Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Reflexión sobre el sínodo y «Ad theologiam promovendam»

Mesas del sínodo de la sinodadlidad.
Tras casi un mes de trabajos en pequeños círculos, se elaboró un documento de síntesis de lo tratado en el sínodo de la sinodalidad, cuya segunda parte tendrá lugar en octubre de 2024.

por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

Ahora que ha terminado en su primera fase y existe un documento de síntesis, que ha de ser conversado por las iglesias locales, creo que es un buen momento para formular reflexiones en voz alta, porque en definitiva es lo que nos es pedido por el Papa, que no se conforma con un simple amén por nuestra parte.

De la lectura de aquel texto surge, por parte de bastantes católicos, un suspiro de alivio, en la medida que no contiene aspectos controvertidos, como el diaconado de mujeres, o muy controvertidos, como el uso del lenguaje -y, por ello, asunción de la ideología de género- en su expresión LGBTIQ.

Pero no creo que fuera éste el objetivo que se perseguía; era más bien una manía de los medios de comunicación, de parte de ellos. Cuando la Iglesia brota con fuerza en África y Asia, donde las cuestiones son otras y más vitales -persecución religiosa, pobreza y violencia-, todo aquello propio de determinadas cuitas occidentales les queda muy lejos, y por eso parecía improbable, como así ha sido, que tales cuestiones y otras que surgen de la misma cultura tuvieran recorrido… al menos ahora.

Más bien considero como una hipótesis de reflexión, y no como afirmación, que la pretensión era otra y la lectura del motu proprio Ad theologiam promovendam de 1 octubre la podría enmarcar. No demuestra nada de lo que comento, pero si acentúa el valor de la hipótesis.

Por cierto, y sea dicho de paso, que Francisco, a pesar de su relato participativo, ha utilizado este instrumento del “motu proprio", que en lenguaje popular diríamos que corresponde al “ordeno y mando”,  muchas más veces  que Juan Pablo II, aunque éste tuvo un papado mucho más largo comparado con el actual.

Ad theologiam promovendam, en su punto 4, dice literalmente: “La riflessione teologica è perciò chiamata a una svolta, a un cambio di paradigma”. Lo afirma el Papa, pero, la verdad, me cuesta mucho entender que la reflexión teológica católica esté llamada a un cambio de paradigma, porque en la Iglesia no existe tal cosa. Es una referencia confusa, que solo puede aclararse precisando a qué paradigma se refiere Francisco.

Las frases que siguen no me proporcionan una mayor compresión: “A una «valiente revolución cultural» (carta encíclica Laudato si’, 114) que la compromete, en primer lugar, a ser una teología fundamentalmente contextual, capaz de leer e interpretar el Evangelio en las condiciones en que viven diariamente los hombres y las mujeres, en los diferentes entornos geográficos, sociales y culturales y teniendo como arquetipo la Encarnación del Logos Eterno, su entrada en la cultura, la visión del mundo, la tradición religiosa de un pueblo”.

Teología contextual, interpretar el evangelio en las condiciones que viven diariamente los hombres -cuando la cultura hegemónica en la que están inmersos en gran parte de Europa es profundamente contraria, no ya a la fe, sino incluso a la ley natural-, y todo esto con relación al Logos y a la tradición religiosa de “un” pueblo, me parece confuso; al menos, no sé discernir qué nos está diciendo que ha de ser y hacer la nueva teología de cambio de paradigma. Claro que no soy teólogo…

La Iglesia se reforma siempre por desarrollos doctrinales, pero no por cambios de paradigma, un término popularizado por el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones científicas. Dicha noción significa una transformación fundamental en la manera en que se comprende, interpreta o aborda un concepto. En un cambio de paradigma, hay una ruptura con las ideas y enfoques anteriores y se adopta un nuevo marco conceptual que redefine la comprensión del tema en cuestión. Esto implica no solo ajustes superficiales, sino una revisión profunda de los fundamentos y suposiciones subyacentes.

Un cambio de paradigma puede ser provocado por la acumulación de evidencias que contradicen el paradigma vigente, por la aparición de innovaciones o descubrimientos revolucionarios, o por la influencia de factores históricos, culturales o sociales.

Un ejemplo de este cambio es el paso de la física clásica a la física relativista y cuántica, o el paso del modelo geocéntrico al heliocéntrico en la astronomía, que supuso el reconocimiento de que la Tierra no era el centro del universo, sino que giraba alrededor del Sol. O la teoría de Darwin, y en el ámbito estrictamente religioso, moral y político, la Revolución Francesa, por ejemplo. Pero nada de todo esto existe en la historia de la Iglesia.

La gran reforma del Concilio Vaticano II fue un desarrollo doctrinal, como lo fue el Concilio de Trento, pero el paradigma cristiano se mantuvo incólume. Esa es la razón de ser de la Iglesia y, por consiguiente, de su teología. Santo Tomás de Aquino no rompe con la teología de San Agustín, sino que la desarrolla armonizándola con nuevos presupuestos que surgen del poder de asimilación cristiano del aristotelismo y del rechazo de la lectura averroísta. Y ese poder de asimilación y capacidad de desarrollo son precisamente signos del mantenimiento de la fidelidad al origen.

Podríamos ir a textos más cercanos en el tiempo para razonar lo que digo, pero prefiero acudir a un clásico en este ámbito: al Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana del cardenal San John Henry Newman, elevado a los altares en 2019 por el Papa Francisco (en 2010 fue beatificado por Benito XVI) y sus siete notas que identifican la validez de la innovación y a la vez autentifican la continuidad.

Se trata de:

1. La preservación del tipo: “Las partes y proporciones de la forma desarrollada, aunque alteradas, corresponden a las pertenecientes a sus rudimentos”.

2. La continuidad de los principios: “La continuidad o alteración de los principios sobre los que se ha desarrollado una idea es una segunda marca de distinción entre un desarrollo fiel y una corrupción”.

3. El poder de asimilación: “Se crece asimilando a la propia sustancia materias externas y esta absorción o asimilación finaliza cuando las materias apropiadas pasan a pertenecerle o entran en su unidad sustancial”.

4. La sucesión lógica: “La analogía, la naturaleza del caso, la probabilidad antecedente, la aplicación de los principios, la congruencia, la oportunidad, son algunos de los métodos de prueba por los que el desarrollo se transmite de mente a mente y se establece en la fe de la comunidad”.

5. La anticipación de su futuro: “Insinuaciones tempranas de tendencias que después son plenamente realizadas es una forma de probar que aquellas realizaciones sistemáticas más tardías están de acuerdo con la idea original”.

6. La acción conservadora de su pasado: “Así como los desarrollos que están precedidos por indicaciones claras tienen una presunción justa a su favor, así también los que contradicen e invierten el curso de la doctrina que se ha desarrollado antes que ellos y en la cual tuvieron su origen, son ciertamente corrupciones”.  Y esto, como la mayoría de los puntos precedentes, se corresponde la fidelidad a la Tradición, que no significa inmovilismo, sino adaptación sin merma de los acuerdos fundamentales

7. El vigor perenne: “La corrupción no puede permanecer mucho tiempo y la duración constituye una prueba más de un desarrollo verdadero”. Quizá viendo lo que ha sucedido después del Concilio Vaticano II, lo que se ha ido marchitando a pesar del apoyo mundano, y lo que ha permanecido y florecido, nos ayuda mucho a entender la dinámica del Espíritu a “anticipar el futuro”. Y si es así, lo del cambio de paradigma todavía resulta más inapropiado.

Por eso creo, y me rebajo a mejor opinión doctrinalmente formulada, que la síntesis de esta primera parte del sínodo, dotada de una literatura que lo es todo menos clara y precisa, debería pasarse por el cedazo de aquellos criterios y de lo establecido (y ese ya es otro tema) por el Concilio Vaticano II, sin apelar a un lenguaje confuso, y más en concreto, a Lumen gentium, en primer término, a Gaudium et spes, que trata de la Iglesia en el mundo actual, Ad gentes, sobre la misión de la Iglesia en el mundo, y Christus Dominus, sobre la función pastoral del obispo en la Iglesia. Más que nada lo digo para evitar que en nuestros ámbitos locales se caiga en el adanismo, el “todo empieza con nosotros”.

Publicado en Forum Libertas.

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