El Papa advierte a los consagrados de la «tentación de supervivencia» que hace «olvidar la gracia»
El Papa Francisco celebró este jueves una Eucaristía junto a los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y en su homilia afirmó que “la misión de acuerdo a cada carisma particular es la que nos recuerda que fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta. La misión es ponernos con Jesús en medio de su pueblo. No como voluntaristas de la fe, sino como hombres y mujeres que somos continuamente perdonados, ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás”.
Tal y como recoge Radio Vaticano, el Santo Padre recordó la escena de la Presentación de Jesús en el Templo narrada en el Evangelio de San Lucas y cómo Simeón “conducido por el Espíritu”, no sólo pudo ver, sino que también tuvo el privilegio de abrazar la esperanza anhelada por el pueblo de Israel. “Hoy – precisó el Pontífice – la liturgia nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente”. Y este encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza. Por ello, el canto de Simeón, dijo el Papa, es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona, Él no defrauda. “Este canto de esperanza – señaló el Obispo de Roma – lo hemos heredado de nuestros mayores. Ellos nos han introducido en esta dinámica. En sus rostros, en sus vidas, en su entrega cotidiana y constante pudimos ver como esta alabanza se hizo carne”. Alentando a los consagrados el Sucesor de Pedro dijo que, somos herederos de los sueños de nuestros mayores, herederos de nuestros ancianos que se animaron a soñar; y, al igual que ellos, hoy queremos nosotros también cantar: Dios no defrauda, la esperanza en Él no desilusiona. Dios viene al encuentro de su Pueblo”.
La tentación de supervivencia
Esta actitud – advirtió el Papa Francisco – nos hará fecundos pero sobre todo nos protegerá de una tentación que puede hacer estéril nuestra vida consagrada: la tentación de la supervivencia. “Un mal que puede instalarse poco a poco en nuestro interior, en el seno de nuestras comunidades”. Por ello, la actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas.
Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas —pero pasadas— que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas. “La tentación de supervivencia – agregó el Pontífice – nos hace olvidar la gracia, nos convierte en profesionales de lo sagrado pero no padres, madres o hermanos de la esperanza que hemos sido llamados a profetizar”. En pocas palabras, dijo el Papa, la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión.
“Fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta”
“Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos, -señaló el Santo Padre-, ninguno lo pone en duda. De ahí la importancia de que el consagrado y la consagrada estén injertados con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones”. Poner a Jesús en medio de su pueblo, precisó el Papa, es tener un corazón contemplativo, capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar.
Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco invitó a todos los consagrados a acompañar a Jesús en el encuentro con su pueblo. “A estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu, Señor de los sueños y de la profecía”.
Tal y como recoge Radio Vaticano, el Santo Padre recordó la escena de la Presentación de Jesús en el Templo narrada en el Evangelio de San Lucas y cómo Simeón “conducido por el Espíritu”, no sólo pudo ver, sino que también tuvo el privilegio de abrazar la esperanza anhelada por el pueblo de Israel. “Hoy – precisó el Pontífice – la liturgia nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente”. Y este encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza. Por ello, el canto de Simeón, dijo el Papa, es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona, Él no defrauda. “Este canto de esperanza – señaló el Obispo de Roma – lo hemos heredado de nuestros mayores. Ellos nos han introducido en esta dinámica. En sus rostros, en sus vidas, en su entrega cotidiana y constante pudimos ver como esta alabanza se hizo carne”. Alentando a los consagrados el Sucesor de Pedro dijo que, somos herederos de los sueños de nuestros mayores, herederos de nuestros ancianos que se animaron a soñar; y, al igual que ellos, hoy queremos nosotros también cantar: Dios no defrauda, la esperanza en Él no desilusiona. Dios viene al encuentro de su Pueblo”.
La tentación de supervivencia
Esta actitud – advirtió el Papa Francisco – nos hará fecundos pero sobre todo nos protegerá de una tentación que puede hacer estéril nuestra vida consagrada: la tentación de la supervivencia. “Un mal que puede instalarse poco a poco en nuestro interior, en el seno de nuestras comunidades”. Por ello, la actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas.
Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas —pero pasadas— que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas. “La tentación de supervivencia – agregó el Pontífice – nos hace olvidar la gracia, nos convierte en profesionales de lo sagrado pero no padres, madres o hermanos de la esperanza que hemos sido llamados a profetizar”. En pocas palabras, dijo el Papa, la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión.
“Fuimos invitados a ser levadura de esta masa concreta”
“Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos, -señaló el Santo Padre-, ninguno lo pone en duda. De ahí la importancia de que el consagrado y la consagrada estén injertados con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones”. Poner a Jesús en medio de su pueblo, precisó el Papa, es tener un corazón contemplativo, capaz de discernir como Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar.
Antes de concluir su homilía, el Papa Francisco invitó a todos los consagrados a acompañar a Jesús en el encuentro con su pueblo. “A estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu, Señor de los sueños y de la profecía”.
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