Miércoles, 24 de abril de 2024

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Dar testimonio de la Luz

Los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz

por La divina proporción

¿Qué son las tinieblas? La ausencia de Dios. La ausencia de Camino, Verdad y Vida. El olvido del Espíritu y la Verdad. El desprecio de la Perla, el Tesoro escondido y la Levadura que al morir, permite que el mundo deje paso al Reino de Dios. El olvido del aceite que mantiene encendida la Lámpara cuando esperamos al Novio. El rechazo de la invitación al Banquete que nos ofrece el Señor. La indiferencia que nos hace llegar vestido de forma no adecuada al Banquete. En resumen, las tinieblas podemos verlas en la actitud del mal ladrón, que fue crucificado junto al Señor. ¿Hasta dónde nosotros mismos no vivimos felizmente en tinieblas? ¿Hasta qué punto creemos que el camuflaje socio cultural pretende engañar a los demás y a nosotros mismos? ¿Hasta qué punto damos más valor a aparentar dando voces pública, frente a ser, en reverente silencio?

… vienes a la luz porque el pecado mismo que te desagradó no te hubiera desagradado si Dios no te lo hubiese dado a conocer, y su Verdad no hubiera brillado en ti. Alguno obra bien cuando hace una verdadera confesión. Y viene a la Luz por medio de sus buenas obras cuando observa que disminuyen los pecados de su lengua, o de sus pensamientos, o de su inmoderación, respecto de las gracias concedidas. Porque muchos pecados leves, si se toman con descuido, matan. Pequeñas son las gotas que aumentan el caudal de un río, pequeños son los granos de arena; más si se amontonan muchos granos, la arena comprime y oprime. Esto hace el descuido prolongado, porque da lugar a que los arroyos se desborden. Poco a poco entran por el agujero descuidado, pero entrando por mucho tiempo y no sacando el agua, ésta sumerge la nave. (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 12)

No es fácil que demos preferencia a ser, antes que aparentar. La misma Iglesia nos afana en hacer actividades, planes, sínodos, crear estructuras, producir documentos y documentos, etc. ¿Damos al silencio el valor que tiene? ¿Nos damos cuenta de que nuestros afanes y egoísmos, no logran ocultar nuestras incapacidades ante Dios? La realidad no se compone de índices socio-culturales que pregonar a los medios de comunicación. La realidad se puede ocultar detrás de las tramoyas que creamos, pero no dejar de existir ni se ajusta a nuestros deseos. Por mucho que el fariseo se vanaglorie de ser el “elegido”, el publicano es el que consigue que Dios le tienda la mano. Ese es el sentido de pobreza de espíritu, no el sentido socio-cultural que impera dentro y fuera de la Iglesia actual. De quienes anteponen a Cristo a sí mismos, es el Reino de los Cielos.

Es diícil ser cristiano en la sociedad que nos rodea. Tan complejo como le resultaba al publicano no ser señalado por los demás y ser despreciado. No es que aspiremos a ser despreciados, pero quien antepone a Dios siempre resulta incómodo al mundo. Sí, incómodo a este mundo y por lo tanto, digno de ser señalado y despreciado. San Juan señala en el Evangelio de hoy que: “el que obra conforme a la Verdad se acerca a la Luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios” ¿Puede haber más claridad?
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