El papel de la escuela
Educar cristianamente es no sólo instruir e informar, sino sobre todo formar, ofreciendo una visión cristiana de los problemas y de la realidad.
por Pedro Trevijano
Aunque las primeras experiencias de relación social, de ajuste entre el niño y los otros, se dan en la familia, los niños necesitan a su alrededor una gran diversidad de adultos para poder desarrollarse. Educar cristianamente es no sólo instruir e informar, sino sobre todo formar, ofreciendo una visión cristiana de los problemas y de la realidad. Es especialmente en las escuelas donde los maestros pueden fomentar determinados valores o desarrollar los que los alumnos tienen, incluidos los religiosos. La escuela debe ser una escuela de calidad que no sólo proporciona conocimientos a unos niños con frecuencia interesados en el por qué de las cosas, sino también educa en valores, aunque ahí hay que tener claro que la tarea fundamental es de los padres, tanto más cuanto que para nosotros los creyentes los valores religiosos son también valores humanos y potencian a éstos. Para ello hay un derecho constitucional a la elección de centro educativo y existe también otro derecho a la enseñanza de la Religión, que para los creyentes es una dimensión imprescindible de la formación integral de la persona, enseñanza que puede ser hecha de modo científico como muestra la presencia de la Teología y de las Ciencias Religiosa en prestigiosas Universidades del mundo, siendo también parte inalienable del derecho humano fundamental a la libertad religiosa (cf. Declaración Universal de Derechos Humanos, art. 18), pero esto no sirve de gran cosa si las familias no valoran debidamente la educación religiosa de sus hijos y son incapaces de defender su derecho por los procedimientos legítimos que ofrece la organización democrática de la sociedad, debiendo también los profesores creyentes enseñar conforme a sus convicciones que los demás, aunque sean no creyentes, tienen la obligación de respetar.
En efecto la escuela es un importante, pero no exclusivo, agente de socialización que debe enfocarse hacia el desarrollo integral de la persona, aprendiendo las normas sociales en interacción con sus iguales y educando a los niños en el deber del estudio y en los valores de la democracia, el diálogo, la tolerancia y la comprensión, si bien la pretensión de educar a los jóvenes a través de campañas que proponen modelos de respeto, de tolerancia o no violencia, fácilmente son infructuosas en ausencia de estos mismos valores en el ámbito familiar. Además la educación, incluso la escolar no es completa si olvida la dimensión religiosa y moral, tanto más cuanto que no se puede entender la cultura europea sin sus raíces cristianas, como se ve en la propia bandera de Europa. La Historia, el Arte, la Literatura y otras manifestaciones de la vida no pueden entenderse sin ciertos conocimientos religiosos, especialmente en España donde hay una gran relación entre la Iglesia Católica y la vida y la cultura españolas. Buena parte de nuestro patrimonio artístico es religioso. Prescindir de Dios significa prescindir de los valores religiosos y espirituales, quedándonos tan solo con los valores humanistas, y con frecuencia ni siquiera con éstos, porque se les priva de todo fundamento, por lo que fácilmente se llega a las aberraciones positivistas y relativistas que estamos viendo en la actual legislación española. Y es que sin ese fundamento de valores transcendentes, y si todo termina en esta vida, no nos extrañe que san Pablo nos diga: “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Cor 15,32), o en hechos como el cierre del Valle de los Caídos. Por eso no sólo es necesaria la enseñanza religiosa para entender nuestra cultura, sino que la religión contribuye a la formación del individuo y a su mayor humanización, ofreciéndole un sentido para la vida y un sistema de valores éticos.
En cuanto a la escuela católica como tal nos dice la Iglesia: “El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos” (Instrucción de Juan Pablo II Catechesi tradendae nº 69). Pero éste es el reto al que deben enfrentarse sin complejos nuestras escuelas, colegios y universidades católicas.
Esto es, lógicamente, lo que debiera ser. Pero está claro que lo que intentan nuestros gobernantes con su concepción laicista, relativista y positivista es sencillamente corromper a nuestra juventud imbuyéndoles de ideologías, como la ideología de género, que no son sólo un puñetazo al sentido común, sino que fomentan toda clase de aberraciones.
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