EL MONARCA SE NEGÓ A ADHERIRSE A LA MASONERÍA Y, POR ELLO, ENTRE OTRAS RAZONES, SUFRIÓ EL EXILIO
La masonería amenazó a Alfonso XIII tras consagrar a España al Sagrado Corazón
Poco después de la consagración de España al Corazón de Jesús, Alfonso XIII confió al P. Crowley-Boevery las «proposiciones» que recibió de una delegación de la francmasonería internacional para garantizar que conservara la corona. El propio monarca debía iniciarse en la masonería e introducir varias leyes anticatólicas en nuestro país.
(Iván de Vargas/ALBA) La expulsión del rey Alfonso XIII de España se debió, en gran parte, a la influencia masónica. Es más, su hijo Juan vivió muy impresionado porque pensaba que precisamente ése había sido el motivo de que su padre fuera destronado el mismo día de la proclamación de la II República. Tras un intento formal de hacerle miembro de la masonería, además de proponerle la introducción de varias leyes anticatólicas en nuestro país, la respuesta personal del monarca fue consagrar España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles el 30 de mayo de 1919. En la consagración se reconocía a Jesús como «Redentor del mundo», «Rey de Reyes», fuente de todo poder y fundamento de todas las leyes justas, y expresaba pública y solemnemente el deseo de que reinase «en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras, y en nuestras leyes e instituciones patrias». Al acto asistieron la Familia real, el Gobierno en pleno, y numerosas autoridades religiosas, civiles y militares. Amenazas al monarca El propio Alfonso XIII reconoció en una histórica conversación con el padre Mateo Crowley-Boevery, conocido como el Apóstol de la Entronización del Sagrado Corazón, que la masonería le había amenazado con la abdicación y su destierro si no accedía a sus deshonestas proposiciones. Un desafío al monarca en toda regla. Pero cuando el Rey de España hizo tal revelación no era consciente aún de su futuro destronamiento. En aquel momento, se limitó a describir los hechos al conocido eclesiástico, promotor del gigantesco monumento del Cerro de los Ángeles, el cual posteriormente divulgaría la confidencia regia. La conversación con el religioso y sacerdote tuvo lugar a raíz de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. El padre Crowley-Boevery relató así el testimonio del monarca: «Padre, he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de los Ángeles un deber de católico, pues el enemigo de nuestra fe está dentro de la ciudadela. Y le doy una prueba: en este mismo salón me vi obligado a recibir una delegación de la francmasonería internacional. Unos doce señores. He aquí lo que me dijeron: Tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que V. M. conservará la Corona y España servirá fielmente a la Monarquía, a pesar de las crisis tremendas que la amenazan, y reinará en un ambiente de paz. Y al preguntar qué proposiciones eran aquellas, dicho señor me presentó un rico pergamino diciéndome: Con su firma pedimos a Su Majestad, dé su adhesión a las siguientes proposiciones: 1ª, su adhesión a la Masonería; 2ª, decretar que España será un Estado laico; 3ª, para la reforma de la familia, decretar el divorcio y 4ª, instrucción pública laica. Sin titubear un instante, respondí: Esto ¡jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente soy católico, apostólico y romano. Y como quisieran insistir, los despedí con una venia.Al salir, me dijo el mismo señor: Lo sentimos, pues V. M. acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro. Prefiero morir desterrado, repliqué con viveza, que conservar el trono y la corona al precio de la traición y la perfidia que me propone». Eso fue exactamente lo que sucedió el 14 de abril de 1931. La masonería y los revolucionarios con sus presiones y conspiraciones consiguieron expulsar al entonces Rey de España, amenazándole de muerte y confinándole al exilio. A Alfonso XIII de Borbón, más preocupado por evitar una guerra civil fratricida, seguramente ni se le ocurrió recordar la confidencia hecha al padre Mateo Crowley-Boevery en 1919.
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