sus epígonos; pero como el culturetismo mundial no ha leído a Renan, se ha derramado en ditirambos con Carrère (y es natural que lo haga, pues su libro sirve para la demolición del cristianismo). Lo que caracteriza los libros de Carrère, como se sabe, es la mezcla de ficción y no ficción, la interferencia de la existencia insulsa del autor en medio de los refritos más viejos que Carracuca que hace pasar por investigación propia y novedosa. Y en El Reino, en un rasgo de sórdido y patético exhibicionismo, Carrère se siente obligado a contarnos que se hace pajillas viendo porno en el ordenador; y nos cuenta también que el vídeo que más cachondo lo pone es el de una chica que se masturba sin saber que la están grabando. Una chica a la que seguramente un amante despechado grabó a hurtadillas, colgando después ese vídeo en interné, para que los desaprensivos se hagan sus pajillas. Aunque me he esforzado por leer todos los ditirambos que se han publicado sobre el bodrio de Carrère, no he encontrado ninguno que señale y afee esta bajeza. Que Carrère se la machaque viendo vídeos escabrosos de muchachas a las que un novio desaprensivo ha grabado sin su consentimiento (y, además, nos lo cuente en sus bodrios) es achaque propio de genios; pero que los compañeros (¡y compañeras!) de trabajo de Verónica divulguen su vídeo escabroso que al parecer se grabó con su consentimiento es achaque propio de machistas depredadores que refuerzan su masculinidad patriarcal escarneciendo a una mujer indefensa.
Mucho más ajustado a la realidad sería decir que lo mismo Carrère que los compañeros de Verónica son personas esclavizadas por la tecnología, que sin que nos demos cuenta está haciendo realidad aquel infierno sobre el que nos advertía Hegel, una «libertad sin mediaciones» en medio de la cual las vilezas más diversas se activan y reproducen sin cortapisas, de manera exponencial e instantánea. La facilidad que nos procura la tecnología abrevia y envuelve de impersonalidad nuestras decisiones morales, las banaliza y torna insignificantes, protege con su asepsia nuestra vileza, adecenta con su instantaneidad nuestra abyección, sin interferencias del juicio de la conciencia. Quien, ante el panel de mandos de un dron, aprieta la tecla que descarga una bomba en los arrabales del atlas, lo mismo que quien saquea la intimidad de otra persona, pajeándose con vídeos robados (como hace Carrère) o compartiendo el vídeo escabroso de Verónica, no tiene ya conciencia de estar haciendo algo malo, por la sencilla razón de que la tecnología ha suplido su capacidad de discernimiento moral. Siempre se cuentan las cosas que la tecnología nos permite hacer; pero nunca se cuentan las cosas que nos incita a hacer, porque lo impide la tabarra de los clichés ideológicos con los que el lugarcomunismo ambiental hace caja.
Publicado en ABC.
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