Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

«La Iglesia en Centroáfrica es hoy el único refugio seguro y saben que está abierta a todos»

ReL

El misionero italiano conoce muy bien a estos grupos violentos, pues él mismo ha sufrido sus ataques
El misionero italiano conoce muy bien a estos grupos violentos, pues él mismo ha sufrido sus ataques
La situación en República Centroafricana lleva tiempo siendo especialmente complicada, pero durante los últimos meses la violencia se ha intensificado de tal modo que ahora es límite. El pasado 1 de mayo, por ejemplo, una iglesia era atacada y allí murieron el sacerdote y otras 22 personas que asistían a misa, siendo más de 100 el número de heridos.

En una entrevista con la agencia SIR que recoge Obras Misionales Pontificias, el misionero carmelita Aurelio Gazzera, que trabaja a 300 kilómetros de Bangui (capital del país), habla de cómo está la situación en este momento.
“Poco antes del ataque a la iglesia, las fuerzas armadas locales habían arrestado a uno de los rebeldes que vivían en el barrio PK5 de Bangui y sus milicias, como reacción, han asaltado la iglesia que se encuentra en el límite de esta zona. La tensión es alta y hay miedo de que se desencadenen venganzas y reacciones”, contaba este misionero italiano.

No es un enfrentamiento entre musulmanes y cristianos
Sobre la idea de que hay un enfrentamiento entre los musulmanes Seleka y los anti-Balaka, el padre Aurelio es claro: “Desde el inicio del conflicto hemos buscado evitar de hablar de cristianos y musulmanes. Es verdad que entre los anti-Balaka hay algunos cristianos, pero jamás nadie ha apoyado mínimamente ni siquiera apreciado su iniciativa. No son milicias cristianas: son gente que se une por reacción contra la violencia, a veces por razones étnicas, con frecuencia económicas". De hecho, la inmensa mayoría de los anti-Balaka son animistas.



Además, explicaba que "es verdad que cuando se asalta una iglesia, como en Bangui, la reacción es muy fuerte. Sin embargo, desde la Iglesia las indicaciones son claras. Sin embargo junto al esfuerzo por calmar los ánimos son necesarias respuestas fuertes: no se puede dejar que gente armada recorra el centro de la ciudad, no se puede permitir que bandidos entren en una iglesia o en una mezquita”.

De hecho, explicaba, “la Iglesia en Centroáfrica es hoy el único refugio seguro y todos saben que la Iglesia está abierta a todos. Sentir que hay necesidad de dar refugio es lo que me hace quedarme”.

Junto a este refugio está su día a día: “vida de parroquia, con la catequesis, las celebraciones, los sacramentos. Nuestra Iglesia es muy joven, tiene menos de 100 años de vida, con todo el entusiasmo y las debilidades que esto comporta. Luego están las escuelas, desde las guarderías hasta los institutos, los dispensarios con proyectos para enfermos de sida y el acompañamiento a las mujeres embarazadas. Hacemos mucho también en el sector agrícola: en Centroáfrica el 80% viven de lo que produce la tierra. Hemos introducido nuevas técnicas de cultivo para el arroz que han aumentado mucho su cosecha; desde hace años hemos puesto en marcha ferias agrícolas, espacios para vender y festivos que ayudan a que los jóvenes vean un rostro positivo del país”.


El padre Gazzera en un comité de desarme y de reconciliación

El misionero que se enfrentó a los bandidos
En Bozoum, en la parte noroccidental de la ex colonia francesa, donde se encuentra el padre Gazzera desde el año 2003, estos grupos perturbaron la vida de los casi veinte y seis mil habitantes, de los cuales sólo seis o siete mil son musulmanes. Y recuerda la historia de cómo se enfrentó a estos bandidos.

"Entre agosto y septiembre (de 2013), los Seleka empezaron a torturar y arrestar arbitrariamente a los cristianos. Un día acababa de visitar a un joven que había perdido el uso de las manos porque se las habían atado demasiado fuerte y durante demasiado tiempo. Al día siguiente, una mujer vino a contarme otro caso similar y entendí que esto no podía seguir adelante".

Decidió ir al cuartel general de los rebeldes y se sentó ante un Seleka de nombre Goni, que le recibió de una manera que en absoluto puede llamarse cordial: "Le dije que no podían arrestar a las personas porque no tenían ninguna autoridad. Ellos me enseñaron las armas y yo le dije que las armas no autorizan a hacer cualquier cosa. La discusión se animó y Goni, totalmente descontrolado, intentó cargar el arma para dispararme. Por suerte se lo impidieron y entonces me dio una bofetada. Me levanté y me fui, pero esa bofetada permitió que se instaurase una relación: muchas personas vinieron después para pedirme disculpas".
 
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