Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Principio número uno: discernir no es elegir, es aceptar

7 formas prácticas de preparar a tus hijos para conocer cuál es la vocación a la que Dios les llama

Es fundamental que los niños comprendan desde pequeños que Dios tiene un plan para ellos: se trata de descubrirlo.
Es fundamental que los niños comprendan desde pequeños que Dios tiene un plan para ellos: se trata de descubrirlo.

Misty / Catholic Sistas

[Misty, la autora de este artículo, se convirtió al catolicismo desde el ateísmo hace 13 años. Antes de convertirse en madre y ama de casa había trabajado a tiempo completo como escritora y editora de una revista. Lleva casada con su mejor amigo casi veinte años y espera seguir a su lado algunas décadas más.



Sus días se dividen entre la cocina, hacer la colada, ser escritora
freelance y educar en casa a sus cinco hijos. Después de pasar gran parte de su vida en una oscuridad espiritual, revela la alegría de ser católica. Sin duda alguna, para ella el don más grande que le ha hecho el Señor ha sido salvarla de una vida sin Él.]

Una cosa que los padres más cariñosos dicen a sus hijos en un momento u otro de sus vidas es: "¡Cariño, puedes ser lo que quieras cuando crezcas!". Yo solía pensar que era una afirmación maravillosa, hasta que me convertí al catolicismo.

Discernimiento vocacional... algo tardío
Estaba casada y embarazada de mi primer hijo cuando mi marido y yo nos convertimos juntos. Para mí no hubo un proceso de "discernimiento vocacional". Como madre novata e inmadura, cuando nació nuestra hija pasé muchos días amargos llorando por los sacrificios que tenía que hacer, resentida porque no se me hubiera dado la posibilidad de elegir antes. Me irritaba muchísimo que hubiera religiosas en el mundo viviendo con austeras dietas vegetarianas y vigilias de oración a medianoche, mientras yo comía cosas como bistec o tarta de queso sin tener la posibilidad de elegir levantarme en medio de la noche como hacían ellas. Estaba segura de que si yo hubiera sido una católica de nacimiento con un montón de posibilidades vocacionales, habría elegido ser la siguiente Madre Teresa del sur de Virginia. (Curiosamente, no se me ocurrió que si hubiera sido monja no tendría a mis maravillosos marido e hija).



Un día, mi marido me indicó lo obvio: que mi personalidad "haz las cosas o no participes" me hubiera causado problemas en una vida religiosa. "Estarías discutiendo constantemente con tus superioras, Misty", me dijo. "Nunca serías capaz de obedecer en silencio si supieras que hay una modo mejor y más eficaz de hacer el trabajo".

En uno de mis escasos momentos de humildad, tuve que admitir a regañadientes que él tenía razón. Y eso paró por fin mi ridícula idea romántica sobre la vida religiosa y, por fin también, me hizo abrazar mi vocación como esposa y madre.

Nuestra vocación, ¿es cosa nuestra?

A pesar de lo idiota que había sido, esa disputa inicial con mi vocación hizo surgir algunas verdades importantes. La más importante es que nosotros no elegimos nuestras vocaciones, Dios lo hace. ¿Por qué Dios? Porque Él nos creó y nos otorgó nuestras propias fortalezas y debilidades y, por consiguiente, Él conoce, más que nosotros mismos, qué vocación nos ayudará más a crecer en santidad y en nuestro camino al cielo. Del mismo modo que un inventor diseña una máquina que funcione mejor con un tipo determinado de combustible, así Dios nos diseña para funcionar mejor en una vocación específica.

Con el tiempo, me di cuenta de que Dios sabía muy bien lo que estaba haciendo cuando me llamó al matrimonio y a la maternidad. La alegría de dar y recibir amor incondicional a través de la maternidad redimía la perjudicial relación que había tenido con mi propia madre. Ver a mi marido sacrificarse por nuestros hijos y amarlos estaba sanando la distorsionada imagen que yo tenía de la paternidad a causa de mi propio padre y que había sido un impedimento serio a la hora de confiar en Dios Padre. Los buenos frutos de abrazar mi vocación son demasiado numerosos para mencionarlos, pero ahora ¡estoy agradecida por haber tropezado con la vocación justa!

Pienso que todos conocemos a alguien que no está contento en su vocación. Una vez conocí a un sacerdote que se enfadó cuando Benedicto XVI fue elegido porque "esperaba que tuviéramos un Papa que me permitiera casarme", dijo al asombrado comité del RICA (Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos). Esta declaración, junto a la admisión por parte del sacerdote de que detestaba predicar sobre cuestiones morales (¡!) hizo que me preguntara qué le había llevado al sacerdocio. Y todos hemos conocido a mujeres que, después de tener hijos, van tachando los días en su calendario hasta que sus hijos van al colegio o cumplen los 18 para así poder "finalmente empezar a disfrutar de la vida". Tengo por lo menos una amiga soltera que tenía entre ceja y ceja casarse a pesar de los signos que, una vez tras otra, le indicaban que tal vez estaba llamada a la vida religiosa. La mayoría de nosotros lucha dentro de la propia vocación, pero no es difícil reconocer cuando una persona está luchando con la llamada vocacional en sí.



Discernir no es elegir: es aceptar
Dios, desde luego, puede escribir recto con renglones torcidos, incluso si resistimos a su llamada vocacional; Él puede guiarnos a una mayor santidad allí donde acabemos estando. Pero, al igual que Dios, quienes tenemos hijos sólo deseamos ver a nuestros propios hijos alcanzar su pleno potencial. Y el mejor modo de asegurarnos de que lo hagan es ayudándoles a discernir y, además, a aceptar la llamada vocacional de Dios en primer lugar. Mi marido y yo les decimos a nuestros cinco hijos que pueden alcanzar la mayor alegría y la verdadera paz si se rinden al deseo de Dios aceptando la vocación que Él elige para ellos.

¿Pueden ser lo que quieran? Contrariamente a la sabiduría popular, no, no pueden. Por temperamento, yo hubiera sido una gran enfermera, pero me desmayo ante la vista de la sangre. Admiro a los ingenieros, pero no tengo facilidad para las matemáticas. Lo mismo para nuestros hijos: cada uno tiene talentos, pero ninguno hace todo tan bien como para aspirar a cualquier cosa. Por lo tanto, de una manera mucho más general, nuestro hijos necesitan aprender que el único camino verdadero para ser la mejor versión de ellos mismos es abrazar la vocación que Dios ha elegido para ellos.

Siete sugerencias prácticas
¿Cuál es el mejor modo para preparar a nuestro hijos y que den su propio "fiat" a la llamada vocacional de Dios? He aquí algunas sugerencias prácticas:

1. Hacer que el discernimiento vocacional forme parte de su vida desde temprana edad. Desde el momento en que nuestros hijos fueron lo suficientemente mayores para que se les preguntara "¿Qué quieres ser de mayor?", les instamos a escuchar la llamada de Dios. Yo incluso escribí un pequeño libro para mis hijas de preescolar, para que empezaran a pensar en su discernimiento vocacional.

2. Facilitar que los hijos conozcan a personas que han respondido a la llamada a la vida religiosa. Siempre hemos invitado a sacerdotes, religiosas y religiosos a nuestra casa para que interactúen con nuestros hijos. Los niños tienen muchos ejemplos de personas que han respondido a la llamada de Dios al matrimonio, pero a menudo ven la llamada a la vida religiosa como una llamada para "gente especial, pero no para ellos". Dejad que pasen tiempo con religiosos, hombres y mujeres, para que vean que son gente normal (como ellos) que lo único que hicieron fue sencillamente responder a la llamada de Dios a esa vocación, perfecta para ellos.



3. Facilitar que los hijos conozcan a personas llamadas a una vida de celibato. Esta puede ser la vocación más difícil en la que encontrar amigos, pues nuestra cultura mayormente asume que las únicas dos vocaciones son la vida religiosa o el matrimonio. Pero algunas almas son llamadas por Dios a vivir en el mundo como célibes, sirviendo a través de Cristo a sus amigos, familia y compañeros de trabajo. Somos afortunados de que algunos de nuestros amigos más cercanos son hombres y mujeres solteros que les explican a nuestros hijos la alegría que es para ellos crecer en la relación con Jesús, sobre las otras relaciones.

4. Ver películas y leer historias acerca de todo tipo de vocaciones y discutir sus elecciones. Hay estupendas películas sobre santos que fueron llamados a la vida religiosa, pero hay también santos que vivieron como solteros y matrimonios. ¡Ved películas de todos los tipos!

5. Enfatizar que el modo cómo nosotros trabajemos para nuestra salvación debe ser sobre todo una decisión de Dios. Cuando tu hijo te dice: "Quiero ser piloto cuando sea mayor", respóndele "Sí, Dios puede llamarte para esto". O si tu hija dice: "No quiero ser monja", di simplemente, "Creo que lo único que tenemos que hacer es esperar y ver qué vocación Dios reserva para ti, ¿no crees?" No anules su entusiasmo por su futuro, deja que disfruten de las posibilidades, como hicimos nosotros. Pero al mismo tiempo reitera con delicadeza que Dios es el que debe ponemos en el camino justo.

6. Rezar como familia por las vocaciones. Por todas las vocaciones. Incluid oraciones por los sacerdotes y religiosos y religiosas, pero también oraciones por los matrimonios y los célibes, para que crezcan en santidad. El mundo está intentando por todos los medios convencer a nuestros hijos de que el único camino para conseguir la plenitud es una relación romántica y sexual, por lo que es necesario que nos aseguremos de que nuestros hijos entienden que Dios ama la diversidad y tiene un plan único para cada uno de Sus hijos. Y por último…

7. Entrenar a los hijos a que escuchen la llamada vocacional de Dios. Cada noche, nuestros hijos rezan una simple oración: "Querido Jesús, deseo lo que Tú deseas para mí". Siempre que tienen una dificultad les decimos que se la ofrezcan a Jesús. Nuestra esperanza es que con el tiempo se convierta para ellos en algo automático consultar a Dios cualquier decisión. Este acto reflejo de preguntar a Dios que les guíe es el que les proporcionará mayor ayuda cuando llegue el momento de tomar las decisiones serias sobre su vocación como adultos.

Publicado en Catholic Sistas.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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