Los Atienza anuncian el Evangelio a los «chamorros»
¿Qué hace una familia española con siete hijos en una isla perdida de la Micronesia?
Estos misioneros relatan su experiencia y los milagros que han visto en estos años entre la gente y en su propio hogar.
David y Maruxa, junto con sus siete hijos y el que está ya en camino, son una de las cientos de “familias en misión” enviadas por Juan Pablo II y Benedicto XVI, que viven su fe en el seno de la Iglesia y que han hallado su vocación en el Camino Neocatecumenal, uno de los carismas surgidos tras el Concilio Vaticano II.
¿Dónde está Guam?
Pero, ¿cómo llegó una familia española a un sitio como éste? Ellos explican con naturalidad que ha sido una respuesta a una llamada de Dios. Maruxa relata que después de casarse mientras trabajaban y terminaban el doctorado “nos dimos cuenta de que el vino se había acabado, que el amor humano no iba a llegarnos para vivir el resto de nuestra vida así que fuimos sinceros el uno con el otro y recurrimos a la Iglesia, que nos había prometido renovar este amor”.
“Te llevaré con alas de águila”
Así fue surgiendo esta vocación de anunciar el Evangelio en todo el mundo. Ellos lo vieron como algo natural. Dice la Escritura, tal y como nos recuerdan: “Te llevaré con alas de águila y yo te alimentaré, te saciaré y yo seré tu Dios”. Entonces, “¿cómo te vas a negar a esto? ¡Sería de tontos!”, recuerda esta madre que ya dado a luz a cuatro hijos en Guam.
David agrega que les abrió el oído “ver que Dios estaba presente en medio de nuestra absoluta incapacidad de ser padres y esposos. Que existía la posibilidad de perdonarse unos a otros en Él y que Él hacía posible el amor, la alegría y la paz en medio incluso del sufrimiento cotidiano, de ese sufrimiento opaco que quema todo matrimonio despacio, sin dar la cara”. “¿Cómo no anunciar esto a los demás? ¿Cómo no dar gratis lo que hemos recibido gratis?”.
Anunciar a Cristo con la propia vida
Esta vivencia y la providencia constante interroga a la gente con la que conviven, cumpliéndose así su misión. “No tienes el control de tu vida, todo es un regalo, como el trabajo de David, los hijos que tenemos, las personas que nos visitan, ayudar al Seminario…”.
Los hijos, los verdaderos misioneros
De este modo, el cabeza de familia considera que “mis hijos tienen esa experiencia también: que Dios provee, que nunca falta de nada, que se es feliz cuando se tiene a Cristo y que no hay nada más importante que anunciar el Evangelio a los demás, sea donde sea. Te impresionaría ver con que naturalidad los niños entienden la misión”.
La mujer salvada del suicidio
David también destaca otros milagros, “desde ver como Dios provee cada día hasta experimentar el nacimiento aquí en Guam de mi cuarta hija, síndrome de Down, como una gracia inexplicable”.
“Dios siempre te oferta algo mejor”
Y ante las tentaciones que tienen en la misión tienen claro el remedio: “es muy importante evangelizar, ir a las casas y molestar a la gente anunciando la Buena Noticia. Eso te ayuda a no acomodarte”. Además, su misión también consiste en ayudar a los seminaristas, impartir catequesis y en hacer lo que les pida el arzobispo de Guam.
“La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”, dijo Jesucristo. Esta premisa sigue presente hoy y queda cumplido en un mundo en el que cada rincón, por lejos que éste, la gente necesita conocer a Dios. Allí están miles de misioneros “perdiendo su vida” haciendo presente este Amor.